¿Hay algo más persistente que el dolor?: Restauración de Ave Barrera


por Mauricio Morales


Restauración (Paraíso Perdido, 2019) es la segunda novela de la escritora Ave Barrera, obtuvo el premio literario LIPP La brasserie, y recibe al público con un par de epígrafes: “Soy, tal vez, el recuerdo remotísimo de mí misma en la memoria de otra que yo he imaginado ser.”; y “[…] Soy la materialización de algo que está a punto de desvanecerse, un recuerdo a punto de ser olvidado…”. Ambas frases son extraídas de Farabeuf o la crónica de un instante (Joaquín Mortiz, 1965), novela de Salvador Elizondo.

Tal como lo sintetiza Margo Glantz,1 Farabeuf, premio Xavier Villaurrutia de 1965, concreta una forma y una temática diferentes a las que, en el momento de su aparición, eran reconocidas como propias de la literatura mexicana. Medio siglo después de ser publicado, aquel innovador ejercicio de escritura sigue siendo distinguido como una obra singular, novela para escritores y libro-objeto de culto.2

Farabeuf es el retrato del instante siniestro en el cual horror y erotismo consuman un acto atroz y bello. Al considerar algunas de las aristas que enmarcan la naturaleza de la novela es posible asociarla al objetivo de la recreación en los planos estético e intelectual. Los hechos observados son cuatro. A) El génesis. La idea llegó a Elizondo cuando, mientras leía el ensayo Lagrimas de Eros de Georges Bataille, observó una foto que muestra el suplicio chino llamado Leng-tch’é, muerte por mil cortes. B) El epígrafe a su vez utilizado: un pensamiento de Emil Cioran en el que puede interpretarse que la vida es la experiencia de la nostalgia, transgredir el andar natural del tiempo para persistir en instantes pasados. C) La actividad simbólica como pilar del argumento. La historia y sus paradojas son propiciadas por el sentido conceptual y narrativo de diversas entidades gráficas: la misma fotografía del suplicio; el carácter chino liu; El amor sagrado y el amor profano de Tiziano; ilustraciones del Précis de Manuel Operatoire del médico L. H. Farabeuf; el Teatro Instantáneo del Dr. Farabeuf; la configuración geométrica del clatro. D) El acuerdo de la crítica que ve en el texto un sobresaliente logro artístico. José Luís Martínez3, por ejemplo, señala que “con Farabeuf […] llegaba a la llana y directa literatura mexicana el sentido alucinante y morboso, el juego de la ambigüedad y la presencia intercambiable de la perversión, el horror y la belleza”.

La identificación de las obras con motivaciones implícitas y subyacentes tiene, en el presente análisis, el objetivo de interpretar el sentido del diálogo que Restauración plantea a Farabeuf. La novela de Ave Barrera, al suscitar un encuentro de reflejos, simetrías y contrapartes con aquel celebre antecedente, ofrece a la tradición literaria de México crecer hacia los horizontes de una obra que no sólo destaca por su gozo estético, sino por enlazar a su argumento agudos cuestionamientos útiles, en suma, para desmontar un método de violencia que hace de las relaciones humanas un espacio de destrucción.

El conocimiento de esta novela se da como puede ocurrir con el de una casa de larga memoria familiar.


Fachada

Repartidos en tres capítulos, setenta y tres fragmentos contienen la historia de dos mujeres que buscan, en un momento de crisis, un sentido para su existencia. En los años sesenta, el ejercicio abnegado de la maternidad será, para Gertrudis, una vía hacia la redención, necesaria por las imposiciones que la enfrentaron al desarraigo y a la culpa. En el año 2015, con la esperanza de que su empeño signifique la final definición de una vida compartida, franca y recíproca, Jazmín hace propio el abrumador trabajo de restaurar una casa abandonada. Ambas mujeres están solas. Ambas verán sus vidas determinadas por los actos de hombres que adoptan un cruento rol de pareja.

