Por Daniel Brumaire
¿Qué es estar ebrio?
Toda persona, por más o menos conocedora, entiende el término ebriedad. Según el Diccionario de la Lengua Española, la embriaguez se entiende como “perturbación pasajera producida por la ingestión excesiva de bebidas alcohólicas.”
Entendiendo esto es un estado de perturbación: es decir, los sentidos no están en el plano de la realidad como siempre la percibimos. Es sobre esta línea que Filón trabaja la ebriedad y la conduce a niveles exegéticos tan puntuales que las interpretaciones y conciliaciones que tiene con respecto al vino pueden llegar a sorprender.
Las dos ebriedades de Filón.
Para Filón existen dos tipos de ebriedad. La primera es de índole físico, ésta tiene como finalidad el placer carnal. Es la embriaguez que muchos hemos experimentando en la etapa de juventud. Para nuestro autor, este tipo de placer es el más negativo pues para él la ebriedad “pone de manifiesto la glotonería, que, con suma frecuencia, en muchos produce grandes daños; […].” (459) Estos daños a los que se refiere son los “del delirar y enloquecer, de la completa inestabilidad, de la voracidad insaciable y del implacable deseo y del regocijo que contiene las otras cosas y la desnudez en todas la situaciones mencionadas […].” (422)
La segunda idea de la embriaguez es más extensa, pues tiene que ver con una ebriedad espiritual en la que el saber contiene el verdadero placer y trasciende lo corporal. Para Filón, este tipo de ebriedad se inicia con la idea de que el vino puro es un símbolo de los daños que mencionamos arriba. En cuyo caso, el vino como símbolo debe ser interpretado de la manera más adecuada para llegar a buen término.
Lo dionisiaco
Desde la época antigua Dionisio era una deidad problemática, pues no podía ser concebido desde la cultura occidental: para los antiguos, dicho ente era la representación del caos y de la fiesta báquica en la que el placer y las reglas eran borradas.
Lo apolíneo
Al contrario de Dionisio, Apolo representa la perfección estética, la armonía y el seguimiento de las reglas. En el plano personal, Apolo es el hijo bueno y que sabe cual es su lugar dentro de las reglas, es la técnica.
Aún siendo en esta situación perfecto, ¿qué pasaría con el mundo bajo preceptos apolíneos? La vida carecería de todas las gamas posibles, pues no habría diferencias ni entres únicos. En esta situación nos vemos ante un mundo heterodoxo, en el que se cumpliría la ley sin interrogarla.
Sobre la embriaguez lúcida
La embriaguez no se da a nivel físico cuando se habla del vino como símbolo, pues bien dice Filón que “muchos de los que no están atrapados en el vino –y creen estar sobrios– caen presos de las mismas situaciones.” (422) Es por ello que hablamos de sus dos ebriedades, porque al parecer la ebriedad física es mala, aunque la segunda ebriedad, que llega a partir de nuestra mente, es más peligrosa, ya que en la ebriedad simbólica existen dos tipos de personas: “Es posible ver entre ellos a locos y a delirantes, a los inmovilizados por una completa insensibilidad, a los que nunca están satisfechos sino siempre sedientos de cosas imposibles a causa de la carencia de conocimiento o, por el contrario, a los radiantes y gozosos, y a otros desnudos realmente.”(422)
El primer grupo de personas dentro de la ebriedad mental de las que se nos cuenta en el tratado son las personas que tienen el delirio a causa de su ignorancia y específicamente “no digo el desconocimiento de la educación sino la aversión hacia ella.”(423) Este tipo de gente que aborrece la educación es el origen de la insensibilidad, la voracidad y demás vicios que describe Filón en el tratado. Es decir, estamos ante el vino que corrompe, como en las fiestas dionisiacas.
En el segundo grupo vemos a gente que se acerca a la embriaguez simbólica pero van en conjunto con la virtud y que en conjunto con la desnudez conducen a un retorno elevado y al saber. Resulta entonces que la desnudez es el despojamiento de los vicios en los que estamos envueltos, es la búsqueda de la perfección, es lo que busca lo apolíneo.
