Al morir Shanghai


por La garbanza mecánica

 

Nueve en punto.

Noche.

“Voy a violarte”, me dice en tanto me acaricia las nalgas con la mano izquierda el hombre que pasa detrás de mí; luego continúa caminando y se pierde en una calle más adelante. Miro asustada la hora, son las nueve de la noche, hoy ha sido igual.

 

Ese hombre viene, me toca y acto seguido continúa su camino hasta que no lo veo más. No puedo esconderme, no hay más recorrido que este para llegar a casa, no puedo regresar más temprano tampoco… estoy atrapada.

 

Todos los días viene y hace de mí lo que quiere, me amenaza, me asusta, me hace pensar en si debo o no volver del empleo, si podría quedarme a dormir en la oficina.  He platicado con amigos, me han acompañado, han caminado conmigo el mismo trayecto pero él no aparece cuando alguien me acompaña, ellos han dejado de creerme.

 

Los compañeros en el trabajo me  miran como si estuviera loca, ya no creen la historia del hombre que todas las noches amenaza con violarme y nunca lo cumple; hacen bromas de mí y la situación: a veces preguntan “Ey, ¿ya te violó?”.  Me han acompañado tantos, han caminado conmigo y nadie ha visto nada, nadie cree lo que les narro, nadie me ayuda, nadie me cree.

La situación se ha vuelto terrible, más que terrible,  se ha convertido en un infierno que se repite todas las noches y que comienza cuando al día siguiente vuelvo a despertar. He pensado, tuve el fin de semana para decidir qué pasará cuando lo encuentre otra vez.

 Subo la colina como es mi costumbre, miro el reloj, las nueve…no tarda en llegar, en cualquier momento aparecerá de la nada y me acariciará las pompas con sus horrorosas manos. Así lo hace. Aparece, como siempre, cuando no estoy lista, cuando no hay nadie, cuando estoy sola y vulnerable. Esta vez es diferente, yo soy diferente, soy fuerte.

 El hombre me dice “Voy a violarte”. Hazlo, viólame.

 

El hombre me mira como si fuera yo una muñeca de esas que se inflan y no una persona;  me toma del brazo, me arrastra hasta los matorrales, me azota contra la tierra, me baja los calzones, me penetra, me viola,  me golpea y me hala el cabello, me llena de semen y de sangre, mi sangre, mi cuerpo llora sangre, pero yo no, yo permanezco fría. El olor de su perfume me provoca nausea, su sudor ha quedado impregnado en mi sexo, su semen está batido entre mis piernas. Mi cuerpo se duele, yo no.

 

 No he puesto resistencia alguna, así será más fácil, dolerá menos, pero todavía así mi vientre no atiende mi orden y se niega a la penetración causándome un dolor agudo entre las piernas. El hombre termina y se despide dándome un beso al que yo no correspondo; inmediatamente después se sube las pantaloncillos y desaparece, no volveré a verlo más, va a perderse, no volverá más, siento alivio.

 

Me levanto, finalmente todo ha acabado. Llego a la casa, me baño, desinfecto, visto. He tomado una pastilla anticonceptiva, la he comprado con días de anticipación, no quiero embarazarme. He llorado, no por el hecho sino porque yo misma lo he buscado, he esperado hasta que él  llegara a manosearme y a abusar de mí, ha sido consensuado, él me ha violado y yo no he puesto resistencia, solo mi vientre ha dicho que “No”.

 

He estado de acuerdo en el hecho, solo mi cuerpo ha dicho, “No”.  Al día siguiente, en el empleo, me han vuelto a preguntar “¿Ya te violó?” He dicho  “Sí, me ha violado” Ellos ríen, creen que he bromeado, se mofan de mí, me molestan. “Nadie te ha tocado, vamos, no digas mentiras”.