La sucesión de fragmentos no transmite los hechos en orden cronológico. No es una sola voz la que se ocupa de narrar. Mediante los estilos directo, directo libre, indirecto y soliloquio, cuatro diferentes narradores, un omnisciente y tres primeras personas, relatan las fracturas que sostienen la solución de la novela, un hecho fantástico que identifica a Gertrudis y Jazmín como reflejos de la misma, terrible y trágica imagen.

La estructura, los distintos estilos y narradores no logran, por sí solos, el sentido de complejidad. Hace falta una manera específica de contar. En Restauración, Ave Barrera ha ejercitado un fino trabajo de tejido para lograr un discurso tan diáfano y accesible como es hondo e intrincado. Como resultado de ese esfuerzo (y de la intención implícita de generar el efecto de tensión creciente), la naturaleza del discurso es diversa: en algunos fragmentos despliega la concisión y claridad propia de los verbos y el instante, mientras que en otros equilibra agilidad, pausa y atención para describir, acumulando emotividad, hechos evocados de una memoria próxima (aunque entre la experiencia de Gertrudis y Jazmín se abre la puerta al recuerdo de hechos lejanos que permite introducir la relación memoria-olvido, clave en esta historia tanto como lo es en Farabeuf). También están presentes las secuencias, poco específicas, que avanzan en presente continuo y dan espacio al lenguaje para crear escenas poéticas casi independientes.

La compleja forma de Restauración podría interpretarse como un reflejo de las cualidades inscritas en Farabeuf: estructura fragmentaria; múltiples voces, estilos y tiempos narrativos; el discurso que gesta una tensión obstinada. Es en la prosa, sustento que anuda el contenido, donde comienza la intensión de crear no sólo originalidad, sino postura crítica.

En Farabeuf, Elizondo plasma ideas extensas, explicaciones detalladas de movimientos, procesos manuales y operaciones lógicas; también descripciones diversas para las mismas escenas, resultado de la experimentación con la perspectiva. El propósito fue, tal vez, reproducir la dinámica incesante, abstracta e incierta del pensamiento cuando está volcado en el esfuerzo de la memoria. En consecuencia, los narradores de Farabeuf tienen la libertad de recrearse en el lenguaje.

En Restauración la constante es la brevedad: los párrafos contienen frases cortas que expresan ideas concretas. Resulta significativo que dos personajes narradores coincidan en comunicar, a través de la introspección, un estado emocional de angustia. Gertrudis y Jazmín hablan de sus miedos y preocupaciones, de la esperanza de superarlos. Si la palabra expone algo de ellas es el corazón. Otro signo distintivo es la aparición de voces anónimas y de personajes del pasado que interrumpen el relato para reclamar presencia usando la diagonal como único aviso tipográfico. De tajo / Guillotina entre líneas. Esta marca se suma al notorio punto y seguido para convertir a Restauración en el escenario donde el suplicio de los mil cortes es infligido también a las historias de vida, al recuerdo.


Interiores

En la prosa “Del epígrafe”,4 Julio Torri observa que la comunicación entre obras puede darse de dos maneras, una de filiación directa y otra, más sutil, operada por vibraciones misteriosas, por alusiones apenas intuidas. El interés humano de Restauración puede ser interpretado al describir cómo adopta, en su original argumento, ambas vertientes del diálogo intertextual.

Un primer eco notable es la nostalgia de muerte que Juan Rulfo cristalizó en Pedro Páramo (Fondo de Cultura Económica, 1955). Esa especial melancolía (parafraseada de forma brillante en los fragmentos finales) acompaña la vida de Gertrudis y Jazmín desde el momento en que deciden, cada una a partir de sus motivos, dejar el núcleo familiar. La despedida implica la primera herida. La manera en que Gertrudis y Jazmín recuerdan la salida de sus pueblos natales hace pensar, más que en separaciones temporales, en la pérdida irremediable de una vida plena de cariño y protección. Aunque ambas llegan a la capital del país cargadas de nuevas esperanzas, será fácil percibir en sus relatos un luto no resuelto. Las dos sufren la orfandad materna tiempo antes de que, efectivamente, sus madres mueran. Son estas últimas quienes, al no aprobar las elecciones de sus hijas, cortan el vínculo y abren así una primera puerta a la soledad y al dolor. En Restauración la experiencia del dolor avanza del plano emocional hacia el físico hasta llegar al extremo de mayor horror. Ave Barrera cuenta esto para reflexionar sobre el cómo y el para qué de las relaciones humanas, dando especial atención a esas establecidas con el sentido de expresar amor. La conexión que debería partir del respeto al ser y funcionar como engranaje de apoyo y construcción mutua, es precisamente la que Gertrudis y Jazmín no podrán tener.

