Yo no nací para amar


por Renzo Zegarra


Ay, no gatito. Pero si estás actuando como una quinceañera. ¿Qué tanto te complicas? A los hombres hay que usarlos, con­sumirlos como un chicle. Masticarlos, darles vueltas en tu boca hasta que se les acaba el dulce. Después los escupes. Sin asco. Y tú que tienes buena labia… aunque quizás ese sea tu proble­ma: tienes boquita de caramelo. Los endulzas más de lo que te vienen. Incluso al desabrido este por el que te estás muriendo. Te hace falta maña, más calle. A tu edad una ya no debe de an­dar armándose la casa de la Barbie con cada Ken bamba[1] que se te acerca. ¡Mírate! Bonito eres. Inteligente, uish; si hasta da gusto verte y hablar contigo. Incluso cuando no dices nada. ¿Qué te ganas llorando por un tipejo como ese? Encima, gordo. Ay, ya, no me mires así: «gordito». Seguro que no te regalaban peluches de chi­quito… ¿Qué le ves? No creo. ¿De veras? Ay, gatito. Ya te jodiste. Sí, te entiendo. A ti y a mí el amor nos entra por el culo, pues. (Ríe, no sé si fingiendo). Ya, era para alegrarte nomás. Yo también me he enamorado. De chibola[2], claro está. En este negocio una no solo pierde la sensibilidad del culo. El bobo es lo primero que hay que anestesiar. Cuando tenía tu edad, algo más, algo menos, era más guapa todavía. Sí, carajo. Más guapa. En esas épocas las mujeres no usaban ropa tan pegada como ahora y entonces una podía pasar más caleta[3]. Aunque yo era una atrevida, también. ¿Quién no volteaba a mirarme? En las fiestas ni siquiera me deja­ban sentarme. Una salsita, un merenguito, una manito acá, otra manito allá, que qué bonita que estás, que qué durita que estás, que ¡qué carajos es esto! Sí, pues. La culpa no era mía. Para qué calientan y meten mano ahí sin preguntar. ¿Ves? Ya sonríes, ya. A lo que iba. Sí, me enamoré una vez. Y fue perfecto. Lo que duró, porque por más inteligente que sea el otro o más mujer que seas tú, al final o le gana a él el roche[4] o a ti lo puta. Y ves. Tampoco es para estar a lo Juan Gabriel Yo no nací para amar, nadie nació para mí. Nuestra suerte es la de las divas: cientos te van a amar, miles. Pero tú sólo llevarás a uno clavado ahí detrás de tu teta izquierda psicológica. Y ese uno no puede ser ese «gordito», pues. Por más grande que la tenga o por más que te jure el mundo. Recuerda: una como mujer sueña con las palabras, pero, como hombre, hay que saber cuándo las usan contigo para engañar. Eso, gatito, es ser maricón. Ven, ya no llores ya. Se te va a correr el maquillaje. Ay, ya no importa. De nuevo te voy a pintar. Vas a ver lo linda que vas a quedar.


Notas

[1] pirata

[2] chiquilla

[3] desapercibida

[4] vergüenza


Renzo A. Zegarra Torres. Peruano, literato, editor independiente, gestor cultural y demás mariconadas que no sirven para pagar el alquiler. Dice que hizo un estudio sobre la literatura travesti latinoamericana, pero ya saben que de dicho al hecho hay tanto trecho como de la investigación a la tesis. También dice que esta revisa le publicó antes un cuentito. Sí, claro, (ay, la pobre) en un Lado B que ya nadie recuerda. Ah, para colmo (y por si acaso) está soltero *guiño, guiño*.

Arte: David Tesinsky

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