El éxito de las películas basadas en cómics, como las sagas de Avengers o X-Men, ha sido tan apabullante que acaparan salas de cine y records de ventas en taquilla. Incluso el director Alejandro González Iñárritu ha calificado este fenómeno como “genocidio cultural”. Más allá de hipérboles apocalípticas, es innegable el impacto de estas cintas en la cultura de masas. Dicha popularidad, contrario a lo que se podría pensar, no se explica por los fans de las historietas, ya que el número de lectores constantes de este tipo de literatura es reducido. Quizá la causa de este auge sea la gran cantidad de caricaturas, series de televisión y parafernalia ligada a los superhéroes. Las Pepsi Cards son el ejemplo del que me gustaría hablar en esta ocasión.
La música house, los colores neón, Jurassic Park. El reciclaje cultural nos ha traído de vuelta a los noventa. Parte de esa década gloriosa son las Pepsi Cards, tarjetas coleccionables que, como su nombre lo indica, eran dadas por la otra compañía de bebidas chatarra a cambio de unas pocas corcholatas o taparroscas, más unos cuantos pesos [1]. En cada tarjeta de la primera serie se representaban personajes o efemérides ficticias del universo Marvel. La efectividad de estos productos como “gancho” para consumir refrescos fue tal que se hizo una segunda entrega basada en el universo DC.
Al frente de las tarjetas se representaba a los superhéroes y villanos con lo mejor del estilo artístico predominante en los cómics de la época (pensemos en ilustradores como Jim Lee, Dan Jurgens y Mark Bagley, entre otros), con la ventaja de que el trabajo con los colores era muy superior al original de las historietas. Además de las cartas convencionales, también las había prismáticas y hologramas, que eran las más codiciadas. Independientemente de su tipo, en la parte posterior de todas se encontraba un breve texto que sintetizaba de manera insólita el origen del personaje, su lugar en el universo y el conflicto por el que en ese momento pasaba.
El origen de She-Hulk. // En un caso en contra del crimen organizado, la abogada Jennifer Walters recibió un disparo de los enemigos. En una transfusión de emergencia, Jennifer obtuvo sangre de su primo Bruce Banner, también conocido como el Increíble Hulk. Después de vengarse del asesino, Jennifer se dedicó a combatir el crimen. La linda abogada de color verde, se convirtió en una enorme defensora del bien [2].
En unos cuentos renglones se dice todo lo que tenía uno que saber sobre tal o cuál personaje. Para entender el carácter especial de este conocimiento se debe de tomar en cuenta varios factores: 1) la oferta de cómics traducidos al español no era tan amplia como la de ahora. 2) Apenas sí habías unas cuantas películas de Batman y Superman por aquellos años. 3) Finalmente, la carencia más significativa era la del internet. Ahora toda duda de cultura general se puede resolver con un wikipediazo pero a mediados de los noventas “el ciberespacio” apenas se empezaba a popularizar y la información ahí contenida todavía estaba algo dispersa.
Conseguir todas las Pepsi Cards no era un acto de coleccionismo autómata. Las cartas representaban piezas de rompecabezas pertenecientes a los intrincados universos de los cómics. Eran los días de cambios muy atractivos: los equipos Azul y Dorado de los X-Men, así como de la muerte y resurrección de Superman. Al pasar de los días los amigos de la escuela se convertían en eruditos pop sin siquiera haber abierto una historieta en su vida.
Las tarjetas fungieron como paratextos [3] externos a los cómics. A partir de entonces cualquiera podía entrar a esos laberínticos mundos ficticios sin perderse. Esta improvisada campaña les redituaría a las editoriales —ahora convertidas en estudios de cine— diez y hasta quince años después en formar lectores conocedores y receptivos a sus películas. Es imposible que esto haya sido planeado. Marvel, por ejemplo, ha pasado por varios dueños y equipos creativos desde los noventas, hasta ahora, que le pertenece al conglomerado Disney.
[1] Evité la diabetes juvenil gracias a que en la cafetería de la primaria a la que asistía te vendían un sobre de Pepsi Cards por sólo cinco pesos, sin necesidad de consumir refrescos para dar corcholatas como parte del intercambio.
[2] She-Hulk. 1994 (Pepsi Card)
[3] Gerard Genette. Palipsestos. La literatura en segundo grado. Trad. Celia Fernández Prieto. Ed. Taurus. pp. 11-12. “[…] paratexto: título, subtítulo, intertítulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etc.; notas al margen, a pie de páginas, finales; epígrafes; ilustraciones; fajas, sobrecubierta, y muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafas o alógrafas, que procuran un entorno (variable) al texto y a veces un comentario oficial u oficioso del que el lector más purista y menos tendente a la erudición externa no puede siempre disponer tan fácilmente como lo desearía y lo pretende”.