La coquita


por Reyna Bustamante Maldonado

Todas las Coca-Colas en envase de plástico tienen dos sueños: ser una coca de quinientos mililitros en envase de vidrio (porque son las más buenas) y salir en un comercial conmovedor con humanos haciendo cosas divertidas como plantar árboles a escondidas por toda la ciudad o hacer columpios en los postes de luz. Las pobres cocas sólo son creadas en la fábrica y llevadas en un viaje turbulento hacia el refrigerador y ahí lo único que les queda es esperar a que alguien las compre, beba su esencia y tire sus cadáveres al bote de basura. Si tienen suerte sus restos serán fusionados y convertidos en otros productos. Pero si la vida les da su mala cara entonces serán envases de nuevo y otra esencia estará llenándolos hasta que alguien las beba… o un milagro divino ocurra. Así de absurdas son sus cortas vidas.

Las cocas de vidrio de quinientos mililitros son la crema y nata; todas quieren ser como ellas porque salen en comerciales, son las preferidas, las más antiguas, las de mejor sabor, las que tienen su área VIP en el refrigerador. Y como precio por sus vidas de lujo sufren más que las de plástico: pueden morir de una caída y perder su esencia sin haber pasado por el sistema digestivo de un humano.

Pero las coquitas, las pequeñas y de vidrio tienen la peor vida, porque ni las de plástico ni las de vidrio las aceptan en sus círculos. Y como casi nadie las consume tienen que pasar semanas imaginando que algún día, o serán consumidas o serán famosas; cualquiera de las dos opciones está bien. El mito de las coquitas dice que en la creación las cocas podían moverse y que durante un día de campo en el día más hermoso de la primavera, una coca de vidrio famosa se encontró con una de plástico dentro de una hielera. Tuvieron el sexo más placentero y sudoroso posible y al terminar fueron separados. De ese encuentro nacieron las coquitas.

En el refrigerador de la tiendita de la esquina solo queda una coquita. Ya tiene tres semanas volviéndose loca por no poder moverse. Está perdiendo la tapa, la esperanza, se le están acabando las burbujas. En eso llega el Señor de la Coca-Cola con un montón de botellas pequeñas para meter al refrigerador. La coquita se mueve con el ligero roce del brazo del Señor. Cae al suelo muy triste por no haber cumplido sus sueños. Mientras está en el aire puede ver a las nuevas coquitas ocupando sus lugares en el refrigerador. Su cuerpo se hace pedazos cuando alcanza el suelo y su esencia se esparce como un mini Big Bang. El dueño de la tiendita sólo se limita a poner los restos del cadáver en la basura y a limpiar el suelo con un trapeador mugroso. “Perdón”, dice el Señor de la Coca, quien no se tomó la molestia de estirar el brazo para atraparla en el aire, pero sí la de ir al camión por otra coquita.

Reyna Bustamante Maldonado nació en la ciudad de Hermosillo, es egresada de la Lic. en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora y gusta de participar en eventos locales de creación literaria. En el 2014 participó en el Curso de Creación Literaria para Jóvenes Escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas llevado a cabo en la ciudad de Xalapa, Veracruz.

Entrada previa Bullying a Murakami
Siguiente entrada El colibrí