por Jorge Varela J.
A Itzel Araceli, Leslie y Josefina
for Sayuri, always my first and last bet.
I love you, sweetheart.
El aire era frío, denso. Se podía sentir el miedo y la desesperación ocultos por los perfumes caros y el despotismo obtenido por dinero manchado por la sangre de los perdedores. Nunca había encajado en ese lugar. Sin embargo, buscaba historias con desesperación para poder pagar los ocho meses de renta atrasados por el pequeño departamento de tres por tres en el treceavo piso de un edificio casi en ruinas. Lo poco que ganaba como reportero independiente apenas me permitía subsistir y no había publicado un libro en seis años. Aunque no serviría de nada, los libros ya sólo son objetos de lujo que adornan las bibliotecas de los ricos que nunca los abren.
Preferían pasar su tiempo libre en lugares como éste, donde la única carta de presentación no era tu nombre, tu forma de vestir, el color de tu piel o tu religión. Era que tan grande era tu cuenta bancaria. “Era”, esa es la palabra clave, porque al salir de aquí la mayoría lo hacía con algunos cientos de miles menos.
Lograba entrar al “Mactare” porque después de la reforma social y penal del 2020 los periodistas tenían acceso libre a este tipo de lugares. Me acerqué a la sala principal, única del lugar que destacaba por tener un foso justo en el centro. Tres metros de profundidad y ocho metros de diámetro, rodeado de un barandal de acero inoxidable. Dentro de él, dos hombres estaban de frente sentados en una mesa.
Me pregunto ¿qué pensará el primer jugador? ¿Qué lo ha orillado a venir hasta aquí y sentarse en la mesa? Su cara no muestra tristeza, sólo seriedad. Justo como debía de ser, todo un perfecto jugador de póquer; pero sus ojos cuentan una historia distinta. Cada vez que es su turno no los cierra. La mayoría lo hace. A pesar de estar tan desesperados como para venir hasta aquí tienen miedo. Pero el Primer jugador no. Y si lo tiene sabe ocultarlo muy bien. Espera paciente su turno sin parpadeos, suspiros o arrepentimiento. Sus ojos son distintos. Su mirada, aunque todos piensan que dice lo mismo que los otros, es diferente. No es desafiante, es melancólica. Hay un pasado que intenta ocultar o una deuda que tiene que saldar. Pero no una deuda de dinero. ¡No! Esas deudas son pasajeras y no tienen un verdadero, pero en el mundo moderno. Es una deuda donde ha empeñado su palabra, su vida.
Veo su mano, tiene una sortija de matrimonio, de esas que hacen en pares por pedido para que el par sea único. Eso es, por eso está aquí. Un divorcio lleva a las personas a hacer grandes locuras. ¿Será su historia tan común? ¡No! Debe ser única. No como la del segundo jugador, que está aquí porque su esposa lo abandonó, se fugó con su mejor amigo y socio, se llevó a su hija y todo su dinero. Clásica historia de las personas que pasan por el foso. A las dos semanas lo despidieron por llegar ebrio al trabajo y embargaron su casa por no pagar la hipoteca. Vivió unas cuantas semanas de bar en bar con lo que consiguió vendiendo lo poco que dejó su esposa. Hasta que no tuvo con que pagar y robó un supermercado. Lo atraparon y lo enviaron aquí. Una historia común. No tan común como los tres días que ya llevaba aquí.
Una pantalla plana de 30 pulgadas muestra el número del turno y un acercamiento a la mesa. Es el número de turno: once. Nunca nadie había llegado al once en los tres años que llevó viniendo a este lugar. La tabla de apuestas cambiaba cada tres turnos, pero después del turno diez el mínimo para entrar a la apuesta bajaba más del 90 por ciento.