Gertrudis está casada con Eligio Vargas Pani, fotógrafo que ha logrado reconocimiento y fama en su medio, así como una posición económica despreocupada. Luego de una relativa alegría, y de dar a luz a gemelas, Gertrudis terminó por aceptar que Eligio estuviera harto de ella; aceptó la distancia cada vez mayor entre ellos, aceptó dedicarse sólo a su casa y sus hijas, volverse invisible e ignorar las repetidas sospechas de infidelidad. La crisis aparece cuando, ya adaptada al bajo perfil, Gertrudis sostiene esporádicos encuentros sexuales con el mejor amigo de Eligio.

De forma paralela, el riesgo también se gesta en la vida de Jazmín. Un día, mientras estudia para realizar trabajos finales de su posgrado, conoce a Zuri, joven fotógrafo ensimismado y de conducta obsesivo-compulsiva. A partir de una fotografía tomada sin permiso, Zuri y Jazmín inician una relación errática caracterizada por la confianza de ella y la continua ausencia de él. Semanas después de un amargo episodio, en donde él fuerza una relación sexual, Zuri pide a Jazmín acompañarlo a la vieja casona, abandonada ahora, que perteneció a su, recientemente fallecido, tío abuelo: Eligio Vargas Pani. Luego de conocer la razón que exige la reapertura de la casa, Jazmín verá en su restauración una vía a la estabilidad, a un futuro solido junto a Zuri. El esfuerzo no será valorado con justicia, la esperanza tendrá fin repentino. Jazmín vivirá, como Gertrudis, vergüenza y miedo. Casi el mismo dolor.

Realidades similares han sido padecidas por otras protagonistas. En la obra de Inés Arredondo está descrita una forma específica en que la mujer debate consigo misma cuando la sombría opción de relacionarse con un hombre, amado o amante, es un camino plagado de infiernos particulares: la sexualidad no consentida, el deseo que no puede nombrarse, la tortura de los celos, el titubeo enlazado al remordimiento.

Realidades similares también han visto la luz gracias a la imaginación audaz que nutre al género fantástico. En Amparo Dávila el constante efecto del terror, el horror y lo siniestro no es gratuito, tampoco lo es el uso reiterado de motivos como el destino marcado por la fatalidad, las presencias extrañas, monstruosas en su indefinición, y la percepción ambigua de personajes que experimentan estados de conciencia alterada. Dávila no usa todo lo anterior para “huir” de la realidad, sino para representar sus fracturas. Aquello que en un sistema de vida es vil, cruel e injusto, adquiere, en las páginas de Dávila, forma de pesadilla imprecisa, pena que cae, también, sobre el destino, sobre las opciones de vida de la mujer.

El efecto de conmoción de cuentos como “La sunamita”,5 “Atrapada”,6 “La señorita Julia”7 y “El último verano”8 habita también la casa en que vivió Gertrudis y que Jazmín quiso restaurar. Como el dolor, la sensación de peligro, de inminencia, es casi la misma.

