Sobre la magia en una relación


por Luis Alberto Paz


José y yo comenzamos nuestra relación bajo la siguiente premisa: la fidelidad no es sinónimo de exclusividad. Diez años han transcurrido ya desde que nos conocimos, ocho desde que comenzamos a vivir juntos, y en ese tiempo montones de otros hombres han entrado y salido de nuestras vidas, algunos lo suficientemente entrañables como para poder contar incluso alguna anécdota divertida sobre nuestros encuentros, y otros que se han quedado más bien como un número que ninguno cuenta en una larga lista de lo que llamamos experiencias.

A ambos nos ha pasado que de vez en cuando alguno de esos números nos pregunte: ¿y no te da miedo que tu novio se enamore de alguien más, de alguno de los tipos que conocen? La respuesta es sí, claro que existe cierto temor, pero ¿qué se hace con el miedo sino asumirlo y entender que es parte de la vida? Los seres humanos no habríamos llegado muy lejos si no le temiéramos a las cosas; posiblemente no habríamos desarrollado la agricultura si no temiéramos el hambre, o la ciencia médica si no temiéramos a la muerte. El miedo es un motor en nuestra evolución, lo que en ocasiones nos mantiene a salvo y nos impulsa a correr del peligro, pero ¿cómo podría yo palear el miedo de que José se enamore de alguien más? ¿Acaso encerrarlo en una pecera de cristal reduciría la probabilidad de que ello ocurriese y así se iría también mi temor a que un buen día se topase con alguien a quien descubra más atractivo, ingenioso y ameno que yo? Cuando me preguntan si no tengo miedo de que José de enamore de alguna de sus conquistas yo pienso: no necesitas irte a la cama con alguien más para darte cuenta de que ya no amas a la persona con quien estás, eso puede ocurrir incluso mientras miras una abeja polinizar las flores en un parque, del tal suerte que sólo nos queda una opción: aprender a vivir con aquello que nos asusta.

Como sea, dar cuenta de mis temores y las preguntas de mis amantes no es el fin de este texto, o tal vez en parte sí, pero no en el sentido más predecible. Lo que aquí quiero narrar es la historia de aquella vez que José en verdad sintió celos por alguien, alguien que conocí por los caminos de la literatura y con quien ni siquiera me fui a la cama, pues resultaba imposible, salvo que de ficción se tratase —aunque aquí cabría decir que todo acto de pasión tiene su grado de ficción—; se trata de aquel hombre que logró captar mi atención a tal grado que mi novio me dijo una tarde, mientras estábamos recostados en un hotel espantoso de Londres, en espera que la lluvia amainara, Ya ni me pelas, el único ser que me ha hecho que ignore a José por horas a pesar de su insistencia en llamar mi atención, se trata de Harry Potter. Sí, el mago que tomó por asalto la imaginación de toda una generación y nos hizo a muchos esperar con cierta ilusión que un buen día una lechuza llegase a nuestras casas con una carta que dijera:

Estimado SrPaz

Nos complace informarle que tiene un lugar en la Escuela de Brujería y Hechicería de Hogwarts…

Como es de esperarse, escribir este ensayo deja en evidencia que la citada carta nunca llegó a mi buzón; es una lástima, pues me encantan las lechuzas. Pero lo que sí me llegó fue el deseo de conocer Londres, la tierra del mago, de su autora, adentrarme en esa ciudad fría y turbia, casi siempre lluviosa y donde las petunias contrastan sus colores con gris general del cielo. Tuve la oportunidad de conocer dicha ciudad hace como cinco o seis años. José, mi madre y yo emprendimos un viaje a Europa, recorrimos por seis semanas algunos países: Francia, España, Portugal, y, como un regalo pensado por José para mí, Inglaterra. Él sabía que yo tengo cierta fascinación por esa historia mágica, no al grado de vestirme con capa o asistir a esas reuniones donde la gente se disfraza y usa varitas en “duelos mágicos”, pero sí la suficiente como para tomar un avión y adentrarme por unos días en aquella isla donde todo aquella historia tomó forma. Lo que nunca consideró mi amado es que cuando supe que el itinerario incluiría Londres, me dispuse a leer en el transcurso de esas semanas los siete libros que componen la saga. No era la primera vez que los leía, más quería tener en la mente, tan frescas como fuese posible, las referencias de aquel mundo de muggles donde Harry había crecido, comprender sus formas y sonidos, lo que había alentado parte de su universo.

Así las cosas, me enfrasqué en una suerte de doble viaje con mi madre y mi novio. Por las mañanas y tardes recorríamos pueblos y ciudades, tomábamos aviones y autobuses, reíamos, probábamos caracoles y ancas de rana, vieiras enormes y peces que no podamos ni pronunciar, y por las noches, a la par de alguno que otro ligue de ocasión —pues hoy resulta muy fácil conseguir sexo rápido para un homosexual con conexión a intenet, y, como yo veo las cosas, si uno viaja debe conocer de cerca a los lugareños para tener una experiencia integral del lugar— me adentré de nueva cuenta en ese paraje mágico de ficción. Leía durante horas antes de dormir, lo que ocasionó que en más de un paseo yo estuviese muerto de sueño, leía en los aeropuertos y en las estaciones, en los trayectos de autobuses y trenes. Era tal mi deseo de repasar por entero esa historia que mi madre y José terminaron por ser quienes disfrutaron los paisajes, las vistas preciosas que la campiña europea nos ofrecía. Por suerte ambos se entienden bastante bien, lo cual ayudó a que incluso afianzaran su relación; más eso no impidió que en las noches, cuando estábamos a solas, José se sintiera desplazado por un hombre contra el que no podía competir, o bueno más que un hombre habría de decir que un niño, pues el protagonista de los libros cumple once años al comenzar la historia. Lo que José no entendía entonces, y tampoco lo hace ahora, pues por más que he tratado no he logrado que intente siquiera ver las películas, es que yo no estaba embelesado por Harry Pootters —como él le dice, así, con s al final—, sino por el entero de su mundo, por ese lugar donde las escobas vuelan y los centauros dan clases de astronomía, donde los duendes administran bancos y los elfos pueden adquirir su libertad con sólo obtener un calcetín.

Como sea, aún recuerdo aquella tarde, cuando en la espera de un mejor tiempo, y ya por fin en la ciudad que atrapó mis ideas, a pesar de haber estado recorriendo otras, José me dijo: Ya ni me pelas. Recuerdo sus ojos azules de un tono plomizo, su expresión seria y algo triste, su ceño ligeramente fruncido, y caigo en cuenta, un tanto entre risas, en que tenía razón: durante aquellos días apenas y le presté atención, su entusiasmos por descubrir nuevos lugares y experiencias se vio un tanto opacado por el mío de conocer el lugar donde, en la ficción, habitaba parte de la magia. Y digo que me genera cierta risa porque desde entonces, cuando algún chico que conozco me pregunta si a mi novio no le dan celos que yo esté con otros yo pienso: ni que fueras tan interesante como Harry Potter.



Luis Alberto Paz (Ciudad de México, 1989). Estudió administración en la UNAM y creación literaria en la Sogem. Ganador del Premio de edición Exmáquina 2020 en la categoría de novela juvenil, el Premio Nacional de Literatura Infantil El Barco de Vapor en 2018 y el Premio Nacional de Narrativa LGBTTTI en 2017. Ha publicado en ensayo, dramaturgia y poesía en diversos portales electrónicos.

Arte: Alessia Trunfio

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