La materia oscura del desollamiento: lenguaje y horror en Procesos de la noche de Diana del Ángel


por Alejandro Mendoza Díaz de León


Según los testimonios recopilados en Procesos de la Noche de Diana del Ángel, Julio César Mondragón Fontes tenía corazón de pollo: cuentan que siempre socorría e impulsaba a los demás, ya sea enseñándoles, motivándolos, o simplemente comprándoles una maruchan en el camino de regreso. También dicen que era mujeriego, al menos hasta que conoció a su esposa, Marisa. No obstante, ella lo describe como alguien detallista y generoso, pero también celoso. A Julio César le gustaba hablar del marxismo y de ‘la lucha’, inspirando hasta a gente ya mayor. Quería estudiar una carrera para ayudar a su familia, así que se inscribió a la Normal de Tenería en Guerrero. Cuando lo corrieron de ahí, se cambió a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en Iguala, también conocida como la Normal de Ayotzinapa.

Julio César no fue parte de los 43 desaparecidos: a diferencia de ellos, su cuerpo sí fue encontrado. A las 11 de la mañana del 27 de septiembre del 2014, unos militares hallaron un cuerpo cuyo rostro había sido desollado. Y aunque Procesos inicia con la historia del vocablo ‘desollar’, el libro se enfoca no en el asesinato de Julio César, sino en los vericuetos judiciales por los que deben navegar Marisa y su abogada, Sayuri Herrera, para exigir justicia. Esta pesadilla burocrática está intercalada con testimonios sobre Julio César de las personas cercanas a él. Más que el contenido, me interesa aquí analizar la forma en la cual está narrada esta crónica. En particular, busco entender por qué el texto no se enfoca en los sucesos que llevaron al asesinato del normalista, proponiendo que es mediante la prominente incorporación de diversos géneros literarios, tonos y testimonios que el libro logra trazar los efectos socio-emocionales del horrífico evento.

Para mejor entender las estrategias narrativas de Procesos, puede servir un contraste con otra crónica. El mismo año de la desaparición de los 43, Random House publicó Chicas muertas de la argentina Selva Almada. Este libro detalla la investigación de la narradora sobre tres femicidios que fueron perpetrados durante su adolescencia. El contraste estilístico entre estas dos crónicas más evidente quizá sea la intercalación en Procesos entre testimonios sobre Julio César en bastardillas y las descripciones en redondilla de la pesadilla burocrática que viven Marisa y Sayuri. En Chicas muertas, los testimonios que recoge la narradora están incorporados dentro del cuerpo principal de la crónica y ni siquiera están demarcadas por comillas. Mientras que los testimonios en el libro de Almada quedan subsumidos bajo la única voz narrativa, los testimonios en Procesos se mantienen gráficamente separados del texto principal, a veces extendiéndose por varias páginas.

También resaltan los numerosos epígrafes en Procesos. En su mayoría poemas, también hay canciones y una cita bíblica que preceden a varios de los capítulos. Estos capítulos, a diferencia de los simplemente numerados de Chicas muertas, suelen tener títulos temáticos. “El lenguaje bien trajeado” (del Ángel 72) o “Segundo día: cuando la justicia ofende” (102) son títulos novelísticos que anticipadamente interpretan los sucesos contenidos en cada uno de estos capítulos. Las fechas quedan subordinadas bajo los encabezados. En cambio, en otras crónicas es común que las fechas sean las que marcan las divisiones entre capítulos, dándoles a los eventos descritos un aire de autonomía y quizá ineluctabilidad. En el libro de Del Ángel, el tiempo no es independiente, sino que se organiza a servicio de un significado. Es decir, tanto los títulos de cada capítulo como los epígrafes que les preceden señalan a la literaturidad del texto (la literaturidad aquí entendida en una acepción general de ampliar la función del lenguaje más allá de la meramente referencial). Con esto, Procesos parece anunciarnos que no estamos lidiando aquí sólo con un reportaje periodístico.

La narradora, similarmente, juega con el lenguaje y hasta llega a explotar emocionalmente. Tras detalladamente explicar los obstáculos burocráticos de tener que recoger una serie de exhortos que deben ser físicamente entregados a distintos tribunales en diferentes estados del país, el párrafo resume la situación así: “Tres exhortos, tres distintos estados de la República, tres tristes viajes, tres tristes juzgados, tres tristes trabas” (del Ángel 129). Estos son juegos lingüísticos que nunca cabrían en un mero reportaje. También están las interjecciones sardónicas y emocionales de la narradora, como cuando pregunta exasperadamente “¿Qué hay que hacer, además de poner los muertos, para tener un funeral?” (165). Estas estrategias narrativas son rechazos de la voz supuestamente objetiva de tanto el periodismo como de la burocracia. Al fin que, como señala Achille Mbembe, en varias democracias actuales se han socavado las funciones simbólicas de la voz y el lenguaje para cada vez instrumentalizarlas más en servicio de la necropolítica (Mbembe 182). Así, el lenguaje legalista en el proceso del cuerpo de Julio César se vuelve una herramienta de ofuscación y distanciamiento, cementando la síntesis entre la masacre y la burocracia que han observado pensadores como Hannah Arendt y el mismo Mbembe (Mbembe 76). Los juegos literarios como el de las tres tristes trabas vivifican el lenguaje en oposición a las palabras necróticas de los documentos legales. Mbembe y otros también han señalado que las tecnologías de los campos de concentración y las plantaciones cultivadas por personas esclavizadas requerían aparatos burocráticos que se desarrollaron desde el colonialismo en África y las Américas. No es de sorprenderse, entonces, que el inicio de Procesos sea una disquisición sobre el lenguaje que contiene una referencia histórica en la segunda oración a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal (del Ángel 25). Las tecnologías de lenguaje y burocracia que permiten la impunidad e incluso la proliferación de crímenes de lesa humanidad son un legado de la historia colonial en México. La crónica de Del Ángel deja clara su oposición a este lenguaje “bien trajeado”, un “lenguaje técnico, no humano” (74), que les permite a los oficiales del sistema jurídico-legal “mantener su velo de honorabilidad y negar, cuando sea conveniente, la ayuda solicitada” (75).