Al observar que, a lo largo de una tradición literaria de décadas, se han creado historias hermanadas por incluir una amenaza próxima, latente, hacia la mujer, podría llegarse a pensar, a simple vista, que a las protagonistas les ha sido impuesto un destino de indefensión imposible de superar. Debe ser aclarado, pues, que, si esto es así, tanto en Arredondo y en Dávila, como en Restauración y en todas las obras que vislumbren trazos del mismo sufrimiento, es porque justo esa es la manera en que ha sido construida una realidad, para prohibir o condicionar el acceso de la mujer al desarrollo humano. En su oportunidad, Ave Barrera usa las reglas de la ficción para mostrar, sin caer en el señalamiento panfletario, que, si una mujer no sale de una situación de riesgo, si no evita el peligro, no es porque no quiera o no pueda, sino porque sobre ella pesa un sistema de relación interpersonal que sólo considera una forma de expresión: el sometimiento. Restauración presenta un análisis del abuso que somete a quien es maltratado hasta hacerle sentir culpable del maltrato. A una tradición de narrativa sobre mujeres escrita por mujeres, Ave Barrera suma también su voz para definir como incuestionable una realidad muchas veces relatada: el dolor y la desesperanza que la mujer enfrenta al perder libertad, persona y vida en el curso de relaciones que, en principio, son promesa de amor, pero de uno sometido a los términos de espíritus incapacitados para amar.


La habitación prohibida

El otro diálogo posible, el directo, frontal y pleno de intención, lo propone Restauración a Farabeuf. En el desarrollo de su argumento, Ave Barrera no sólo intercala motivos, frases y escenas propias de la historia contenida en Farabeuf, sino que también delinea los rasgos necesarios para formar una imagen del autor, al menos un probable reflejo.

Chava, tipo culto y encantador, es amigo íntimo, cómplice, de Eligio, con él aprendió, desde la infancia, a desplegar el carácter frío, indolente, calculador a la vez que osado del “hombre de mundo”. Chava está dedicado a la literatura, la analiza e intenta crearla. Es ya lugar común atribuir un espíritu sensible, empático, a quien ejerce algún oficio artístico, como lo son la fotografía y la escritura; esa “norma” es impugnada de forma franca mediante el perfil de Chava, el hombre que, si bien es capaz, a partir de observar una fotografía del suplicio Leng-tch’é, de abstraerse hasta que el pensamiento, complacido en sí mismo, lo lleva a preguntar “¿Hay algo más tenaz que la memoria?”, también celebra y ejerce el exceso carnal, lascivo, implícito en el dominio que su cuerpo instaura (con el permiso de Eligio) sobre el cuerpo de Gertrudis.

A partir de múltiples referencias es posible imaginar a Chava como una encarnación de Salvador Elizondo; debe aclararse que esta representación es la propia de la novela. Mario Vargas Llosa ofrece un razonamiento útil para comprender el mecanismo de sucesos que no tuvieron lugar en la historia: la verdad de la novela, que transgrede a la verdad de la vida para decir y conservar en el tiempo de la ficción lo que en el tiempo histórico podría quedar oculto, depende de la capacidad persuasiva del narrador, de la capacidad de inventar mentiras que, además de emocionar al lector, logren desenmascarar las verdades de una época y los ecos de ella en posteriores.9 Sólo así es posible entender, por ejemplo, que Fernando del Paso escribe con el puño y la letra de Maximiliano de Habsburgo un texto inexistente.10 No es necesario, pues, revisar con lupa las posibles biografías de Elizondo para saber si cometió o no actos similares a los cometidos por Chava, basta concluir que Chava es la mentira, sinécdoque al mismo tiempo, que Ave Barrera necesitaba escribir para decir otra verdad incuestionable: el dolor que invade la existencia de la mujer no es un ente autónomo, de generación espontánea, sino el resultado de actos conscientes llevados a cabo por quienes repiten los patrones dictados desde la hegemonía. El responsable es el hombre mutilado desde la infancia para reproducir un carácter frío, indolente, calculador a la vez que osado. Es Eligio, es Chava, es Zuri. El hombre que es peligro y daño, incluso para sí mismo, cuando intenta una forma de amar desprovista de amor.

