por Jonathan Rincón
¿Y si se acercaba a ella y le hablaba como lo tenía previsto? Hola. Hola. Cómo estás. Muy bien y tú. Yo muy bien ¿qué te parece si vamos por un helado a aquella tienda cercana? Y después caminarían y él miraría hacia el frente tratando de encontrar un tema de conversación mientras ella miraría hacia el piso haciendo equilibrio sobre el andén, como una niña. Y después ella sería quien iniciara la conversación. ¿Cómo te ha ido en ese trabajo tuyo? Muy bien, ahorita un poco atareado pero por lo demás bien. ¿Y a ti cómo te ha ido en la universidad? Bien, ya estamos terminando el semestre. Y él uy qué chévere, ¿estás en época de exámenes?
A lo mejor esperaría una ocasión más propicia, pensó mientras continuaba por el enlosado caminito que colindaba por la derecha con la cancha de fútbol y por la izquierda con el convento. Iba a esperar a que no tuviera la presión del tiempo acechándolo cual buitre desesperado. Qué calor hace aquí, quisiera quitarme esto que traigo puesto y que me aprieta el cuello. Dirigió su mirada hacia la finca que tenía enfrente, cuya alambrada marcaba el fin del pequeño sendero. Dos vacas pastaban tranquilamente. Los zapatos también me aprietan, qué brillante idea la de ponerme estos zapatos en el día de hoy precisamente, cada uno pesa como dos kilos.
Una vez llegó a la alambrada dirigió su mirada al horizonte, en donde se hallaban unos árboles. Tomó el alambre más alto con sus manos y tiró de él como si quisiera soltarlo. Dio media vuelta y continuó su camino, regresando por donde había llegado. Miraba con cierta distracción el sendero mientras intentaba organizar las ideas en su cabeza. Y cuando llegue el momento le diré la verdad, le diré que he estado enamorado de ella un largo tiempo. Y ella ni quiero ni me importa, devuélvete por tu caminito. O me tomas por sorpresa, la verdad no sé qué decir. Tranquila, tómate tu tiempo para pensar en lo que acabo de decirte. Pero mírame a los ojos y dime que no sientes nada por mí. Me tomas por sorpresa la verdad no sé qué decirte. Tranquila, mañana hablamos nuevamente. Te dedico can you feel the love tonight. Carajo que realmente me aprietan los zapatos.
O tal vez ella no vendrá hoy y tendré que aplazar el rollo nuevamente. Y si se demora en volver entonces el aplazamiento será definitivo. Pero no, tiene que venir. Qué cobarde soy, me da miedo que venga porque no quiero encararla. Echó un vistazo al interior del convento, a través de una ventana que daba al comedor. Aún no era la hora del almuerzo, así que las sillas estaban vacías. Todos los lugares puestos daban al comedor un aspecto demasiado ceremonioso, a su parecer. Continuó su camino sin detenerse más en la ventana; ahora lo último que necesitaba era las formas gastronómicas distrayendo su contemplación editorial con respecto a su futuro debut en las artes enamoratorias. Tal vez sea ella quien se adelante y me diga oye tú me gustas, y entonces no tendré reparo en decirle y tú a mí. Qué vamos a hacer con tanto amor.
Sus elucubraciones fueron detenidas al ver salir a Mauricio del convento. Sostenía su sotana con la mano derecha para que le permitiera correr. En el apuro sus gafas volaron al suelo. Se detuvo para recogerlas y siguió corriendo, aunque más calmado. Ahora vendrá a decirme que ya salieron los superiores de la reunión, hay que ir a almorzar vamos rápido porque se nos hace tarde. Como si a estas alturas, con todo lo que ha venido pasando, uno tenga cabeza para pensar únicamente en la comida. Cállate calvo pendejo que estoy pensando en cómo voy a declararme a ya tú sabes quién. Deme un consejo más bien en vez de estarme interrumpiendo por tonterías. Mauricio llegó hasta donde se encontraba y le dijo:
—Ya salieron de la reunión.
—¿Qué han dicho?
—Nada. John salió con cara de dolor de muelas. Los otros dos, igual de inexpresivos que siempre. Parecen dos muertos.
—¿Habrán ya decidido?
Mauricio lo miró como si fuera un estudiante lento:
—¿Y es que tú crees que había mucho que razonar? Andrés ya estaba de patitas en la calle antes de que empezara la reunión.
—¿Qué hacemos ahora?
—Pues nada. Por ahora, a almorzar.
