…la suerte de aquel pecador Rey de Runagur del cuento de Lord Dunsany, al cual los dioses condenaron no solamente a dejar de ser sino también a dejar de haber sido.
El nombre de Howard Phillips Lovecraft nos remite a todo un universo literario donde la línea que separa al horror de la ciencia ficción se borra para crear un cosmos temible, donde el ser humano es apenas una mota de polvo sin importancia. Una buena parte de la bibliografía de este autor nos hace pensar que la humanidad está sola al borde del abismo y que el menor atisbo de nuestra irrelevancia, ya sea enfrentándonos con monstruos venidos del espacio exterior, un hoyo negro o con nuestra propia mortalidad, nos haría perder toda pizca de cordura. En sus muchos cuentos y breves novelas, Lovecraft hace que nos cuestionemos el alcance de nuestra historia como humanidad y lo que hemos forjado a través de ella, es decir, las culturas, tradiciones y religiones que han nacido de nuestra evolución y la ingenua expectativa que tenemos de que éstas perdurarán una vez hayamos desaparecido como individuos. La idea de una comunidad humana que continuará habitando nuestro planeta y reproduciendo, desarrollando o al menos recordando el legado de nuestra generación aparece como una esperanza vacía cuando nos enfrentamos con monstruosos seres primigenios que habitan la Tierra mucho antes de que el sol se haya formado siquiera y que prometen seguir aquí mucho después de que éste se haya apagado. Más allá de nuestros logros como organismos vivos, existe un universo para el cual somos indiferentes y que nos rebasa con su silencio.
Pero aún con tan sombría visión del mundo, nacida de las teorías de Einstein y las filosofías de Nietzsche y Schopenhauer, Lovecraft permanece relegado como un autor juvenil que tiene poco que ofrecer en cuanto a temas de carácter serio. Este rechazo se origina en los prejuicios que existen hacia la cultura popular, donde el particular mundo lovecraftiano ha tenido un impacto importante y ha dado origen a canciones, peluches, historietas, películas e incluso videojuegos. Además, su lenguaje es arcaico, enrevesado y a veces repetitivo, lo que ocasiona que su lectura se entorpezca y se dejen de apreciar las cuidadosas pinceladas con las que establece su argumento sobre la ya mencionada insignificancia. Sin embargo, una vez que superamos las opiniones personales y aceptamos que el lenguaje cambia, encontramos una pluma sumamente preocupada por el caos que existe en el mundo. A Lovecraft no sólo le perturbaba las desconocidas tramas que se forjan en un segundo cielo que nos es ajeno, y que en ese momento se comenzaban a revelar gracias a diversos descubrimientos físicos y astronómicos; también le quitaba el sueño el caos social que nacía de la migración, el comercio y el tempestuoso avance de la modernidad, los cuales ponían en jaque los valores y la moral que hasta ese momento habían gobernado su amada ciudad de Providence.
Los viejos edificios coloniales que tanto admiraba este autor (y a los cuales dedicó miles de líneas en sus cartas y guías turísticas) eran reemplazados por prácticas bodegas sin vestigios de elegancia, los “amables” rostros blancos de las calles quedaban ocultos tras rasgos mestizos y de color que a él le parecían abominables. El mundo estaba cambiando frente a la perpleja mirada de un hombre sumamente conservador que encontró en la contemplación de objetos viejos y edificios históricos una fuente de dicha, pero este mismo hombre no se aferró demasiado a sus ideales: sabía que anclarse a tradiciones pasadas lo condenaría a ahogarse en garras de los inalcanzable, fortuna infeliz cuyas ramificaciones explora en su ficción y que sirve como tema principal para los desdichados protagonistas de El caso de Charles Dexter Ward. De carácter profundamente autobiográfico (casi jugando con las posibilidades de la autoficción), esta historia puede considerarse una anomalía dentro del canon lovecraftiano. Para empezar, es la narración más larga de este autor, cuyo principal legado son los relatos cortos; además, carece del terror extraterrestre que tanto lo caracterizan, aunque no por ello está exento de circunstancias extrañas y aberrantes que rompen con la cordura de los personajes y que ponen al lector en la incómoda situación de ser testigos, cómplices, y a veces incluso admiradores de suceso antinaturales que amenazan el desarrollo de la humanidad. Aunado a esto se encuentra el estilo en el que está escrito, propio de la novela policiaca. Por último, la publicación de esta obra puede considerarse un golpe de suerte, ya que el manuscrito fue terminado en 1927, pero permaneció oculto hasta 1941, pues Lovecraft encontraba en él una mirad demasiado consciente a su propia pasión anticuaria y, en sus propias palabras, deseaba que fuese “expurgado” de su bibliografía. Así, El caso… fue reunido por los editores de Weird Tales Magazine en el transcurso de muchos años, rescatado de áticos, cajas y muebles sellados tras la muerte de su autor —ocurrida en 1937—.