El riesgo de ganar o perder seguía siendo un 50/50, pero si ganaba podría pagar la renta. Daban 7 a 1 al Primer sujeto, casi el doble que, en el inicio, pero al Segundo le dan 20 a 1. Puede ser un blofeo. Nunca difieren en uno o dos puntos, trece parecía excesivo. Sólo pasan cuando arreglan los juegos, o será porque el segundo sujeto había ganado los últimos dos días. Nadie podía tener tanta suerte. El mínimo era de 100.00 créditos, el único presupuesto que tenía. Me arriesgo a apostar a que el primer sujeto gana. Mi primera apuesta en este lugar que apesta a perdición.
Me acerco al barandal en donde una turba de espectadores y apostadores animaban a su favorito. La mayoría no lo sabe, pero las personas en el foso no pueden escuchar nada. Es casi imperceptible por la buena iluminación, pero justo sobre el foso hay un techo de policarbonato de dos pulgadas, suficiente para detener balas, pequeños explosivos y, por supuesto, el sonido exterior. El sonido interior del foso es transmitido por un sistema de audio de alta fidelidad, que deja escuchar hasta el mínimo suspiro.
—Nunca lo había visto apostar. No creí que fuera como ellos.
Una voz familiar llama mi atención. Volteo en busca del cuerpo que emana esa voz. A mi derecha está la mesera que siempre me atiende. Es la primera vez que dice algo aparte del clásico: «¿qué le sirvo hoy, señor escritor?». Nunca he sabido si el que me diga “señor escritor” es una burla o su forma de mostrarme respeto.
—No soy como ellos —le respondo—. Ellos son millonarios aburridos que vienen aquí a entretenerse. Yo sólo busco historias que publicar en el periódico, para ganar un poco de dinero.
—¿Por eso apostó esta vez? ¿Por dinero? Es lo único que significan esos hombres de ahí abajo. Su oportunidad de ganar dinero… o acaso realmente se trata de historias, de escribir notas para que los periódicos ganen cada vez más y abran más lugares como éstos.
La historia de los Casinos S. como el Mactare era bien conocida. Después de la guerra iniciada por el presidente Donald, la economía se desplomó, muchas empresas se fueron a la quiebra, con excepción de los grupos de medios, los banqueros y algunos empresarios que se volvieron más poderosos. Al fin de la guerra de 2019, la televisión, el radio y el internet fueron controlados por completo por el Estado, limitando su uso y vetaron gran parte del contenido.
Sólo los periódicos mantuvieron su autonomía. El entretenimiento televisivo se fue a pique y la industria del cine no pudo reconstruirse. La violencia había marcado el siglo XXI; los deportes, entre más agresivos, más populares. Las artes marciales vieron un gran auge, hasta llegar a las peleas a muerte de todo o nada, pero no lograban satisfacer a un público cada vez más exigente. En los medios la gente se había aburrido de la nota roja, que les parecía tan cotidiana y buscaban formas cada vez más explícitas para satisfacer sus instintos más bajos.
Los periódicos aprovecharon eso así que se inventaron nuevas formas de entretenimiento. En la clandestinidad se fundaron los Casinos S. creados para entretener a empresarios, banqueros, políticos, millonarios… Sólo unos pocos podían darse el lujo de apostar y venir a saciar sus más profundas perversidades. En 2020 lograron cambiar las leyes y legalizar los Casinos S., lo que les permitió publicar lo que sucedía en esos lugares. La gente compraba periódicos como si de dulces se tratara para leer las notas y ver las fotos de lo que sucedía en estos lugares, ahí encontraron su nueva forma de entretenimiento.
—No los veo así. Las personas allá abajo tienen nombre, algunos también tienen familia. Pero tuvieron que hacer algo para estar ahí abajo. Ninguno de los jugadores acaba aquí por voluntad pro…
Las voces de emoción de los espectadores del juego me interrumpieron. Habían llegado a la ronda quince mientras hablaba con la mesera; el récord anterior era de catorce, y sólo había sucedido una vez, o al menos era lo que decían los rumores. Las apuestas volvieron a aumentar, y eliminaron el mínimo de entrada. En menos de 10 segundos las taquillas de apuestas recibieron una ola de espectadores que aprovechaban la oportunidad de apostar unos cuantos créditos.
