Invitación para tomar un café


por Bárbara Donoso Videla


Escribir al final de este cuaderno todo lo que tengo pensado podría traerme más problemas de los que puedo vislumbrar ahora, sobre todo si es que alguien que no debe llega a leerlo. Pero tampoco es que me importe tanto, pues tengo pensado llegar hasta el final. No me queda más de un mes acá, en todo caso. No quiero irme con la idea de que me callé tanto, que no intenté nada.

Además, estoy segura de que nadie descubrirá estas palabras a no ser que yo quiera, porque cada vez que bajo a esta bodega y saco este dichoso cuaderno de contabilidad, nadie me pregunta qué voy a hacer y, si es que lo hacen, digo que voy a hacer contabilidad. ¿Te has fijado en que cuando alguien dice eso nadie se lo discute? Es como una especie de escudo, porque creo que todos les tienen miedo a las matemáticas, o simplemente no las entienden y dicen “ah, ya” y te dejan seguir, a pesar de que a lo que vas realmente es a escribir una pseudo carta de amor y de paso, muy probablemente, a ponerte en ridículo.

No creo que le importe esto. ¡Concéntrate!

Supongo que te habrás dado cuenta de todas las veces que te he ido a pedir un lápiz a tu oficina. Tú me lo das con esa sonrisa que pones cuando no sabes cómo reaccionar, como si tuvieras miedo de preguntarme por qué cada dos días voy a pedirte un bic azul. No sé qué imagen estarás haciéndote de mí en base a estos últimos días, cómo se va acabando la que pudiste haber tenido antes, pero al menos te puedo asegurar que mientras tú te preguntas qué clase de enfermedad mental me hace perder tantos bolígrafos, yo siento que me meto en una hoguera cada vez que atravieso el umbral de tu pequeña oficina. Y lo hago porque estoy comprometida a recordar cada día que existes, que transcurres un par de metros más allá y que eventualmente voy a tener que hacerte llegar este cuaderno, con estas palabras escritas atrás, y enfrentar tu respuesta sea cual sea a pesar de que me quemo viva cada vez que me tomas atención y pareces enternecida por la forma en que formo un nudo con mis propias palabras, yo lo único que pienso es en terminar todo esto de una vez, por mucho que me ponga nerviosa al estar frente a ti.

No es una sensación completamente desagradable. NO

No es una sensación que me resulte desagradable. Más bien lo contrario. Hace mucho que había renunciado a encontrar algo así. Y supongo que estoy siendo lo más honesta posible al decirlo. Quiero comprometerme con esa honestidad, quiero que veas todos los errores que cometo porque, aunque no lo creas, no soy muy buena hablando de mis propios sentimientos. Es algo que quiero que sepas, o al menos que deduzcas, aunque creo que ya lo sabes, porque me sonríes cuando trato de hablarte, y es una sonrisa que es cálida como los cafés que nos tomamos cada mañana.

Ni hablar de ponerlo en papel, donde puedo ver la corriente de mis propias palabras, torpe y temblorosa como toda yo en estos últimos meses.

Aunque… tampoco puedo decir que estoy siendo lo más sincera posible. No solo porque al fin y al cabo prefiero tachar lo que no me gusta o lo que me avergüenza, sino porque podría perfectamente decirte esto a la cara y asumir la forma en que me tropiezo con mi propia lengua, ¿no? Hemos hablado muchas veces, ido a tomar un café o dos en la cocina de abajo, reído de un par de chistes…

No estoy muy segura de qué es lo que me detiene. La gente mira mucho, supongo, y no quiero que me miren más de lo que ya me miran. Pareciera que a ti no te importa, pero a mí sí.

***

Ok, han pasado dos días. ¿Te diste cuenta que no he ido a pedirte lápices, pero hoy sí? Creo que ese es el tono más adecuado. Hablarte a ti. Me dijiste, “Sí, claro. Toma” con una sonrisita diferente a otras veces y yo que me muero de vergüenza porque creo que te diste cuenta de que ya tenía un bolígrafo en la oreja.

No me di cuenta hasta que vi mi reflejo en la ventana afuera de tu oficina, en serio.

