por Pier Paolo Pasolini
traducción del italiano de Amelia González
La soledad: se necesita ser muy fuertes
para amar la soledad; se necesita tener buenas piernas
y una resistencia extraordinaria; hay que evitar
los resfríos, gripa y dolores de garganta; no hay que temer
a los ladrones y asesinos; si toca caminar
toda la tarde o, quizás, toda la noche
es necesario saber hacerlo sin pensarlo demasiado; sentarse no es posible,
sobre todo en invierno, con el viento sobre la hierba mojada,
y con las piedras entre la inmundicia húmedas y fangosas;
propiamente la comodidad no existe, de eso no cabe duda,
salvo aquella de tener delante todo un día y una noche
sin deberes o límites de cualquier tipo.
El sexo es un pretexto. Por muchos encuentros que haya
—incluso en invierno, en las calles abandonadas al viento,
entre los montones de basura detrás de los edificios lejanos,
estos son muchos— no son sino momentos de la soledad;
mientras más cálido y vivo es el cuerpo gentil
que unge de semen y se marcha,
más frío y mortal alrededor es el dilecto desierto;
es esto lo que llena de dicha, como un viento milagroso,
no la sonrisa inocente o la turbia prepotencia
de aquél que después se va; él se lleva una juventud
enormemente joven; y en esto es inhumano,
porque no deja huellas, o mejor dicho, deja solo una huella
que es siempre la misma en todas las estaciones.
Un joven en sus primeros amores
no es sino la fecundidad del mundo.
Es el mundo que de esta forma llega con él; aparece y desaparece,
como una forma que cambia. Restan intactas todas las cosas,
y tú podrás recorrer media ciudad, no lo encontrarás de nuevo;
el acto se ha cumplido, su repetición es un rito. Así pues,
la soledad es todavía mayor si una multitud entera
espera su turno: crece de hecho el número de desapariciones
—el marcharse es huir— y lo próximo incumbe al presente
como un deber, un sacrificio para cumplirse al deseo de la muerte.
Envejeciendo, sin embargo, el cansancio comienza a hacerse sentir,
sobre todo en el momento en el que apenas pasó la hora de la cena,
y para ti no cambió nada; entonces por poco no gritas o lloras;
y esto sería grandioso si no fuera solamente cansancio
y quizás un poco de hambre. Grandioso, porque significaría
que tu deseo de soledad no podría estar más satisfecho,
y entonces ¿qué te espera, si aquello que no está considerado como soledad
es la soledad verdadera, ésa que no puedes aceptar?
No hay cena o almuerzo o satisfacción en el mundo,
que valga una caminata sin final por las calles pobres,
en las que se necesita ser desgraciados y fuertes, hermanos de los perros.
Pier Paolo Pasolini (1922-1975) fue un escritor, intelectual y director de cine italiano. Abiertamente homosexual y comunista, fue una de las figuras más polémicas de su tiempo y es renombrado por su obra fílmica, la cual combina elementos bíblicos, míticos y tabú. Entre sus trabajos más conocidos están Teorema (1968), El Decamerón (1971) y Salò o los 120 días de Sodoma (1975). En 1975, fue asesinado en circunstancias nunca aclaradas.
Amelia González, egresada de la carrera en Lengua y Literaturas Modernas Italianas, UNAM. Apasionada del mundo de los libros. Traductora y revisora de textos, así como también profesora de italiano y de inglés. Colaboradora en distintos medios digitales enfocados en el ámbito literario. Twitter: @AmeliaBacana
Ilustración de Edward Hopper.