Aunque resulte paradójico, la tesis de este análisis no tiene completo sostén sólo en la consideración de los elementos que Restauración recupera explícitamente de Farabeuf. Hace falta proponer, aceptando el riesgo de caer en la conjetura, otro probable reflejo, ahora el de Ave Barrera. La clave se encuentra, tal vez, en la mirada con que la autora cumplió la lectura de Farabeuf. La lectura de un momento específico, el párrafo dejado por Salvador Elizondo hacia el final del capítulo VII de su novela: “Mira ese rostro. En ese rostro está escrita tu verdad. Es el rostro de una mujer porque sólo las mujeres resisten el dolor a tal extremo.” El fragmento, brevísimo ejemplo del artificio literario que permitió a Elizondo convertir una realidad atroz en sofisticado juego retórico, revela una posibilidad: el cuerpo en el centro de la fotografía, ese ya desmembrado que aún soporta el suplicio, es el de una mujer. Tal vez, ante este efecto siniestro, Ave Barrera se detuvo para, a su vez, abstraerse y renovar el sentido de las palabras mediante una pregunta, cuestión que Gertrudis y Jazmín, luego de entrar a la habitación prohibida, ya no alcanzan a decir: ¿por qué debe ser la mujer quien soporte el dolor hasta el extremo de máximo horror?

Así, Ave Barrera ofrece una obra que sirve como llave de entrada al hábito que hoy es necesario para cuidar lo que nos vuelve humanos: el cuestionamiento del canon, el cuestionamiento de la tradición, tanto literaria como social. Restauración equilibra el éxito de una búsqueda ética y estética; puede considerarse novela para escritores, pero no sólo porque funciona como modelo de técnica narrativa, sino porque lanza un llamado a quien se dice creador, a quien aspira a serlo: usar la mirada y las herramientas para descifrar y exponer aquello que niega, a mujeres y hombres, un presente justo, equitativo. En un sentido más amplio ese llamado podría extrapolarse para, incluso, sugerir al artista la adopción de una postura ética que dé congruencia al binomio vida-obra.

En conclusión, a pesar de enmarcar historias de sufrimiento, Restauración es un bello signo de esperanza. Mientras disecciona la violencia que fija identidad de suplicio en la tradicional relación de pareja, la novela habla directamente al corazón de quien lee para encomendarle ensayar expresiones de relación humana que excluyan la opresión. Luego de ser asimilados, los renovados encuentros permitirán reconstruir compañía, intimidad y erotismo. Este es el anhelo intuido gracias a la lectura de Restauración: creer que las personas, los cuerpos, todavía podrán entregarse infinitamente, más allá de los límites de la memoria, en el presente continuo que será la existencia cuando no la domine el dolor y el miedo, sino una libre, incuestionable determinación de amar en términos de vida.


Notas

1 Margo Glantz: “Farabeuf: escritura barroca y novela mexicana” en el sitio web de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/farabeuf-escritura-barroca-y-novela-mexicana–0/html/

2 David Marcial Pérez: “Farabeuf, 50 años de la novela de las mil heridas” en El país, 1 de enero 2016.

3 José Luis Martínez: “Respuesta al discurso de ingreso de don Salvador Elizondo” en el sitio web de la Academia Mexicana de la Lengua: http://www.academia.org.mx/sesiones-publicas/item/ceremonia-de-ingreso-de-don-salvador-elizondo

4 En Julio Torri: Ensayos y poemas. México, Librería y casa editorial de Porrúa hermanos, 1917.

5 En Inés Arredondo: La señal. México, Era, 1965.

6 En Inés Arredondo: Río subterráneo. México, Joaquín Mortiz, 1979.

7 En Amparo Dávila: Tiempo destrozado. México, Fondo de Cultura Económica, 1959.

8 En Amparo Dávila: Árboles petrificados. México, Joaquín Mortiz, 1977.

9 Véase la Introducción de Mario Vargas Llosa: La verdad de las mentiras. España, Seix Barral, 1990.

10 “Ceremonial para el fusilamiento de un Emperador” en Fernando del Paso: Noticias del Imperio. México, Diana, 1987.



Mauricio Morales. Soy originario de Tlaxcala. Obtuve el título de Psicólogo en el Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia de la UNAM. He participado en talleres de creación literaria en Tlaxcala, Guadalajara y Ciudad de México; como resultado de esta formación he publicado cuentos en medios impresos y electrónicos, locales y nacionales.

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