Por César Eduardo Carrillo Soberanes
Cuando me encuentro en situaciones similares a éstas es cuando mi rencor resurge de manera exponencial. Siempre, cada que me encuentro cara a cara con la burocracia, mi anarquismo ideológico emerge de la profundidad en mis entrañas. Debo decir, con honestidad, que es común encontrarse en los momentos de mayor estrés con un abanico de presiones internas. Ahora quisiera retirar de mi afore. He esperado durante dos meses. Pienso en mi hermana Samanta. Me ha persuadido a que pida aquella limosna a la que tengo derecho. Y eso es lo que hago. Samanta requiere dinero para sus útiles escolares. Va en primero de secundaria. Estoy sometido a su voluntad. Cuento catorce visitas al banco desde que decidí retirar por desempleo. El último salario que percibí fue de $80 pesos. En todas estas vueltas he tenido suficiente tiempo para adivinar que recibiré $2400 mugrosos pesos. Peor es nada, claro. Siendo el hermano mayor, sin estudios y con un sinfín de conductas despreciables, lo mejor es que me someta a la voluntad familiar. Debería conseguir empleo, pero antes, retirar por desempleo.
Sólo hay una ejecutiva que atiende el asunto de las afores. Cuando comencé a peregrinar por aquí había dos. Hay aproximadamente cuarenta personas esperando su turno antes de mí. Tardan en promedio treinta minutos por persona. Es obvio que no pasaré hoy. Pero tampoco pasé ayer. La gente se amontona, se acerca al escritorio y luego se va. Pusieron una libreta para que los clientes se anotaran. Unos regresan después y ha pasado su turno. No hay mucho que hacer. Yo sigo la voluntad de Samanta.
Hay una linda chica recibiendo en la entrada del banco. Bienvenido a Banaxxx ¿En qué puedo ayudarle? Sé que puedes ayudarme de muchas maneras, pero por favor, por el momento pásale una queja a tu gerente… De tajo me viene a la cabeza una idea. ¿Qué pasaría si las empleadas vinieran a trabajar en tanga? ¿Qué pensaría Samanta de esta idea? Me gusta la vestimenta de las empleadas en el banco. A decir verdad, estoy incómodo con muchos detalles del banco, pero la vestimenta de las empleadas no es problema. Desde la más joven hasta la más vieja lucen su indumentaria decorosamente. La joven de la entrada, por ejemplo, nada en su traje sastre. Pero su cuello es largo y sale orgulloso fuera del saco. Viendo el cuello de esa chica, sé que sería capaz de propinarle una buena mordida en su entrepierna. Lo sé, porque el cuello de Samanta es similar. El cuello en V le favorece a Samanta. A sus trece años, tiene la clavícula más caliente que he visto. La empleada del banco también sobresale. Hoy, cuando llegué, le dije con un tono altanero propio de mi condición de obrero que estaba harto del servicio. Me miró asustada, me dijo que tomara un turno. Le dije que me traían a las vueltas y no me resolvían nada. Dijo de manera serena, ahogando su agitación, que tomara un turno. Le pregunté si había servicio en atención a clientes. Dijo que no. Insistí, que si eso es posible. Me invitó a tomar un turno. De verdad que estoy molesto, pero ése no es motivo para ignorar su turbación. Es menor que yo, pero tiene un buen trabajo. Seguro mejor del que podré obtener en varios años. Me imagino que se le escurrieron unas gotas de orín. La sola idea me volvió a recordar a Samanta. Sí, me excitó pensar que se humedeció aquella chica al menos por miedo. Como dije, el pantalón le viene grande, pero eso me hace pensar que su interior está fresco y libre. La piel del cuello me ha atraído desde siempre. La chica es guapa y de tez clara. Me imagino que su ropa interior es de encaje y rosada. ¿Qué razón tengo para relacionar el cuello con la parte privada de una señorita? Samanta es morena, delgada, de huesos anchos y su cuello… su cuello. Hace un año, cuando ella tenía doce, miré su cuello y supe que estaba lista.