La literaturidad de Procesos tiene, entonces, la función de contrarrestar la deshumanización de Julio César como consecuencia de tratarlo cual mero trámite o, en el mejor de los casos, un cadáver, siempre-ya sin vida. Como réplica, la narración de la crónica incorpora las voces de los que conocían al normalista y de otros textos. Vemos aquí algo similar a las necroescrituras de Cristina Rivera Garza, escrituras llevadas a cabo “en condiciones de extrema mortandad” y cuyas poéticas retan “constantemente el concepto y la práctica de la propiedad, pero en una interdependencia mutua con respecto al lenguaje” (Rivera Garza 10). Del Ángel no es la proprietaria del texto, sino que se ofrece una colaboración enfocada en la comunalidad de la vida de Julio César y de su proceso en muerte. Los testimonios en Procesos siempre son anunciados con el mismo título, “Rostro”, y conjuntamente reconstruyen la figura en vida de Julio César, volviendo ésta una crónica de ‘autoría’ no singular, sino plural.

Así es que Procesos responde al horror del asesinato y desollación de Julio César. Como explica Adriana Cavarero, la física del horror:

tiene que ver con la instintiva repulsión por una violencia que, no contentándose con matar, porque sería demasiado poco, busca destruir la unicidad del cuerpo y se ensaña en su constitutiva vulnerabilidad. Lo que está en juego no es el fin de una vida humana, sino la condición humana misma en cuanto encarnada en la singularidad de cuerpos vulnerables. (Cavarero 25)

Al centro de esta narrativa está el horror de la mutilación de la cara de Julio César. Pero de igual importancia está el horror provocado por el sistema que lo exhuma y reinhuma sin lograr más que mutilarlo. El grotesco funeral para el cuerpo de Julio César muestra qué tanto el sistema judicial mexicano ha destruido la unicidad de su cuerpo, figurativa y literalmente, y expone la vulnerabilidad tanto del normalista como el de Marisa y su hija. El proyecto de Procesos consiste en leer el cuerpo de Julio César mediante el impacto que ha tenido en aquellos otros cuerpos que lo rodean, desde sus amigos en vida, hasta su esposa y abogada en muerte. De esta manera, la crónica se contrapone al lenguaje deshumanizante con el que el cuerpo judicial esclerótico de México trata de encubrir el horror de su asesinato y del consequente proceso póstumo. Esto en un contexto político en el que incluso hoy en día ciertos académicos, bajo un aire de supuesta ‘objetividad’, siguen defendiendo la ‘verdad histórica’ de un gobierno al que le interesa desdeñar todo el evento como un accidente de cárteles o, en el peor de los casos, dejarlo en la incertidumbre y el olvido.

En este sentido, el proyecto de Procesos puede compararse con el de Chicas muertas: ambos textos buscan restaurar un retrato más completo y humano de las víctimas de crímenes de índole estructural. Sin embargo, mientras la narradora de Chicas muertas trata una y otra vez de reconstruir la cadena de sucesos que llevaron a las muertes de cada una de las chicas, la narradora de Procesos casi no se detiene en los detalles de la muerte de su sujeto principal. Está, claro, la cuestión ética de no reducir a la víctima al acto de violencia que terminó su vida. Está, también, la cuestión práctica de no saber bien qué sucedió esa noche. Al fin que la CNDH mantuvo hasta el final que no podían descartar la posibilidad de que haya sido algún animal salvaje el que tan minuciosamente desolló la cara del finado (del Ángel 200). Lo más cercano que llegamos a saber qué ocurrió la noche del 26 de septiembre es la declaración de uno de tres detenidos sospechados de haber estado involucrados, Mauro Taboada. Aclara: “el que desolló al muchacho no fui yo, sí estuve ahí pero quiero que se esclarezca” (159). No se levantaron cargos formales en su contra. Pero propongo que hay una tercera razón por la cual los eventos que llevan a la muerte de Julio César no figuran de manera tan prominente en el libro de Del Ángel: el verdadero horror de su muerte no puede ser comprendido si se le observa directamente.

