por Jimena Ruiz Marrón
Entre los siglos XVI y XIX se publicaron en Inglaterra más de veinte libros distintos bajo la variante del título Pills to Purge Melancholy o, en español, Pastillas para curar la melancolía. El título de estos libros alude a los poderes curativos de la música, contienen canciones “nuevas” y viejas que lidian con una amplia variedad de temas, siempre manteniendo un tono humorístico. La publicación de estos libros coincide con el apogeo y decadencia de la música como remedio médico y podrían llegar a ser una fuente primaria útil para explorar las capacidades curativas de ésta. Para poder indagar un poco en el uso de dichas canciones, primero habrá que intentar definir de dónde vienen, cómo cambió su uso al fijarse en un libro y si contienen alguna cualidad considerada “curativa” durante la época. Debido a su naturaleza cómica y popular, los archivos y bibliotecas tienden a clasificarlos como libros de chistes. Sin embargo, su forma y contenido los emparentan más de cerca con los cancioneros, género literario que se encuentra en el poroso límite entre la literatura y la música. Estos libros pueden o no contener la notación musical que acompaña a los textos líricos, pues muchas veces la gente se sabía las melodías de memoria o imponían tonadas populares a nuevos textos —siempre y cuando la métrica lo permitiera—.
El origen de estos libros es un tanto incierto, pero podemos comenzar a trazarlo a partir del origen de las canciones mismas. Muchas de las canciones populares contenidas en estas compilaciones fueron inicialmente publicadas durante el siglo XVI en forma de broadsides —panfletos o volantes—, dándole nombre a este género de canción popular inglesa. Las hojas con las letras se pegaban en las paredes de las tabernas para que la gente cantara mientras bebía; también existían pequeñas agrupaciones musicales que las tocaban y cantaban, principalmente en espacios públicos. Muchas veces, estas canciones eran catalizadoras de conflictos y peleas callejeras (Playford, Purcell, and the Functions of Music Publishing in Restoration England, 243–90).
La mayoría de estas canciones no están adjudicadas a ningún autor, sin embargo, algunas melodías estaban relacionadas a temas o partidos políticos específicos. Aun así, esto no impedía que las melodías fueran recicladas libremente. Las baladas, como casi cualquier género popular, vivían más allá de la cultura impresa, trascendiendo el volante o libro donde se publicaron. Existían a través de la ejecución, la tradición oral y la memoria de la gente (Drink, Song and Politics in Early Modern England, 166–190).
Las canciones se imprimían en dos tipos de fuentes tipográficas: letra negra y blanca. La primera era utilizada en canciones menos sofisticadas y con contenido humanista. La segunda se utilizaba para melodías en papel más caro y cuyo contenido lidiaba con temas legales, políticos y literarios, pues su finalidad era apoyar ciertos partidos políticos. Sin embargo, los “Libros para purgar la Melancolía” no hacían ninguna distinción entre el uso de fuentes. Estos siempre se imprimían con letras blancas sin diferenciar entre los contenidos o las audiencias a quienes eran dirigidas las canciones. Otra forma de clasificarlas era por sus contenidos. Ambos, los realistas que apoyaban a Carlos I y puritanos que apoyaban a Oliver Cromwell, las publicaban con temas políticos. Más tarde, Whigs (liberales) y Tories (conservadores) se apropiaron de las melodías con letras que contenían imaginario de la guerra civil en un tono peyorativo.
El origen de los libros se debe a la indudable popularidad de las canciones y, por lo tanto, su capacidad para generar ganancias al publicador. Por otro lado, el libro también fungió como un regulador de lo que se cantaba en las calles. Una vez que las canciones se fijaron en libros, perdieron gradualmente sus atributos propios de las tradiciones orales y la música se separó de la letra, dejando de lado algunas de sus funciones sociales y conservando únicamente sus cualidades cómicas, transformándose así en libros de chistes.