Se dirigieron al comedor. Ahorita entro a verle la cara de desahuciado a Andrés, a escucharle la irritante voz al padre John diciéndonos que Andrés ha tomado la decisión de retirarse, cuando todos sabemos que la decisión de echarlo la tomaron ellos tres, allá encerrados en consejo de guerra . Y después Andrés dándonos su despedida, sus últimas palabras de vegetal al que van a desconectar. Y yo le voy a contar mañana a ella, tal vez Andrés me dio el argumento propicio para empezar. Cómo te parece que echaron a Andrés. Y ella qué pesar, tan buena gente que era todos deben estar muy tristes allá. Y yo un mundo de tristeza, anoche ni dormí pensando en mi amigo Andrés, enfermo de la peste de los latinoamericanos. Qué hombre tan sensible. Además, creo que a mí también me echan y ella cómo así ¿Por qué? porque tú me gustas mucho. Y ella ni quiero ni me interesa. Y después el director dándonos las indicaciones de las actividades de la semana, como si aquí no hubiera pasado nada. Qué rata. Andrés, no olvides entregarnos la sotana bien doblada y planchada. Eso sí, él se lo buscó. Grandísimo pendejo que nos traes al convento una enfermedad de la mala vida, enfermedad de los pobres, de los intocables, y tienes la astucia de hacértela revisar por el médico del convento. La próxima vez pides permiso, vas al centro y te haces ver por un médico diferente, ahí están los doctores Víctor Martínez o Juan Torres o ya de plano Óscar Arango, o por un chamán, grandísimo pendejo. No camines tan rápido Mauricio que los zapatos me aprietan.
Ingresaron al comedor. Todas las miradas, con disimulo, buscaban a Andrés, pero no lo ubicaron por ninguna parte. Tal vez esté empacando el pobre, pensando en nosotros y en que ya no nos volveremos a ver, o pensando en toda la gente que ayudaba, a lo mejor una de esas famélicas lo pringó de la enfermedad. Tal vez se verá de nuevo con Mauricio, ambos son de la misma ciudad y ambos hablan el lenguaje de los pobres. Todos trataban de mostrarse tranquilos, incluso reían y hablaban durante el almuerzo, como solían hacerlo todos los días. Sin embargo, el asiento de Andrés, vacío, ponía un toque lúgubre al almuerzo. Carajo la comida no me entra, no sé si será por la fuga conventi de Andrés, o por lo que me espera mañana. Mientras almorzaban, Mauricio hizo señas a Diego, viejo protegido del padre John y quien tal vez ya sabía la conclusión de la reunión. Diego se pasó el dedo por la garganta. Deja de joder Mauricio que es evidente que Andrés se va por donde llegó, veamos más bien el lado bueno de la situación, que el director se va hasta tu ciudad a acompañar a Andrés y entonces nos liberamos de su abominable inquisición durante dos días.
Terminaron de almorzar más rápido que de costumbre. Al finalizar, el padre director, haciendo uso de su voz de vendedor de feria, dio la orden de pasar a la capilla. Sabiendo la razón de que los hicieran dirigirse allí a estas horas del día, caminaron todos muy lentamente. Ingresaron y cada uno se sentó en su respectivo lugar. Andrés ya se encontraba allí.
—Bien, hermanos —comenzó el padre director—, como ustedes ya deben saber, el novicio Andrés contrajo sífilis durante su proceso de noviciado. Ponle un poco de anestesia desconsiderado infeliz que esas cosas no se comentan en voz alta. No tengo que decir, carísimos hermanos, que la razón obvia de su enfermedad es una falta gravísima al voto de castidad. No me digas, infeliz, claro que fue por eso, pendejo Andrés que por un sexo mal echado con alguna vagabunda acaba de arruinarse su carrera y nuestro sábado. Cuídate la próxima vez si quieres llegar a viejo y con plata, que los preservativos son económicos y pudo haber sido peor. Entonces, hermanos, se ha tomado la decisión de suspender el proceso de Andrés. Le deseamos éxitos en sus proyectos. Y si mañana le cuento a ella y ella uy no tú te juntas con puros degenerados y yo él es un caso excepcional, además no me digas que tú le crees a todos esos santurrones. Claro que no, pero la mayoría son hombres santos y tú también eres un santurrón. Entonces yo ni tan santurrón, soy pecador porque me he enamorado de ti. Y ella me tomas por sorpresa. Apenas deje de hablar nuestro queridísimo director de calva reverendísima, apenas salgamos de este cónclave donde ninguno tiene voz ni voto, me voy a cambiar de zapatos.
Ilustración: “La cena” de Julien Spianti