por Carlos J.
Camina despacio y se detiene cada tanto. Sus ojos que miran al suelo blanco y pedregoso en verdad no lo ven. No es ciego, pero no quiere ver. Camina despacio y lo rodean mil olores. La tierra mojada por el río y las flores de los árboles, son su propio olor y él no lo sabe. Él no siente el viento entre sus manos, tampoco siente las piedras bajo sus pies. Olvidó su nombre de no escucharlo. Hace mucho que camina despacio y solo. ¿Muerto? No, no está muerto. Todavía siente el sabor de las ranas que apalcuacha a tablazos.
Ilustrado por Idu Zshugost