—No todos son criminales, señor escritor. Por si no se ha dado cuenta ya no hay tantos criminales como antes. Pero la gente sigue pidiendo cada vez más espectáculo —responde la mesera al acercarse al barandal—. Para cubrir cada show, les pagan mucho dinero a vagabundos. Casi nadie acepta al inicio. Pero regresan rogando algunas semanas después de sufrir las penurias de las calles. Les es difícil aceptar vivir sin nada cuando lo tenían todo, comer de la basura, pedir limosnas a desconocidos, dormir en callejones sucios y malolientes.
»Ven esto como una segunda oportunidad. Aunque nunca he conocido a alguien que pueda aprovecharla. La avaricia está en la naturaleza de las personas. Cuando ganan un poco creen que es su día de suerte y van por más y más y más, hasta que lo vuelven a perder todo. Así los casinos no tienen que pagar y se hacen más ricos. El segundo jugador es así. El casino dice que es un criminal, incluso inventa los expedientes policiales y grabaciones de sus crímenes para justificarse entre las autoridades que todo es legal. Pero todo es mentira. Él lleva dos noches ganando. Cree que tiene una buena racha, y tal vez así sea, sin embargo, la suerte acaba.
—Eso no puede ser. Los periódicos son poderosos, pero no al punto de engañar a la gente. Usted no puede saber todo eso, es una simple mesera que inventa historias para ganarse una propina.
—Justo por eso lo sé —me desconcierta su respuesta—. Después de algunos tragos a todos se les afloja la lengua, hablan sin precaución y, dígame, a quién le va a importar una simple mesera. Hablan frente a mí, creen que soy tan ignorante que no entiendo nada. Así son siempre los ricos y sus fantasías de superioridad.
No sabía si creerle o no. Si era cierto entonces ahí tendría mi historia. Pero, si eran los periódicos los que controlaban todo, si escribía una nota sobre esto terminaría en el mismo lugar de esos hombres. La “búsqueda de la verdad” era un lema de los periodistas del pasado. El capitalismo era lo único que mandaba hoy en día, lo único que importaba.
—Usted nunca ve ningún show. ¿Qué la hizo ver éste?
—No sólo les pagan a vagabundos. Hay gente muy desesperada que necesita dinero. No por avaricia. Por necesidad. Para ayudar a sus seres queridos. Se presentan voluntariamente. Pero a ellos les pagan diferente, a ellos les pagan por perder, si ganan se van con las manos vacías. Para el casino, si los hombres que están ahí abajo ganan, ellos pierden. La gente no paga por ver al ganador, y en los periódicos sólo se publica a los perdedores —eso era cierto. Incluso yo escribía artículos sobre los perdedores. Era lo que la gente compraba.
El aviso de una nueva ronda me distrae. Ambos guardamos silencio, era la ronda veinte, todo un récord histórico. La ley de la probabilidad había sido tirada a la basura dentro de ese foso. La mesera me estaba ocultando algo más, todo el tiempo que habló no quitó la mirada del Primer jugador. Las apuestas para la ronda se cerraron. Todos estaban atentos a lo que sucedería en el foso. El primer jugador es primero, como en las rondas anteriores, no muestra miedo, juega en silencio, su mirada pide que el final llegue pronto; no sucede nada. Desliza el revólver hacia el Segundo, quien toma el arma y gira el barril. Su mano tiembla cuando pone el arma sobre su sien. Todo mundo grita, la euforia inunda a los espectadores. Se puede oler su miedo y desesperación ocultos por los perfumes caros. Jala el gatillo. Las paredes del foso hacen que el sonido de la exposición del disparo suene como una bomba estallando y el audio de alta fidelidad lo transmite por todo el casino como un eco, seguido de un silencio sepulcral que dura sólo unos segundos, hasta que el revólver, aun humeante, cae de la mano del Segundo sujeto, ya sin vida. Le siguen gritos de euforia y decepción, los ganadores corren a las taquillas a cobrar sus ganancias, los perdedores se dirigen a la barra a comprar un trago para aligerar la derrota.
La mesera suelta un suspiro y baja la mirada. Pareciera que hubiera perdido.
