A mediados del 2015 empezó a transmitirse en Japón la intercuela Dragon Ball Super, ubicada en los diez años que pasan entre el capítulo 288 y el 289 del anime Dragon Ball Z (1989-1996). Akira Toriyama, mangaka de Dragon Ball y Dragon Ball Z, escribe la trama en la que se basa un grupo de guionistas y animadores de la compañía Toei para la realización de Super; simultáneamente el artista Toyotarō ilustra un manga bajo la supervisión de Toriyama con una trama muy parecida a aquella de la serie animada.
Una forma de pensar Dragon Ball Super es como una celebración de aquellos elementos que convirtieron el trabajo de Toriyama en una de las sagas más populares del siglo pasado; una vuelta olímpica del autor en la que no sólo retoma elementos de su propia obra sino también de otros productos culturales que, aunque no son oficiales, se derivan del mundo fictivo de Dragon Ball. Por ejemplo, en Super se plantea que además del universo que habitan Son Goku y sus amigos, existen múltiples universos en los que los hechos se dieron de manera distinta. Dicho concepto del multiverso muy probablemente fue retomado del dōjinshi o fancomic español Dragon Ball Multiverse, producido sin la autorización de la compañía Toei.
El hecho de que Dragon Ball Super se transmita dieciocho años después de la última entrega de la saga, Dragon Ball GT (1996-1997), nos llevaría a pensar que Toriyama y los demás realizadores involucrados están en bancarrota creativa. La serie no le da la vuelta a esta crítica sino que la aborda a veces de maneras notorias y otras sutilmente. Para muestra está un capítulo de tono cómico en el que se juega un partido de beisbol que comienza amistoso, pero termina en una trifulca cuyo resultado es Yamcha tumbado en el suelo en la misma posición en la que quedó al ser asesinado por los saibaimans en Dragon Ball Z, un motivo visual sólo para enterados.
Representar la sobreexplotación o reciclaje de una franquicia dentro de la misma no es algo nuevo para la cultura pop. Por ejemplo, en el cómic estadounidense tenemos el clásico Kingdome Come (1996), de Mark Waid y Alex Ross, en donde una nueva generación de superhéroes provoca un caos creciente en el mundo por sus métodos violentos, lo que obliga a Superman a salir del retiro y formar una agrupación con sus veteranos colegas para recuperar algún tipo de paz. Waid y Ross hacen una visionaria crítica del estado de la industria de ese momento en el que personajes más “oscuros”, reaccionarios disfrazados de punks y héroes de acción como Spawn y Cable, gozaban de popularidad; pero que al paso de los años quedaron casi en el olvido, quizá porque en realidad eran conceptos que tenían poco de fondo y no fueron desarrollados más allá de meras fantasías adolescentes de poder.
Asimismo tenemos el caso del videojuego Metal Gear Solid 4: Guns of the Patriots (2008), dirigido por Hideo Kojima, en el que el protagonista Solid Snake sufre un caso de envejecimiento prematuro debido a que fue diseñado genéticamente para ser estéril y morir cuando rebasara la plenitud de sus facultades, ya que a sus creadores sólo les interesaban Solid y sus “hermanos” como armas de guerra desechables. Como sucede en mucho de lo que tiene que ver con Kojima, existen diversas y contradictorias versiones sobre por qué tomó esta decisión creativa, una de ellas es que quería simbolizar la permanencia de la serie por la demanda de los fans.
Un último ejemplo en el que pasa lo opuesto a Metal Gear Solid 4 es el de la película de anime Evangelion: 3.0 You Can (Not) Redo (2012): pasan catorce años de lo acontecido en la entrega pasada, Evangelion: 2.0 You Can (Not) Advance (2009), y todos dentro de la historia han madurado menos los pilotos gracias al líquido con el que rellenan la cabina de los EVA; lo que nos recuerda que quienes vimos la serie original de Neon Genesis Evangelion (1995-1996) ahora tenemos el doble de edad, mientras que los protagonistas siguen siendo adolescentes.
Mientras que la longevidad o sobreexplotación de la franquicia Dragon Ball no se refleja en Super con pelo canoso, sino con cabellos de color azul y hasta rosa. Me explico: para esta nueva entrega de la saga de Goku, Toriyama concibe las transformaciones de super saiyajin azul y supersaiyajin rosa (o “rosado”, si nos apegamos a la traducción del francés “rosé”), similares al supersayjin original, salvo por el color de pelo. Muchos consideramos este motivo visual como una evidente señal de la bancarrota creativa de la que hablé al principio, sin embargo cabe la posibilidad de que se trate de un guiño intencional, como si Toriyama nos dijera “ya sé que es más de lo mismo”.
Toriyama dice que eligió el color azul porque refleja la tranquilidad y el autocontrol que Goku y Vegeta han alcanzado, en oposición al supersaiyajin clásico que es una transformación resultado de la ira. Sin embargo, no se han dado las razones para el supersaiyajin rosa. El color contrasta con la personalidad de Black, sombrío antagonista apocalíptico y único saiyajin rosé.
No es inusual que los villanos en la saga de Dragon Ball tengan una apariencia poco amenazadora; un motivo visual de carácter irónico en la obra de Toriyama es la discordancia entre el poder y su estética; basta ver las transformaciones finales de Freezer, Cell y Majin Buu para darse cuenta de esto. Aunado a lo anterior, hay que tomar en cuenta que Toriyama podría haber escogido cualquier color de pelo para la transformación de Black y, sin embargo, elige el rosa quizá como una señal del abuso de este recurso visual en los personajes saiyajines.
Es reciente el fenómeno de las longevas sagas de cultura pop. Las empresas de entretenimiento deseosas de inversiones seguras recurren a revivir clásicos que les garanticen la audiencia. Cómics, videojuegos y anime han representado esta sobreexplotación a través del envejecimiento “súbito” de sus personajes; mientras que el tono cómico y autorreferencial de Dragon Ball Super le permite echar mano de otros recursos como un sádico villano de cabello rosado, o la memetización de Yamcha. Lo que queda claro es que Goku y familia seguirán peleando mientras que el mercado lo demande.