La dinámica con Samanta es simple. Me ha dado motivos suficientes para cumplir su voluntad. Desde los once años camina de una forma especial. Es hermoso ver a una niña convertirse en mujer. Es mucho más hermoso verlo de cerca. Cuando una niña comienza a desarrollarse lo primero que hace es empezar a sacar las nalgas y el pecho, aunque no tengan. No deja de ser seductor. Van caminando por la calle, con esas poses a la espera de ser notadas. Así era Samanta. Yo no sabía nada antes de Samanta. Me pregunto si la empleada del banco habrá sido así. Samanta se agachaba por las cosas y paraba el culo, abrazaba a sus compañeros y les restregaba el pecho. Me abrazaba a mí y me arrimaba la vagina. Poco a poco ese comportamiento se desvanece, sólo quedan hermosos recuerdos de embriaguez y corriente sanguínea hacia el miembro.
Me he hartado de todas las instituciones, pero los bancos son el colmo. En un arrebato de neoliberalismo prematuro, el gobierno decidió privatizarlos. Hoy no hay un solo banco nacional. La promesa neoliberal presume de una mayor eficiencia. Que vengan a ver a estos muertos de hambre que mueren en las salas de espera. Claro, si vas a cobrar un cheque o tienes una enorme cuenta, el servicio es diferente. Me siento oprimido, marginal y jodido. También excitado. No crean que es por sus empleadas. Son guapas, de buena carne, lo reconozco. El problema es que no son tan cachondas como mi hermanita Samanta. Ésa sí que es una buena vieja. Les contaba de la dinámica que hay entre nosotros. El coraje es lo que no deja concentrarme. A ratos, mientras espero, mi pene se inflama, sobresale del pantalón. Me gustaría que Marlene (ese nombre le he puesto a la empleada) mire lo que tengo para ella. Tal vez la pipí que ha dejado escapar le sirva para dejarme pasar. Siempre he pensado que las mujeres están mojadas todo el tiempo. Es algo que admiro. Pueden estar calientes todo el día sin que se preocupen por el pantalón. O quién sabe. Samanta dice que cuando está sentada y cachonda, a la hora de levantarse siente cómo escurre un mar de su sabroso líquido. Tal vez en casos especiales la humedad llegue a empapar demasiado y se note. Como tengo poca experiencia, sólo he conocido a Samanta por puerca.
Sigo con las ideas brillantes. Me podría parar en el escritorio de la ejecutiva y mostrarle el miembro. No es tan brillante, ni original. Lo que quiero es que me den un motivo más para sacar todo mi coraje. O un baño para masturbarme. Cualquier opción sería buena. Si me dieran un motivo, caminaría tranquilamente hacia el gerente para preguntarle sobre sus políticas de calidad. Tienen políticas, pero no están negando el servicio. ¿Cuál es el tiempo de espera estimado? Con un cliente de mi envergadura, siempre podrán alegar que no hay personal y que se escapa de sus manos. Mierda de perro. Estoy seguro, sería una conversación frustrante. Por ello, camino hasta donde Marlene. Está con una mujer de cincuenta años, empleada también, que exhibe un buen escote. ¿Dónde está el gerente? Por las cajas, justo en el fondo. Hay una enorme fila, diez cajeros. Él sabe por qué voy ahí, he hecho mucho escándalo discutiendo en voz alta. Sabe lo que quiero decirle, le doy la mano y voltea la cara. Se tarda en contestarme. Cuando me da la mano, está tan flácida. Pobre infeliz. Seguro piensa que soy un muerto de hambre, pero pobre infeliz.
