por Abril Alcaraz
A Fran, que habitó con sus palabras este mundo.
Vivimos aquí, pagamos nuestros impuestos, compramos y vendemos, estudiamos, trabajamos nuestras ocho horas diarias con un día de descanso por semana. Platicamos con amigos, viejos y nuevos; esas personas que la plataforma agrega con frecuencia de manera automática. Atrás quedaron, hace mucho, los tiempos de las “personas que tal vez conozcas”. Porque la plataforma no se equivoca nunca, porque la plataforma nos conoce mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos: sus algoritmos han determinado lo que nos gusta y lo que nos interesa, cómo pensamos, a quiénes queremos, qué es lo que deseamos y lo que deberíamos desear, qué es lo que más nos importa en nuestras vidas (lo que realmente nos importa!), cuáles son nuestros sueños y qué, de eso, es lo que en realidad podemos alcanzar.
No es cierto que hayamos dejado de tener aspiraciones. Las cosas no cambiaron tanto, la vida sigue siendo más o menos la misma en todos lados. Queremos ser felices y realizarnos como personas. Queremos ser exitosos.
Es cierto que la competitividad es uno de los motores de nuestra existencia, pero también lo era para nuestros padres y los padres de nuestros padres, como lo será para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Se dice que vivimos en la era de las nuevas sociedades tradicionales. Así lo consideran nuestros antropólogos, y si bien admito que parece paradójico, estoy de acuerdo: preservamos el estilo de vida de nuestros ancestros. Todavía creemos en su verdad. Y si sabemos que hacemos lo correcto es porque, si esta forma de vida era buena para ellos, por qué no lo sería para nosotros?
Creemos en el progreso y en la libertad, en triunfar en la vida, en vivir con seguridad. Haremos lo necesario para lograrlo. Creemos en el hombre, en el esfuerzo individual, en la universalidad de los derechos humanos y en el bien común. Por eso tenemos leyes e instituciones que garantizan la continuidad de nuestras formas de vida tradicionales.
Como antaño, nuestra institución social más importante es el trabajo. Aunque para los más jóvenes, recién egresados de las universidades en línea, un puesto de community manager representa un ascenso en el escalafón porque se reconocen sus habilidades sociales (y hay que admitirlo: las habilidades sociales son el recurso más importante de cualquier agente productivo), los mayores sabemos que, a la larga, permanecer en el anonimato se convierte en un obstáculo que te impide prosperar. Porque hay cosas que están bien cuando se es joven, pero conforme uno se hace mayor necesita empezar a pensar en la estabilidad. Y en este mundo, las condiciones que te garantizan esa estabilidad dependen del éxito, pero para ser exitoso hay que ser visible. Quienes entendemos esto peleamos por una posición de administrador de página, que es actualmente el puesto de mayor prestigio con presencia pública. Los creadores de grupos exitosos, aunque sean amateurs, también gozan de gran consideración.
Está claro que las start-ups exitosas han sustituido los viejos modelos empresariales: ya no importa mucho la permanencia de una marca, porque su valor bursátil está determinado por su despegue inicial y la expectativa social que logra movilizar. El entusiasmo es el nuevo capital! Con el tiempo va pasando de mano en mano hasta que la emoción se convierte en costumbre, el hábito en apatía y la apatía en olvido; sin embargo, en el camino ha consolidado fortunas y reconfigurado el panorama social ¾ porque toda nueva propuesta crea su propio mercado y con ello nuevas microsociedades, con sus élites y sus marginales, sus aristócratas y sus plebeyos, sus bufones y, sí, también, sus artistas y sus genios. Desde luego, también están todavía las socialités de las plataformas de siempre que arrasan a donde van hasta que pasan de moda; los aforistas de Twitter, los v-loggers, los youtubers, los blogueros famosos, los instagramers… Los educadores, los payasos, los vendedores de sueños. Hay muchas maneras de hacerse de un lugar en la sociedad si se tiene ingenio y seguidores. Lo importante es ser alguien, distinguirse del ejército de anónimos que arrastran un numeral detrás del nombre.
Algunas de estas figuras públicas se forjan desde nada, el self-made man de toda la vida, aunque vemos cada vez más cómo los hijos de los hijos van ocupando los trending topics gracias a los followers que heredaron del imperio familiar. La competencia es dura, pero el que se esfuerza tarde o temprano logra destacar.