 

Yo también río, nos reímos todos, algo se deshace dentro de mí, se muere, soy yo, “No me violaron”, “Mi cuerpo no ha sido violado, pero duele, no me han violado”, me digo, lo repito para mí misma y me lleno de tristeza. No podría esperar otra cosa.

 

Entonces ellos comienzan con las bromas; todos los días preguntan lo mismo una y otra vez “¿Hoy te ha violado?” Yo digo No, repito No una y otra vez y río como ellos ríen, me mofo como ellos se mofan, me mofo de mí, me río de mí y de mi sexo que se llora y se desentiende de mí.  Todos los días es así, yo río e inmediatamente siento que algo se muere, soy yo. No podía esperar otra cosa.

 

Las bromas continúan, se ha vuelto costumbre tratar el tema de la violación en el trabajo, me he convertido en la burla de los compañeros. He decidido, ellos no me creen, no me creerán nunca así que he tomado otra decisión.

 

 No me entienden, yo misma no lo creo, no me creo, ya no me creo,  no me entiendo, no me defendí, no me defiendo. No me violaron, no fue violación, pero duele, duele, mi cuerpo se duele; todas las noches descubro mis bragas llenas de sangre, mi sexo se duele, se separa de mí y de lo que he decidido.

 

 He ido al médico, me ha dicho, “Usted ha sufrido de abuso”, yo no he sabido responder, digo, “Mi cuerpo ha sufrido, pero yo he decidido que sufriera”. El médico me mira, se sorprende, me reprime, me regaña. “¿Por qué lo ha permitido?”.

Yo lo he permitido, he querido. Mi cuerpo se duele, me mortifica con los sangrados, la mente me atosiga día y noche, lo he permitido y mi sexo me fustiga. He tomado una decisión.   

 

Camino como es mi costumbre al llegar a casa, pero esta vez lo hago más tarde, en otra zona, una que no es mi casa y que solo las prostitutas transitan; me he vestido con ropa ajustada, me he maquillado en exceso, me puesto tacones y ahora estoy parada frente al bar.

 

Un hombre me mira desde el interior de su auto, me ha preguntado mi nombre “Shanghái, soy Shanghái”. El hombre ríe y yo también río, “Me gusta tu nombre, súbete al carro”. Así lo hago, me lleva al motel, paga, entramos.

 

El hombre inicia el rito, se desviste, inicia la penetración y entonces  comienzo con los gritos, lloro; el hombre se asusta, no sabe qué es lo que me pasa, pero continúa, me obliga como el otro, me penetra como el otro, me desgarra la ropa como el otro, tampoco quiero como con el otro, pero esta vez  forcejeo, me defiendo, lo muerdo, grito, lo maldigo lloro, estoy llorando de dolor, mi cuerpo responde, yo respondo, somos uno esta vez.

 

El hombre  me tapa los labios, me muerde, me golpea la nariz, me jala los cabellos; sangro como la otra vez, pero en  ésta salen fluidos de todas partes: mis ojos, mi nariz, mi boca, mis brazos, mi piel, toda mi piel; mi sexo es llanto, mis piernas, mis senos, mis labios son llanto, yo soy llanto, yo sufro, todos sufrimos. Yo sufro.

Me han violado, esta vez me han violado, me retuerzo de dolor, sufro intensamente, lo maldigo a él y al otro. El hombre se viste, toma sus cosas y desaparece.

Me han violado, me digo, me han violado. Permanezco en la cama un momento, solo un rato. Me han violado, mi cuerpo no lo ha permitido, yo tampoco, yo tampoco lo he permitido, yo tampoco.

 

            Me levanto de la cama, siento paz, me han violado, no lo he permitido. Al día siguiente voy al trabajo: todos me miran, miran mis golpes en el rostro, en la nariz, en los labios, en todas partes. Ellos dicen “La han violado” Yo digo “No, nada ha pasado”. Me siento en mi lugar de trabajo e inicio la rutina de todos los días. Sonrío para mí, tengo paz.

 

 

Ilustración de Jeremy Mann

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