No todos los libros llamados Pastillas para curar la Melancolía, o similares, contienen la misma selección de canciones y declaraciones políticas. Existe un gran número de cancioneros con títulos parecidos que fueron producidos por diferentes compiladores y editores. La primera edición conocida se llama Pills to Purge Melancholy: or a preparative to a purgation, publicada por un editor anónimo en 1599, y cuyo contenido difiere en gran medida de las ediciones tardías. Más tarde, durante el siglo XVII, el editor más famoso fue Henry Playford, hijo de John Playford quien también publicó varios números de Pastillas.
La popularidad de estos libros incrementó durante la Restauración Inglesa (1660-1688), con el regreso de Carlos II al trono. Durante este periodo, la censura fue menos estricta que durante el gobierno de Oliver Cromwell, permitiendo que los publicadores de música imprimieran libremente libros con contenidos irreverentes. Las canciones, o pastillas, publicadas en estos libros abrieron un espacio para expresar las preocupaciones políticas populares a través de melodías cómicas y, poco a poco, se convirtieron en una plataforma para que Whigs y Tories discutieran abiertamente sus opiniones sobre temas de actualidad. Algunos editores prolíficos, como John Playford, sabían que las canciones aparentemente anticuadas estaban de moda y las reciclaban una y otra vez (A1). A pesar de la reutilización de las canciones, Henry Playford denunció, en 1669, que su libro había sido plagiado por otros editores (A1, 1669).
Playford padre y Playford hijo intentaron no darle importancia al contenido político de las canciones. Para lograrlo, los compiladores incluyeron en todas sus ediciones un poema donde aclaran que “Aquí hay pastillas de todo tipo, para los del campo, la ciudad y la corte” (A2), dejando en claro que sus canciones eran aptas para todo público, independientemente de sus inclinaciones políticas, y enfocándose en sus propiedades cómicas y catárticas. Ambos tenían buenos motivos para hacer esto, pues las canciones eran más que propaganda política. A final de cuentas, fueron creadas para entretener y atrapar la atención de la gente. En el poema inicial, Playford alienta al lector a comprar estos libros para curar las penas que lo acoge, pues es mejor gastar una libra en música que guardar una libra de amargura: “Then be wise, and buy, not borrow, / Keep an Ounce still for to Morrow, / Better than a pound of Sorrow” (Ídem).
Durante el siglo XVIII se publicaron varios libros con una gran cantidad de similitudes. Un ejemplo de ello es la edición de 1714 de Playford hijo, titulada Wit and Mirth or, Pills to Purge Melancholy: Being a Collection of the best Merry Ballads and Songs, Old and New. Fitted to all Humours, having each their proper Tune for either voice, or Instrument: Many of the songs being new Set y la primera edición de Thomas D’Urfey en 1719, cuyo título es idéntico pero el contendio completamente distinto, al tener una descarada agenda realista.
A pesar de la gran importancia de Playford como editor en la industria musical, la mayoría de los recuentos bibliográficos les dan más valor a las ediciones de las Pastillas publicadas por D’Urfey y, erróneamente, adjudican la autoría de varias canciones a este último. La gran diferencia es que las ediciones de D’Urfey sí contienen notación musical y las de Playford no, pues el primero aspiraba alcanzar a un público más “culto”, mientras que el segundo prentendía hacer publicaciones accesibles para todos, confiando en la popularidad de las melodías publicadas.
Para acercarnos más al contenido de los cancioneros, hablaremos de las ediciones 1684, 1655 y 1714. La forma de las antologías de Playford es idéntica en todas sus ediciones. Todos los libros comienzan con un texto breve justificando la nueva edición, seguido de un poema dedicado al lector, donde el compilador se deslinda de cualquier postura política implícita en el texto. Después contiene el índice de las canciones en orden alfabético, varias de éstas se repiten a lo largo de las ediciones, aunque, dependiendo de la edición se puede ver mayor o menor contenido político. En la edición de 1684 hay más canciones políticas que en la de 1665 y la cuarta edición, publicada en 1714, casi no contiene ninguna canción con esta temática.