Aunque sí me lo diste. ¿Acaso sospechas algo? Podría jurar que no dejé este cuaderno de cabeza. Ojalá me lo esté imaginando. Pero la gente habla de ti, lo suficiente como para que llegara a temer por tu permanencia aquí. Aunque si no fuera por esas cosas que dicen, nunca me hubiera atrevido a escribir todo esto. Como ver una pequeña ventana de luz en una habitación oscura. Una pequeña posibilidad de que tu sepas lo que se siente porque lo has vivido. No quiero que pienses que te quiero en mi cama (o en cualquier otra), la idea siempre me ha resultado rara e innecesaria, pero si algún día tú me lo pidieras no me molestaría hacerlo solo por compartir de una forma tan cercana e íntima contigo. La verdad es que ni siquiera sé por qué escribo esto, por qué salté a ese tema tan delicado. Es como si me desbordara por los lados y me viera obligada a decir que todo va bien.

Ammm…

Nos conocemos de antes. Debí aclarar eso. Fuimos al colegio juntas, la misma clase de contabilidad en el liceo comercial. Íbamos en distintos cursos, eso sí, pero nos conocíamos y hablamos más de una vez. Me pregunto si ya sentía por ti en ese entonces algo como lo que siento ahora, pues no me atreví a pedirte tu amistad y terminé mi cuarto medio sin ser apenas conocidas. Como si tus ojazos castaños y tu cara de seriedad y tu sempiterna amabilidad me tiraran para atrás a pesar de que me parecías indicar lo contrario.

Un día soñé que nos besábamos en el fondo de una sala vacía. Y a veces me parece que no fue un sueño. ¿Lo fue?

Y vivía extrañamente conforme con eso, de la misma forma en que me conformé con el helado dolor de saberme olvidada cuando me saludaste por primera vez hace dos años. Porque esas cosas pasan y no tendría por qué quejarme, porque al final sí hablamos y sí me miras.

¿De verdad ya han pasado dos años?

A veces me pregunto si no he vivido de la misma forma toda mi vida. Forzosamente de acuerdo con lo que sucede a mi alrededor, con no poder concretar lo que quiero, con quién quiero, de qué forma quiero. Sé perfectamente que no soy la única que siente algo así, y pareciera que mientras más sé lo que me pasa aquí adentro, más fácil es aceptar que lo mejor es pretender que no existe. Es más sencillo enterrar algo cuando ya sabes las dimensiones del ataúd.

Pero ahí estás tú con esa mirada que no sé cómo interpretar y lo que habla la gente de ti y pareciera que no te importa y yo me sigo quemando porque a veces sueño que estoy en un barranco y estas detrás de mí y también el fondo esperando a que salte y pinchándome la espalda para que salte y parece que has reemplazado al sol porque cada vez que veo el atardecer siento que en realidad estoy mirando una ampolleta roja de 40 watts instalada detrás de la ventana de mi habitación.

Pero, ¿qué es lo que quiero?

***

Estás perdiendo el tiempo

Pensando, pensando

Por lo que más tú quieras

¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?

***

Ok, ahí se fueron otros dos días de escritura y ¿rayamiento? ¿Tachamiento? Seis lápices azules prestados en total, alineados aquí, al lado del cuaderno. La verdad es que releo lo que llevo y me es difícil no querer tachar más.No sé realmente qué quiero lograr con esto, solo pienso en lo torpe que me leo. Creo que ya es hora de terminar la carta de una vez.

Sé que me has invitado varias veces al café de la esquina y yo siempre te digo que no, que estoy ocupada, que tengo que hacer, etc. Sé que puedo sonar algo hipócrita con lo que estoy por pedir. No pretendo parecer muy… demandante o intensa, en serio. Sólo es una pregunta sincera:

¿Te importaría que ahora yo te invite a un cafecito y que tú no hagas lo mismo que llevo haciendo todos estos meses?

Me gustaría que recordaras que hace varios años, cuando aún usábamos falda, blusa y corbata, estuvimos a punto de ser amigas. Que supieras que, si no hubiera sido por muchas cosas del pasado, quizás algo más. A estas alturas ya no sé si me importa tanto lo que los demás digan.

Tal vez sólo me gustaría saber que, en realidad, nunca me olvidaste.



Bárbara Donoso Videla (Chile, 1995). Aún sin título profesional a pesar de haber aprobado su defensa de tesis. Para titularse debe rendir la prueba diagnóstica de lenguaje de primer año y así demostrar que, aparentemente, sabe escribir. Escasa trayectoria literaria, pero ya escribió para la Marabunta una vez. Dejó pausado su blog de cuentos y tiene una novela a medio terminar.

Entrada previa Comentario editorial [Año 7, No. 19, Literatura LGBTIQ+]
Siguiente entrada ¿Hay algo más persistente que el dolor?: Restauración de Ave Barrera