No tenemos militares sino informáticos que nos protegen de los hackers: enemigos de la sociedad que buscan desestabilizar la red. Algunos forman parte de guerrillas, sin embargo, la mayoría son lobos solitarios, radicales que comparten la idea de que vivir en línea aísla a los seres humanos, entre otros disparates presencialistas. Como si las redes no fueran precisamente eso, redes, que nos unen, que nos conectan (que nos atrapan, claman los subversivos en manifiestos y proclamas, en pop-ups de colores chillones que saltan sorpresivamente a nuestras pantallas, en el interminable spam que satura nuestros feeds). Sostienen, esos, que la vida online es una farsa impuesta por las corporaciones que controlan las plataformas para generar nuevos modelos de negocio que capitalizan la información privada, los sentimientos humanos, la creatividad individual y colectiva de las personas… Los más radicales aseguran que las plataformas nos mantienen artificialmente en línea a través de una ilusión de sociedad, de un símil, porque han logrado convertir en mercancía al individuo mismo, alcanzando el sueño dorado del capitalismo de elevarse sobre la necesidad de mediar el intercambio económico a través del producto. Para estos extremistas, la economía no se basa ya en producir cosas, sino en capitalizar la existencia misma del hombre y su capacidad de socialización. Son primitivistas que quieren obligar a la sociedad a retroceder hasta los tiempos de las relaciones irl.
Sus ataques nunca duran más de unas horas, y aunque tiran las redes y bloquean el tráfico, las publicaciones y los intercambios entre usuarios, desde luego nunca son lo suficientemente graves como para que nadie se vea obligado a abandonar la red. Por suerte, porque el mundo exterior hace mucho que murió. Nos lo recuerdan de tanto en tanto las noticias que aparecen en los feeds.
No es que no haya nada allá afuera, sino más bien nada por lo que valga la pena salir. Es decir… no que haya nada de malo en el mundo exterior. Los efectos de la catástrofe minaron totalmente a la vieja sociedad, desintegraron sus estructuras porque los fundamentos de sus modos de socialización estaban podridos, pero al mundo, al mundo en sí, no le ha pasado nada. Simplemente se volvió… prescindible.
Hasta no hace tanto, muchos de nosotros aún teníamos amigos y familiares irl. Personas demasiado viejas o demasiado paranoicas para actualizarse. Esos que creían a pies juntillas, sobre ninguna base, que nos estaban manipulando. Nos preocupábamos por ellos, procurábamos por ellos!: salíamos al mundo exterior, íbamos a visitarlos, les llevábamos cosas a las que no pueden acceder porque no tienen cuenta en las plataformas de comercio. Nosotros no los abandonamos, fueron ellos los que acabaron por alejarnos; a pesar de todo el esfuerzo que hicimos… El esfuerzo solo era de nuestra parte, no había reciprocidad. Ellos no estaban dispuestos a hacer por nosotros los sacrificios que nosotros hacíamos por ellos. La plataforma nos ha enseñado que nuestros verdaderos amigos son aquellos que nos dan un like. Si en verdad nos quisieran estarían aquí. Fue doloroso, sí, pero al final dejamos de compartir con ellos y hemos ido olvidándonos mutuamente poco a poco.
Claro que podemos salir de casa. Es más, mucha gente sale, camina por las calles, hace ejercicio, cosas así. Solo que no está realmente ahí. No hay necesidad de estar ahí, así que puedes simplemente estar y no estar: tu cuerpo está ahí, pero tú sigues online. Recuerdo haber leído en algunos viejos libros electrónicos cómo alababan en el pasado las posibilidades de la realidad aumentada para mejorar la experiencia del mundo material; como si hubiera algo que valiera la pena de interactuar con el espacio real! Hoy en día, las más elementales gafas de realidad virtual te permiten pasear por los mejor diseñados escenarios de CGI mientras deambulas por las calles de cualquier ciudad. Ni siquiera tienes que ver por dónde vas: maps te devuelve a casa con seguridad. Pero si tratamos de salir en realidad, es decir, de estar ahí… las cosas son diferentes cuando de hecho estás ahí. Nos tratan como extranjeros porque no conocemos sus reglas, no nos regimos por sus códigos, no compartimos sus valores ni actuamos como ellos. En honor a la verdad, lo mismo pasa cuando son ellos los que acceden a la red: no entienden nuestras costumbres ni nuestro lenguaje. No nos podemos entender. Por eso la mayoría prefiere no mezclarse con la gente irl.