No es de sorprender que el título de los libros evoque cualidades curativas de la música. La relación entre ésta y la medicina se puede rastrear hasta los tiempos clásicos, pues Apolo es el dios de ambas disciplinas. Esta conexión continuó a través de los siglos por medio de diferentes formas. Sin embargo, para el siglo XVIII, el sistema de creencias que sostenía a la música como un remedio para males físicos y emocionales ya había quedado atrás debido a los avances científicos de la época. En 1732, Henry Fielding satirizó los poderes medicinales de la música en su obra “The Mock Doctor or the Dumb Lady cur’d”, donde un hombre que finge ser médico le prescribe canciones a su paciente (The works of Henry Fielding, 30). Más tarde, en 1774, Ralph Schomberg publicó Mousike-Latreia; or, a fiddle the best doctor, un poema que describe las propiedades curativas de la música y se burla de ellas.
Actualmente, gracias a historiadores como Penelope Gouk, sabemos que la música sí se usó como remedio medico durante varios siglos y existe una gran cantidad de textos que teorizan su uso terapéutico. Gouk hace énfasis en las fuentes primarias teóricas, con particular interés en autores como Marsilio Ficino, Henrich Cornelius Agrippa, Athanasius Kircher, Robert Burton y Francis Bacon, entre otros. Aun así, todavía hay mucho que aprender sobre la aplicación de la música como remedio médico durante los siglos XV al XVII.
De acuerdo a Gouk, la música puede curar al cuerpo humano por dos medios: a través de la escucha o mediante la ejecución. Además de estas dos soluciones, existía otra relación del cuerpo humano y la música a través de “lo oculto”. Esto se encontraba estrechamente ligado a la magia natural, que proveía de un sistema donde la música conectaba el cuerpo con la mente y el espíritu. Dicha relación se entendía a través de un proceso simpático, con el cual la música y las tensiones provocadas por ésta podían entonar al cuerpo humano con el universo (Music, Melancholy, and Medical Spirits in Early Modern Thought, 175). Esta teoría se basaba en el concepto de la Grecia clásica de música (o musicae), donde este arte sonoro consideraba a la poesía una parte integral y, por lo tanto, el efecto de la música estaba íntimamente relacionado al poder de la palabra y la oralidad. Esta relación buscaba domar las pasiones humanas a través del sonido (Ibidem, 179).
La teoría neoplatónica de los humores fue estudiada meticulosamente y reinterpretada por los intelectuales del siglo XVI, quienes aplicaron el conocimiento teórico y práctico a sus usos y costumbres cotidianas, incluyendo la composición musical. La música tenía poderes curativos, pues balanceaba los cuatro humores del cuerpo humano. Asimismo, podía hacerlo enfermar, ya que, dependiendo de la melodía, podía inducir un exceso de bilis negra o alterar las emociones del paciente de formas no convencionales (The Anatomy of Melancholy, 118).
La popularidad de la música como cura llegó a tal grado durante el siglo XVI que algunas melodías se compusieron con el único fin de alterar el cuerpo humano. De hecho, éste se volvió uno de los principios que regiría la teoría y la creación musical hasta el siglo XVIII (Retórica en el Barroco, 43). Estas teorías tienen presencia explícita en los cancioneros de Pills…. En el prefacio de la edición de 1648, Henry Playford dice que su libro tiene el poder de “curar el bazo, revivir la sangre y alegrar al oyente, por lo que nadie puede negar su beneficio” (Wit and mirth: An antidote against melancholy, 4), por lo que insiste al comprador que “sea sabio y por lo tanto compre y no tome prestado, que guarden una onza para mañana, pues es mejor que una libra de dolor”(4). En el prefacio de la edición de 1714, Playford hijo, el editor, repite el mismo mensaje, pero ahora en prosa, con el tono de una receta médica con un toque político. Playford dice que “a través del poder la música impresa, este libro traerá paz y armonía a todo el que la consuma: tanto a Whigs como a Tories. Y, sin duda, creará un mejor ambiente a través de la felicidad” (2). Para los oídos de un lector actual, esas frases con fines mercadotécnicos suenan como a un infomercial de curas mágicas, sin embargo, sería necesario saber qué tan factible era que la gente creyera en esos remedios.