Ofrezco el símil de la materia negra para entender esta estrategia. En la astronomía se denomina ‘materia negra’ a aquella materia que no interactúa con los campos electromagnéticos. Esto implica que dicha materia es por definición invisible: si quisiéramos observarla mediante los métodos usuales (como fotografías de cualquier tipo de luz, ya sea infrarroja, visible, o ultravioleta) no veríamos nada, ya que ninguna frecuencia de luz siquiera ‘chocaría’ con este tipo de materia. A pesar de que la materia oscura forma la vasta mayoría de toda la materia conocida en el universo, sólo podemos inferir su existencia a partir del efecto gravitacional que ejerce sobre la materia ordinaria. Es decir, sólo podemos ‘verla’ a partir de las órbitas de la materia visible que la rodea. Análogamente, el horror del desollamiento de Julio César forma el centro alrededor del que gira el texto de Procesos. Como con la materia oscura, si tratamos de observarlo directamente no veremos nada: este es el supuesto procedimiento de los peritos y los órganos gubernamentales responsables que no obtuvieron resultado alguno. Es, por el contrario, mediante la circunvalación textual que la crónica de Del Ángel logra reconstruir el “rostro” del normalista. Es con el testimonio de los que lo rodeaban, con poemas y canciones, con el lenguaje ofuscante de los documentos legales, con los comentarios sardónicos de la narradora y el excerpto del Viejo Testamento —es decir, es en el impacto, no en el acto— que podemos comprender la profundidad del horror del desollamiento de Julio César.

Hay una escena en el libro en la que el coordinador de Servicios Periciales les pide a la narradora, Marisa y Sayuri que quiten una manta que traen consigo. Es una manta con la cara de Julio César y una frase prometiendo no olvidarlo y demandando justicia. El doctor argumenta que la frase puede ser “malinterpretada”, insistiendo que la quiten o, al ver la resistencia de las tres mujeres, que mínimo cubran las palabras y sólo dejen a la vista el rostro. Ellas, por supuesto, se niegan. Es un intercambio tenso donde tanto el doctor como las mujeres exigiendo justicia reconocen el proverbial poder de las palabras. Pero me interesa más el detalle que le sucede. Tras este enfrentamiento —que bien podría servir de microcosmos de toda la narrativa—, las mujeres proceden a hablar “de cosas anodinas” (del Ángel 111). Es en esta aparente desviación, en el silencio de la plática respecto al motivo por el que están sentadas en Servicios Periciales, que se palpa la oscuridad que las rodea. Como el texto de Procesos, es en lo tangencial que encontramos el verdadero horror.

Si los peritos intentan “traducir en lenguaje forense lo que el inerte y rígido cuerpo de Julio tiene que decir” (100), el libro lo intenta traducir en lenguaje emocional e interpersonal. Como la materia negra, el texto no se enfoca directamente en el desollamiento del muerto, sino en aquello que revuelve alrededor de este evento. A diferencia del intento en Chicas muertas de encontrar una semblanza de explicación o culpabilidad (incluso si ésta es colectiva-estructural), la crónica de Del Ángel circunda el evento mediante testimonios que no mencionan el acto de violencia salvo en su omisión y mediante poesía escrita sobre otros temas que tan sólo en su resonancia emocional traza los efectos interpersonales del horrífico evento.

La brutalidad del asesinato de Julio César parece ser demasiada para un lenguaje periodístico, para un solo género, un solo tono. Como a la materia oscura, se le debe observar mediante sus efectos tangenciales: los testimonios de las personas que lo conocieron, la poesía que no fue escrita sobre pero quizá sí para él, las explosiones sardónicas y los juegos lingüísticos de la narradora que reporta su legado postmortem. Es ésta la materia que orbita alrededor del desollamiento de Julio César Mondragón, la que traza el rostro que otros le quitaron.


Bibliografía

Becerril Aceves, Josemaría, y Camilo Ruiz Tassinari. “Los intelectuales y Ayotzinapa: sobre algunas mentiras ilustradas.” Revista Común, 3 feb. 2021, https://www.revistacomun.com/blog/los-intelectuales-y-ayotzinapa-sobre-algunas-mentiras-ilustradas. Consultado 5 feb. 2021.

Cavarero, Adriana. Horrorismo: Nombrando La Violencia Contemporánea. Traducción por Saleta De Salvador Agra, Anthropos Editorial, 2009.

Del Ángel, Diana. Procesos De La Noche. Almadía Ediciones, 2017.

Mbembe, Achille. Necropolitics. Traducción al inglés por Steven Corcoran, Duke University Press, 2019.

Rivera Garza, Cristina. Los muertos indóciles: Necroescrituras y desapropiación. Penguin Random House, 2019.



Alejandro Mendoza Díaz de León estudió matemáticas por ocho años cargando el secreto abierto de querer ser escritor. Así que tras conseguir su título se dedicó a cursar cuantas clases de literatura podía meter. Imparte mentorías personalizadas de todo tipo en Mosaico Mentors y está en su camino para cursar un posgrado en literatura comparada.

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