¡Santa Carmencita!: La libertad de expresión y el periodismo en las democracias modernas


Por Mario Escalona

 

Decir que el despido de Aristegui es un golpe a la libertad de expresión parece una obviedad. No la es, o por lo menos no tan simple. Hay toda una lucha de intereses detrás: la misma Aristegui los tiene, a pesar de los esfuerzos de sus ultra fans por convencernos de que es una mártir de inmaculadas intenciones, voz heroica del pueblo; ya hasta hay quienes la postulan como candidata presidencial. No, no cometamos el error de hacer de Carmencita algo que no es. Dimensionemos.

Hay dos discusiones serias al respecto: la primera –y la más evidente– tiene cariz político. Si bien el equipo de Aristegui Noticias cometió un error (el uso del nombre de MVS en MéxicoLeaks), quien no ve en su despido una revancha política por la investigación de la Casa Blanca peca de inocencia o de pendejez a la noigonoveo. Quizá el reportaje sobre las propiedades de la Gaviota y Videgaray no tuvo una consecuencia fatídica en el corto plazo (Peña Nieto sigue siendo presidente, cuando en muchos otros países dicho reportaje habría sido motivo suficiente para una dimisión casi inmediata), pero sin duda caló duro en Los Pinos, pues representó un golpe muy fuerte al discurso mediático del país de las maravillas y el presidente superhéroe que el equipo de comunicación de la presidencia llevaba rato construyendo con recursos obtenidos del erario (¿se acuerdan del Saving Mexico?). Aristegui mordió a la bestia, y las bestias siempre responden las mordidas, aunque a veces lo hagan muy a lo pendejo; o quizá en las oficinas presidenciales donde todas las consecuencias se calculan sienten que ya nos tienen agarrada la medida, y hagan las estupideces que hagan, nos cuquen como nos cuquen, la gente va a seguir, en su mayor parte, indiferente (oh, triste cálculo con el cual me veo obligado a coincidir). En esta lucha de intereses todavía es difícil saber quién sale perdiendo: si Aristegui por tener que apretarse el cinturón con una reducción severa de presupuesto para su trabajo periodístico que sin duda continuará (trabajo imperfecto pero sumamente necesario en este país), MVS por el rating que jamás le perteneció (que ni se engañen, su audiencia fue ante todo un quehacer de Aristegui y su equipo), o el gobierno que, esperemos, después de tanto cucar eventualmente se topará con que el pueblo también es una bestia dormida que cuando despierta muerde mucho más fuerte.

Me parece, sin embargo, que hay una discusión más importante: ¿qué papel juegan Joaquín Vargas (un empresario, al fin y al cabo) y MVS como empresa de medios? No son secretos los vínculos del dueño de MVS con el ahora director de comunicación social de la presidencia, Eduardo Sánchez, ex abogado de MVS. Tampoco son secretas las aspiraciones de MVS a un canal de televisión abierta y a mayores concesiones en el espectro de banda ancha para servicios móviles de comunicación. Purititas coincidencias, mire usté. Y aunque Aristegui les significó un respiro en un momento en el cual MVS se iba a la mierda, al parecer los Vargas, lázaros ya resucitados, están apostando a un crecimiento más cómodo de su empresa de la mano del gobierno. Así, el despido de Aristegui es también una clarísima muestra de lo que sucede cuando los medios de comunicación están en manos de empresas privadas: la información –ese artilugio tan importante para la construcción de otros mundos posibles– se convierte en un negocio. Y en los negocios, la prioridad nunca es informar ni construir democracias: la prioridad es hacer dinero, punto.

En este caso, no es el asunto de la libertad de expresión el que debe preocuparnos; es quiénes –y por qué– poseen medios masivos de comunicación. En las democracias modernas –democracias dirigidas por el capital–, Estado y Corporación se reparten la decisión de quién sí y quién no puede hablar en cadena nacional, la sociedad queda fuera y a los periodistas se les amenaza y se les mata y se les malpaga. Y contra las celebridades incómodas de la comunicación (demasiado famosas para amenazarlas o matarlas o malpagarles) siempre estará la fácil salida de los contratos, porque –nos dirán– la libertad de prensa nada tiene que ver con el castigo justo al empleado que se rebela. Ésa es la estrategia fundamental de quienes justifican la decisión de los dueños de MVS: llevar el conflicto al campo de las relaciones comerciales y laborales, donde el asalariado que falta a sus obligaciones debe ser despedido. ¿No es ese un derecho fundamental de toda empresa?

En nuestro hoy y ahora donde los poderes fácticos y políticos lo monopolizan todo e inhabilitan como pueden el acceso de la sociedad al control de los medios masivos de comunicación, nos queda la pregunta: ¿qué es o qué debe ser el periodismo? Muchos abogarán por el periodismo “objetivo”, “neutral”, que se limita a “informar” sin más. Son necios: es ese un periodismo vacío, sin razón de ser (y bastante inocente, por no decir irrealizable). El periodismo debe ser, ante todo, un contrapeso al poder y una herramienta de la sociedad para organizarse. Permítaseme contradecir a Lydia Cacho y decir una barbaridad walshiana: el periodismo DEBE ser un arma para la revolución. Sea ésta la revolución que a usté se le ocurra; ésa es una discusión muy aparte.

Por eso y muchas cosas más…. ¡construyamos Medios Libres!

Sobre el autor: Mario Escalona. Doctor en Posmemismo Supramágico y macho en deconstrucción. Sus amigos dicen que no le halla a la vida (y tienen razón). Síguelo en Twitter: @Mezcalona 

 

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