The Merry Musician; or, a cure for the spleen, escrito por un autor desconocido, tiene un prefacio dirigido a “todo tipo de lectores”. Aquí, el autor se refiere a su cancionero como una receta médica y adquiere un tono científico donde declara que su publicación “es para el bien común, pues no se imprime por el dinero, únicamente por tu bienestar y el de todos los demás” (The Merry Musician, 2). Este prefacio mezcla el interés “médico” con los intereses políticos pues señala a “los imprudentes e ignorantes ‘Quacks’ quienes no saben prescribir” y los culpa de las malas prácticas médicas que llevan a los pacientes a realizar tratamientos desagradables y dolorosos que no los curan. (Ibidem, 3). La palabra “Quack” juega un doble sentido, pues puede ser traducida como alguien que pretende ser médico y a la vez guarda una relación cercana con “Quaker”, quienes eran un blanco común de las canciones contenidas en los libros. Además, este prefacio utiliza jerga médica para criticar los mismos métodos médicos de la época. El autor declara de él tiene la solución para esas enfermedades “imaginarias pero tormentosas”, refiriéndose a males como la melancolía (Music, Melancholy, and Medical Spirits in Early Modern Thought, 172). Este prefacio sostiene que los médicos son una estafa y que la música puede ofrecer un remedio eficiente y accesible para males cuyo diagnóstico estaba cambiando debido al desarrollo científico (The Merry Musician, 5).
Independientemente de los diferentes libros aquí estudiados, los tres coinciden en que el humor y la felicidad son una forma de alcanzar bienestar. Este método no debe ser ignorado, pues autores como Robert Burton (1577-1640) lo considera en sus tratados médicos. En Anatomy of Melancholy (1621), Burton dedica un capítulo para explicar que la música es un remedio médico (115). A primera vista, el capítulo de Burton no parece muy ilustrativo sobre cómo funciona la música en el cuerpo humano. Como indica Penelope Gouk, el texto de Burton alaba al “poder de la música” en lugar de explicar su funcionamiento y no muestra interés en cómo ésta podía ser utilizada de forma terapéutica (Music, Melancholy, and Medical Spirits in Early Modern Thought, 183). Sin embargo, el capítulo de Burton cobra importancia cuando se lee junto al prefacio de Pills to Purge Melancholy. En ambos casos, el prefacio y Burton hablan del poder de la música de una forma superficial, lo cual es una práctica común en la mayoría de los libros de los siglos XVI y XVII que tratan con el tema (Ídem), pero coinciden en los mismos argumentos. Burton sostiene que la mejor cura para los corazones abrumados es “una copa de una bebida fuerte, alegría, música y compañía alegre” (The Anatomy of Melancholy, 115), que corresponde al concepto aludido por los prefacios de Playford cuando escribe que “no hay mejor purga para la melancolía/ que estar contento con Baco / Todo lo demás son Desechos de locura” (An Antidote Against Melancholy Made Up in Pills, 3).
Para Burton, la música es efectiva contra la melancolía porque altera los oídos y las arterias, que a su vez ejercen influencia sobre los espíritus animales que tienen poder sobre la mente.[1] De acuerdo a Burton, la música tiene el potencial de “expulsar las penas con felicidad” (The Anatomy of Melancholy, 115) para así alterar los pensamientos. El poder de la música es tal que puede “alterar nuestros modales” y “calmar la furia”. Estos dos puntos también los discute Playford en el prefacio de 1714, donde la música no solo alegra a la gente, sino que también funciona como un mediador entre personas con posturas políticas distintas.
