Reseña (sin spoilers)
De todas las películas animadas que ha hecho DC/Warner en los últimos años, Batman: The Killing Joke es la primera con la distinción de llegar a las salas de cine de varios países. Esto quizá se debe al prestigio que posee por tratarse de una adaptación de un célebre cómic del guionista británico Alan Moore. Y ése es el punto más fuerte de este film: la adaptación hecha por Brian Azzarello del guión de Moore es bastante respetuosa, salvo por las escenas del inicio que sirven como prólogo y que cumplen la función de presentar a Barbara Gordon/Batgirl a aquellos quienes no están familiarizados con el personaje. El único problema con este segmento inicial es que rompe con el tono del trabajo original, debido a los momentos de acción y a una deficiente imitación del estilo de Moore. Fuera de eso, se respeta el pesimismo y violencia del cómic.
En el aspecto visual la película tiene elementos dispares: el diseño de personajes y escenarios traduce de manera satisfactoria las ilustraciones de Brian Bolland (Animal Man, Wonder Woman), uno de los mejores artistas del cómic estadounidense. Sin embargo, no hay nada que resaltar de la animación, sobre todo si la comparamos con cualquier otra película animada que hayamos visto en las salas de cine en los últimos años. De hecho, el principal problema de la obra dirigida por Sam Liu (Batman: Year One, Batman: The Dark Knight Returns) es la disonancia entre la animación acartonada, el trabajo de los reconocidos actores de voz Kevin Conroy (Batman) y Mark Hamill (Joker); y los diálogos que, por su complejidad, funcionan en el cómic pero no logran decirse con naturalidad en una animación con un ritmo demasiado apresurado, quizá por la necesidad de ajustarse una duración específica.
The Killing Joke conserva la trama pesimista y los complejos temas del aclamado cómic en que se basa; no obstante, como experiencia cinematográfica es irrelevante, debido a sus obsoletos valores de producción. De modo que sólo es recomendable para los fans de hueso colorado del caballero de la noche.
Comentario de la obra de Alan Moore (con spoilers)
En los setenta inició un proceso progresivo de introducción elementos que le dieron realismo (con todas las complicaciones que este término acarrea) al cómic estadounidense de superhéroes. Esta tendencia inicio en la edad de bronce con autores como Dennis O’Neil (Batman, Green Lantern/Green Arrow), quien introduce temas como el ecoterrorismo y el racismo. La cúspide de esta práctica se alcanza en la llamada era de hierro o era oscura a mediados de los ochenta con el trabajo de varios guionistas, los más reconocidos Alan Moore y Frank Miller (Batman:Year One, Daredevil: Born Again).
Moore ha promovido la percepción de que él es una especie de mago extravagante con dioses y rituales propios; sin embargo, esta imagen se contrapone con la meticulosidad y frialdad con la que construye sus cómics. Un ejemplo claro y conocido es Watchmen (1985), una miniserie con una complejidad formal nunca antes vista hasta ese momento. Otra muestra es Batman: The Killing Joke (1988), una historia en un solo tomo en la que el autor británico expone una hipótesis en voz del villano Joker: sólo hace falta tener un mal día para que alguien se vuelva completamente loco. El sujeto del experimento del Joker es el comisionado Gordon; él y Barbara/Batgirl, su hija, son blanco de un violento ataque que marcará sus vidas.
A lo que voy es que Alan Moore, más que un mago, es un científico que, como si se tratara del Dr. Manhattan, aplica con frialdad cargas mayores de realismo a los todavía inocentes personajes de historieta de aquellos años hasta el punto de romperlos literal (en el caso de la hija del comisionado Gordon) y simbólicamente (como es el caso del propio Batman, quien mata “fuera de cámara” al Joker, tal como señalan algunas interpretaciones de la conclusión de The Killing Joke).
Ya sea mago o científico, Moore ha dejado una marca muy profunda en la tradición del cómic estadounidense. Sería hasta la segunda mitad de los noventa en que los relatos de superhéroes iniciarían una reconciliación con su pasado, aunque ya sin volver a ser los mismos. El propio Moore, en una etapa posterior como autor, exploraría la figura del superhéroe como pastiche posmoderno en obras como Supreme (1996-1997) y 1963 (1993). Así, el proceso de cicatrización comenzaría.