Cuando Samanta se mete a bañar, regularmente entra en toalla. Tiene dos pequeños senos en crecimiento, con unos pezones negros y gruesos. Deben tener un poco de comprensión, ver unos senos del tamaño de una naranja donde estaba acostumbrado a ver plano como una tabla es desconcertante. Es tan descarada, que a veces se quita la camisa en las noches, cuando sabe que la estoy mirando. Yo duermo en la cama de arriba, en la litera y ella en la de al lado. Luis en la cama de abajo. A veces se duerme en una playera y sin sostén, mientras no se tapa. Cuando sale del baño me va a ver, me abraza semidesnuda. Después, me meto al baño. Tiemblo cuando me abraza, tiemblo cuando me arrima su vagina. Tiemblo de saber que está mojada. Seguro se tocó pensando en mí. Yo hago lo mismo, lo hago después. El pene me palpita cuando se me arrima. Me palpita ahora mismo que lo estoy recordando.
Oiga usted, buenas tardes. Llevo mil vueltas y no me pueden resolver lo de mi retiro. Ya fui a la delegación del imss, me han dado mi constancia. Ya la traje, me mandan a esperar, regreso, no hay servicio. Dice que están haciendo lo posible por atendernos, que implementaron el uso de una libreta para anotarse y no perder el turno, pero ya no pueden hacer nada más. Estoy desesperado, digo sin tocar el tema de las privatizaciones, estoy desesperado de dar vueltas y vueltas, necesito dinero para comprar los útiles escolares de mi hermanita. Ella no tiene la culpa, señor. Es su responsabilidad atenderme. Dice que no pueden hacer nada más. El tipo tenía la mirada baja, sin darme los ojos. Se quedó viendo el bulto de mi pantalón. Estoy duro y palpitante. Así me dejas, Samanta, por ello te voy a comprar tus útiles escolares, para que no dejes de abrazarme como lo haces, para que entres al baño primero tú y luego yo, masturbándonos a turnos.
¿Pero cómo es posible que sólo haya una persona para atender a tantos? Dice que va a hablar con la señorita. Pero no es culpa de la señorita, le digo, claro que no, me responde. Se hace un silencio. Cuando me dirigí a él, hablaba yo con miedo. Temblaba y titubeaba. Me dio más coraje que no le importara. Le hablé con humildad, con decencia. Le dije que aunque fueran dos pesos, merecía que me atendieran. No le importó. Por eso, levanté la voz, por eso me alejé un poco para que me oyera más gente. No es culpa de la señorita, le digo, es culpa de usted. ¿Cómo es posible que no puedan poner a otra persona a atendernos? La otra persona se fue de vacaciones. ¡Qué conveniente! Pues eso es responsabilidad de usted, para eso es el gerente. Es imposible que se salten a tantas personas para atenderme a mí. Lo que quiero es que se tomen medidas. Yo no soy un ignorante, yo quiero que se me atienda con decencia. El dinero retenido por las afores les genera demasiado. ¿Sabe usted que su banco es el que más quejas tiene en la Conducef? Claro que lo sabe. Yo lo sé. ¿Sabe que por personas como usted a este país se lo está llevando la chingada? ¡Mierda de perro! (Otra vez.) Entiendo que en las escuelas, el imss, Pemex y demás porquerías de gobierno nos atiendan como limosneros. Pero éste es un cagado banco privado. No soy ignorante, soy tuitero,¡puto! Sé esto y más, perro gerente de cagada. Esta madre viene de reformas estructurales deterministas y fascistas, pero el motivo de mi desconcierto tiene nombre, tiene ¡tu! nombre.
Me sacan los guardias del puto banco. ¿Cómo no iba yo a ser un pobre anarquista y un loco en medio de un mundo ninguno de cuyos nuestros derechos es respetado, ninguna de cuyas instituciones funciona? A pesar de todo, siempre se puede conseguir un buen final. Sólo dos pasos me separan de la tranquilidad: abrazar a mi hermana y encerrarme en el baño.
Ilustración de Sarai Loyola. Para conocer más de su trabajo, visita su facebook.