Por el momento, no se puede decir mucho sobre el contenido musical de los libros. Un vistazo general a la música de The Merry Musician, única edición en este ensayo que contiene notación musical, revela pocas cosas respecto a la teoría musical detrás de los poderes curativos de las melodías. Debido a una falta de consistencia en la composición de las canciones, es difícil determinar los métodos y técnicas musicales que se utilizaron con la finalidad de alterar las emociones y el cuerpo humano. Es claro que el contenido de estos cancioneros fue recolectado de fuentes diversas y la mayoría proviene de prácticas populares. También cabe señalar que algunas canciones podrían ser más antiguas que otras, pues fueron escritas de forma modal y no tonal, que era la práctica musical estándar de la época. Hay poca consistencia en la notación rítmica: algunas canciones marcan un ritmo y lo siguen sin problema, otras, no poseen consistencia en la estructura rítmica. Por último, las canciones más modernas poseen notación y ornamentación barroca. Éstas podrían ser más útiles para poder discernir cuál fue el criterio para incluir nueva música en las compilaciones y si en efecto había teoría musical involucrada en los efectos médicos de las canciones, como sucedía con otras prácticas musicales de la época, como la ópera.
Algunos de estos ejemplos son las canciones “The Progress of the Bath,” “[O]ccassiond by the pulling down Burge’s Meeting House,” and “A new SONG written by Mr.Burkhead”. Éstas tienen melodías cortas que abarcan alrededor de seis o siete sistemas, es decir, media página, mientras que sus letras llegan a ocupar hasta dos páginas. La primera no tiene un tempo específico asignado, pero los compases sugieren un ritmo de 6/4 que no se sigue de forma pareja. La canción se encuentra en Fa mayor, que se relaciona fácilmente con melodías felices. La segunda canción tiene un compás de 2/2, pero no todos los compases siguen tal indicación. Además, esta canción se encuentra en modo mixolidio, que sugiere una estructura melódica relacionada a Saturno (planeta) y, por lo tanto, la melancolía, produciendo el efecto opuesto al deseado (Música práctica,76). Aunque la primera canción esté compuesta en un modo mayor, Fa mayor está relacionada cercanamente con el modo mixolidio de la segunda melodía, produciendo un efecto similar.
Es difícil determinar si las Pastillas para curar la Melancolía en verdad fueron usadas como remedios médicos. Se requiere de más evidencia para determinar su uso cotidiano, más allá de saber que eran un éxito comercial. Sin embargo, no debemos desestimar el poder de la comedia como un medio para poder sobrellevar tiempos de conflicto político, que sin duda altera la vida cotidiana. No cabe duda que la música siempre ha ejercido alguna especie de poder sobre las emociones humanas y por ello, durante siglos, se le han adjudicado capacidades médicas. Tampoco se debe olvidar de que durante los siglos XVII y XVIII, a pesar de los desarrollos tecnológicos de la época, la música nunca perdió del todo su poder curativo. El entendimiento de su poder se adecuó a la perspectiva de sistemas más modernos. Por un lado, la gente aún creía que la música podía mover los espíritus animales. Simultáneamente, se comenzaba a estudiar cómo la música alteraba el sistema nervioso —como ejemplo, se pueden revisar los estudios de Francis Bacon sobre la música y el sonido en su libro Sylva Sylvarum—. De los siglos XVI al XVIII, y posiblemente hasta la actualidad, la música proveía un alivio al dolor y las penas. Al final del día, la música cumplía una función indispensable en la salud emocional de la comunidad.
Notas
[1] El concepto de “espíritus animales” proviene de la teoría médica helenística y perduró hasta el siglo XVIII. El estudio más famoso de los espíritus animales es el de Descartes, quien explica que son sustancias filtradas de la sangre que ascienden al cerebro y de ahí fluyen a los nervios. Estas sustancias producen reacciones corporales y eran centrales para el funcionamiento psicofisiológico del ser humano (The Cambridge Descartes Lexicon, 26-28)
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Jimena Ruiz Marrón estudió letras e historia por accidente. A veces toca en una banda de jazz para niños, pero su pasión es acariciar perros en la calle.