La historia, brevemente resumida, narra la desventura de un joven cuya ambición y obsesión por el pasado lo terminan conduciendo a los caminos de la necromancia, el crimen y la locura. Al inicio de la novela, nos enteramos que el joven Charles Dexter Ward ha desaparecido del hospital psiquiátrico donde permanecía recluido, y al cual llegó luego de un serio deterioro físico y mental. Las circunstancias que habían rodeado los últimos años de su vida inquietaban seriamente a sus padres, quienes fueron testigos de cómo su amado primogénito dejaba de ser un muchacho estudioso y responsable para convertirse en un ser hosco, misterioso y poseedor de conocimientos ocultos que hacían retumbar toda la casa. La raíz del problema es el lazo familiar que une a Ward con el brujo Joseph Curwen, originario de Salem, cuya muerte ocurrió casi cien años antes del nacimiento del joven. La presencia de este familiar maldito sigue acechando los rincones de la vieja Providence, y son los mitos y rumores los que impulsan a Charles a querer descubrir más sobre su antepasado. Gran parte del relato corre desde la minuciosa perspectiva del doctor Marinus Bicknell Willet, responsable de la salud del muchacho desde que éste llegó al mundo. Es gracias a la organizada mente del doctor que aprendemos que Ward nunca fue una persona que llamaríamos normal. De carácter reservado, curioso por naturaleza y férreo amante de la historia, sus paseos alrededor de las viejas casas coloniales de Providence eran conocidos por todos. Es justo por esta pasión anticuaria que a nadie le extraña que el joven comience a indagar sobre Curwen, pero su progresivo deterioro y el alarmante tono que adquieren sus investigaciones conducen tanto a la familia como al doctor a un limbo de misterios y callejones sin salida.
Son la nostalgia y la belleza las dos grandes trampas que nos convencen de que el pasado puede ofrecernos cosas mejores. Conforme avanza la novela, el lector descubre que en él también hay terror y disgusto, que algo putrefacto se aloja en el subsuelo de Providence y que el impulso de Charles por conocer lo que sucedió antes de su tiempo lo ha llevado a una vastedad que lo supera y lo traga. Los personajes principales de El caso…, Ward y Curwen, son víctimas de su propia ambición: desafían las posibilidades de su naturaleza humana y pervierten las tradiciones que los civilizan en un afán por alcanzar el conocimiento universal. A pesar de su educación, su clase y su color de piel, estos dos hombres caen a un vacío donde no es posible la salvación, pues no hay manera de rescatarlos de ellos mismos y de la maldad que los habita. En cierto momento puede pensarse que son víctimas de su propia inteligencia, que su capacidad para ver más allá de las sencillas normas que rigen al mundo y forman la conducta los condena a buscar la grandiosidad y desafiar las leyes naturales. No obstante, es el doctor Willet quien, al enfrentarse con los misterios de este caso médico, nos demuestra lo contrario. Si bien nada es permanente o estable, debemos preservar las ilusiones de permanencia y estabilidad para seguir en el día a día. El doctor es un hombre de gran inteligencia, pero prefiere sacrificar parte de su alma para proteger al pueblo del terrible secreto que encierra el caos que adentrarse en él. Sabe que hay conocimientos que no deben desenterrarse, y su sentido común y moral vencen a la irresistible curiosidad. De esta forma, Lovecraft le da más valor a la fuerza de un hombre corriente, responsable con su época, que al nostálgico niño que añora lo que ya se ha ido o al ambicioso hombre que desea absorber todos los secretos que le son ajenos.
El caso médico de Ward no termina por resolverse, y queda en manos del lector decidir si siente pena o asco por los destinos de los diferentes brujos que habitan el relato. Las últimas páginas están pensadas para brindar cierta dosis de alivio, aun cuando quedan preguntas al aire. Heredero de historias como El retrato de Dorian Gray, donde la ambición y el narcisismo hacen su parte para condenar a criaturas de extrema inteligencia, y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, donde se explora la complicada relación de maldad y bondad que existe en cada persona y la lucha que se sostiene para equilibrarlas, El caso de Charles Dexter Ward es quizás la obra más importante de Lovecraft a nivel personal, pues en ella expone las fallas de sus pasiones e ideas y en el papel augura un solitario futuro. Claro está, su destino no es el de dejar de haber sido. Al final de su vida supo aceptar lo equivocado de muchas de sus posturas y abandonó varias de sus ideas más derechistas y radicales para poder entablar conversaciones con diversos escritores alrededor del mundo. Dejó como legado no sólo un apabullante número de cuentos, sino también toda una escuela literaria inspirada en él y la prueba fehaciente de que es posible cambiar de opinión. Ochenta años han pasado desde su muerte y su nombre sigue llenando exitosamente los estantes de las librerías, pero tal vez sea hora de reconocerlo como algo más que un escritor juvenil que inspira canciones y explorar concienzudamente las temibles lecciones que aprenden sus personajes, quienes al buscar saberlo todo descubren que son poco menos que nada.
En ocasiones la memoria tiene olvidos misericordiosos.
Imagen: Colin Batty