Muchos de los que han pasado tiempo con ellos, atraídos por la romántica idea de que hay algo puro y poético en vivir irl, han posteado testimonios que permiten entrever que, en el fondo, lo que hay es algo árido y deprimente en esas formas de vida más primitivas. Su mundo es triste y duro; los días grises no pueden mejorarse con filtros y ajustes de luminosidad.
En fin, para que ir allá afuera si realmente no hay necesidad? Gracias a los recorridos virtuales podemos irnos de vacaciones sin salir de casa. Puedo visitar cada día una sala del Louvre desde mi sofá. No creo que nadie haya pisado el Louvre en años! Puedo incluso tomarme una foto junto a la Monalisa sin tener que pelearme con las decenas de turistas japoneses empeñados en demostrarle al mundo que estuvieron ahí. Así era en el pasado: lo vi en un post! Y eso para qué?, si cuando yo quiera puedo simplemente ponerle la imagen de fondo a mi avatar. Es exactamente como si hubiera estado ahí.
Los radicales dicen que somos un pueblo enfermo, pero las apps monitorean nuestra salud: temperatura, respiración, frecuencia cardiaca, análisis de sangre y demás; nos dice si necesitamos ejercicio o consumir más vitaminas, si nos hace falta hierro o si deberíamos mover el escritorio junto a la ventana para que nos dé más sol. Nos diagnostican, determinan el tratamiento más adecuado para nosotros, lo programan en el calendario y encargan todos los medicamentos que podamos necesitar, con cargo directo a tu cuenta. Si no se cuentan con los créditos necesarios hay otras formas de pagar, pero mejor que no.
Ambicionamos una mejor vida, para nosotros y para aquellos a quienes algún día heredaremos nuestras cuentas. Votamos, defendemos nuestros derechos, protestamos, sometemos a juicios a los criminales, somos condenados en el tribunal de la opinión pública, elaboramos teorías, planificamos el futuro, creamos obras de arte, buscamos distracciones, celebramos fiestas, hacemos bailar a nuestros avatares, asistimos a misa. Creemos en los pilares de la civilización. Podría decirse que somos felices.
Con todo, de vez en cuando hay rumores, cadenas que se extienden como tentáculos amenazantes a través de los mensajes privados con noticias inquietantes del mundo exterior. Nadie toca el tema públicamente, ni en sus perfiles ni en los vlogs ni… sería vergonzoso que los demás pensaran que uno se toma en serio tonterías así. Sin embargo, es difícil no pensar en ello, especialmente para quienes recordamos todavía que hubo una forma diferente de vivir. A veces dicen que allá afuera la sociedad se recompuso, que la gente sale a la calle y se ve, se habla, que otra vez hay gente en los cafés (los más jóvenes ya no saben qué son los cafés). A veces dicen que la debacle fue provocada por la propia red. Si hubiera algo de cierto en ello ya habría aparecido alguna noticia en los feeds; alguien habría publicado algún post contando toda la verdad. No nos pueden estar engañando a todos.
Aquí vivimos, nos enamoramos, aquí morimos y un alma caritativa envía la notificación que cierra nuestras cuentas para no quedarnos en el limbo. Un lazo negro adorna nuestra foto de perfil, nuestros deudos dejan comentarios amables, tal vez sinceros, y comparten publicaciones memorables hasta que nuestra muerte ha sido satisfactoriamente llorada y la plataforma cierra nuestra cuenta para que podamos descansar en paz. Algunos solitarios mueren sin que nadie siga su actividad online. No tienen followers, parientes cercanos, herederos, ni siquiera algún buen contacto que notifique a la plataforma que este usuario acaba de morir. Y se quedan ahí, a merced del algoritmo, como un fantasma más entre los bits; atrapados en ciclos automáticos que se ejecutan sin voluntad, publicando año tras años sus mejores posts, recordando cumpleaños que no van a celebrar; un nombre más en un chat en el que nunca se atrevieron a publicar, condenados a aparecer en línea por la eternidad.
Abril Alcaraz (Mexico, 1982). Directora de teatro y video documental, fotógrafa, divulgadora. Ha publicado artículos, cuento y poesía en las revistas Rigor Mortis y Pretextos Literarios (México), y en las revistas digitales Máquina Combinatoria (Colombia), Perro Negro de la Calle (Lagos de Moreno), Óclesis (Puebla), Penumbria (México), Espejo Humeante (México), Poesía en órbita (Ciudad de México), Mimeógrafo (Tuxtla Guriérrez) y Phantasma.cl (Chile).
Arte: Sondra Perry, Injerto y ceniza para una estación de trabajo de tres monitores