Vemos que existe dentro del mismo símbolo una lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco y que la función de esta lucha es llegar a una mediación, pues dice Filón que “cuando alguien se despoja de uno, por necesidad se reviste del otro. Como por naturaleza, placer y dolor siempre están luchando, Dios, según un antiguo relato, reunió en una misma cabeza ambas percepciones, pero no en el mismo momento, sino que lo hizo en tiempos alternados, decretando, frente al alejamiento de uno, el retorno de su contrario”.
El texto de Filón marca pautas para decir cuándo estamos siendo gobernados por una u otra embriaguez simbólica.
Conclusiones mediáticas.
Sin embargo, vemos que “Nietzsche ve, en principio, dos símbolos de instintos o potencias artísticas de las naturaleza, luego descubre cómo ese mismo impulso da origen a diversas artes[…]”(Cross; 1985).
Por lo cual Filón ya no sólo adquiere los ideales de Dionisio; incluso los de Apolo son retomados y utilizados como un juego de atracción. Para él, la embriaguez, bien encaminada a partir de las virtudes, será un fuego que consuma todas esas cosas malas que el hombre tiene en su pensamientos más profundos.
Al parecer para Filón, el juego dionisíaco, en el que “descansa el juego con la embriaguez, con el éxtasis” (Nietzsche; 2003), ya no es sólo el juego de Dionisio, sino también de Apolo y de la realidad misma, ese cosmos que está buscando.
Esta conclusión es tremendamente fuerte, pues genera que la embriaguez que Filón describe, esa embriaguez que creíamos mala, en realidad permita que entremos en el trance para la comunicación con el absoluto, para conocer la realidad con los sentidos más sensibles; siempre que no sea el estado embriagador en el que no se piensa.
Para llegar a ello, Filón tiene una forma de explicar el conocimiento de los embriagados. Empieza por hacer una analogía entre el padre como la recta razón y la madre como la educación. Presenta esta analogía como método en el que los hijos son los que harán obediencia a los padres en diferentes grados: “la primera clase obedece a ambos, la segunda a la inversa de la primera, no se somete a alguno de los dos; las otras dos, a medias. Una, la que profesa amor intenso a su padre, lo obedece, pero no tiene en cuenta ni a la madre ni a sus recomendaciones; la otra, por el contrario, se muestra amante de la madre, a la que sirve en todo, sin preocuparse de lo que concierne al padre.” (428)
Es entonces que surge una idea en la que el dialogo entre la recta razón y la educación serán prescindibles para llegar a la embriaguez perfecta. En este caso la razón actúa como el detonante para pensar y entrar en el estado elevado. Esto acompañado de la educación nos llevaría al intelecto perfecto a lo que Filón llama “el intelecto no mezclado, absolutamente puro, que está sitiado en la ciudad del cuerpo, […].” (441)
El placer sapiencial.
Si hacemos caso a la definición que teníamos al principio, veremos entonces que este estado tan complicado de conocer está relacionado no sólo con conocer desde una banca o desde un libro, inclusive es más profundo que el pensar y reflexionar en un estado consciente; el estado al que Filón intenta llegar es el estado en el que a partir del vino físico junto con el conocimiento, la educación y la razón nos permita elevarnos a un nivel no conocido y en donde las reflexiones se entrecruzan con la totalidad y la realidad en sí. Un conocimiento que ha sido velado por la glotonería y la modernidad, durante la cual nosotros no hemos sabido detenernos para crear reflexiones con un material tan hermoso, que fuera hecho por la divinidad.
BIBLIOGRAFÍA
Cross, Elsa, La realidad transfigurada (en torno a las ideas del joven Nietzsche), UNAM, México, 1985.
Filón de Alejandría, Obras Completas Vol. II, Trotta, Madrid, 2009
Nietzsche, Friedrich, El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, Andrés Sánchez Pascual (trad.), Alianza, Madrid, 2003.
Ilustración por Ferruco show
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