1
Es complicado imaginar una decisión más difícil, acaso el suicidio. En algunas ocasiones se realizan los dos actos, y el escritor termina su obra y su vida. Pavese registró esta nota poco antes de suicidarse: “No palabras. Sólo un gesto. No escribiré más”. La idea obsesiva de la muerte no lo dejó nunca: “Los suicidas son homicidas tímidos”, escribió en el mismo diario que lo acompañó durante el último trecho de su existencia. Algo de asesino tiene quien decide entregarse al silencio. Dejar de escribir, como abandonarse a la niebla del olvido.
2
Hay otros a los que la literatura los agota. Guardan entonces un silencio discreto y honrado. Un hecho de sabia restricción los obliga a rechazar la fatigosa creación literaria. Pero también puede ser una tregua o una derrota asumida (no menos una forma de la dignidad; los ermitaños callan en su ermita). En homenaje a su determinación, Augusto Monterroso redactó para Juan Rulfo “El zorro es más sabio”. Algo de esplendoroso tiene el silencio. ¿Pero no también de fatal, de inexorable, de definitivo? Uno ofrece su carne al verdugo.
3
La escritura puede ser una tentación de la muerte, y no una salvación, como presuponen algunos. Varios hombres han sido llevados a la destrucción por su capacidad o incapacidad para la literatura, que no es muy distinta de la lucha con el ángel. Para que entendamos la delicada labor del poeta, Alexandr Blok anota que “Escribir es difícil y debe ser difícil”. Más claro, Alfonso Reyes habla de un abogado que se mata al comprender que nunca podrá hacer ninguna obra literaria de mérito. He escuchado a chicos que se saben mediocres y sufren. Es fácil aceptarlo frente al espejo, en un momento de turbia honestidad. Yo también lo he aceptado.
4
En las noches que pasan, en cada noche me digo: “No escribiré más”. Pero cierta urgencia primitiva me llama luego, y necio atiendo a la página en blanco, a la angustia del filo entre dos palabras, a la historia de fracaso que vive en mi escritura. Y temo más no saber rendirme que entender la gran derrota. Porque la humildad también tiene rostro de valentía. ¿Sabré decir cuando deba callar? ¿Tendré el valor de meterme una bala en la cabeza? ¿Entenderé, por fin, iluminado o melancólico, lo que es el silencio? La literatura es lo que no termina; “Escribo que escribo”, menciona Elizondo. Ojalá no por siempre.