—Si sabe tanto de este lugar, entonces dígame: ¿Cuál es la historia del primer sujeto?
—Su hija está enferma, vino aquí voluntariamente. Si moría, el casino pagaría el tratamiento. Pero no será hoy. Aquí no tiene una historia, señor escritor. Mejor vaya a la sala dos, el show de medianoche iniciará pronto, descuartizarán a una persona, los clientes dicen que sus confesiones antes de morir son interesantes. Ahí puede encontrar una historia.
Mientras la mesera vuelve a la barra veo en su mano algo que nunca había notado: una sortija de matrimonio, el mismo diseño de la del Primer jugador. Bajo la mirada al foso y veo al Primer jugador caminar cabizbajo hacia la salida, mientras dos hombres se llevaban el cadáver del Segundo. «A ambos les tocó perder», pienso. El Primer hombre quería morir, el segundo salir de aquí con su dinero. En cambio, a mí me tocó ganar. Fue una buena apuesta, podre pagar la renta y tengo una historia que escribir.
***
—Es un gran artículo, hijo. No cualquier periodista se atreve a escribir esto. Me recuerdas a mí cuando era joven. Antes de la guerra, cuando al periodismo sólo le importaba la verdad.
—Gracias señor —es la primera vez que el editor en jefe me llama a su oficina para felicitarme—. Usted ha sido un ejemplo para mí.
—Tenías mucho futuro en este negocio, lástima que hayas descubierto esto.
—Perdón, señor. ¿A qué se refiere? ¿Usted lo sab…
Dos hombres de traje entran a la oficina y me someten. Uno de ellos me pone una bolsa de tela negra en la cabeza. Siento un fuerte golpe en la nuca y me desmayo.
Se escuchan gritos y el olor se me hace familiar. Dos hombres me sostienen de los brazos y me arrastran, por lo que creo es un largo pasillo, después de unos metros un poco de luz comienza a filtrarse a través de la tela. Los hombres se detienen y me ponen de pie.
—Tengo la esperanza de que darás un buen show —me dice una mujer con una voz muy sensual mientras me quitaba la bolsa de cabeza—. La gente apostará mucho por ti —intento hablar, pero no salen palabras de mi boca—. No te esfuerces, quemamos tus cuerdas vocales con ácido mientras estabas inconsciente, no podemos arriesgarnos con personas como tú.
»Si te resistes, espero que recuerdes quién es esta persona para ti —saca una foto de una niña esperando en una parada de autobús, es mi hija que vive en otro estado con su madre, hace más de dos años que no la veo. Es una foto reciente, lleva el uniforme de su nueva escuela—. Ella pagará si tú no lo haces. Buena suerte.
Me empuja hacia el frente, los gritos y las luces me aturden momentáneamente. Tardo en enfocar la vista. Estoy en el foso que fue la inspiración de muchas de mis historias. Frente a mí, una mesa de madera con un revólver en la mesa. Las paredes salpicadas con sangre de los perdedores. Justo al otro lado del foso se ve la silueta de un hombre que camina hacia la mesa por un pasillo igual. Al salir de las sombras veo su rostro. Es el Primer jugador. Alzo la vista hacia el público y ahí la veo.
La mesera me ve directamente a los ojos. El aire es frío, denso. Siento como el miedo y la desesperación se ocultan por el aroma de los perfumes caros. Nunca había encajado en ese lugar, nunca había encajado en este mundo. Encontré mi historia, pero nadie la conocerá. Ronda uno. Tomo el revolver. Inician las apuestas. Cinco a uno.
Jorge Varela J., escritor y editor hidalguense. He participado en las revistas Primera página y Revista Asalto; en las antologías en Cuestión de palabras (2010) y Primer Encuentro de escritores hidalguenses del CAF (2015); y publicado 5 libros: Compilación viernes 13 (2009, poseía), Trece musas (2014, poesía), Labios sabor humo (2015, cuento), Overcast (2019, novela) y Alucinación y locura en la sala de espera del Purgatorio (2019, poesía).
Arte: Paul Cézanne, “Jugadores de cartas”