Literatura viral: pandemias y morbilidad en la narrativa occidental


por Isaac Gasca Mata

La muerte, para acabar conmigo, tendrá que contar con mi complicidad.
-Marguerite Yourcenar


En la historia de la literatura las epidemias son una constante. Ya sea como escenario o trama, lo cierto es que la historia de las letras occidentales contiene un amplio archivo de este tipo de crisis sociales, que la humanidad ha enfrentado en diversos momentos y con diversos grados de mortandad. La peste negra, el coronavirus, el ébola, la viruela, el cólera o incluso el ficticio virus Z son el tema central de obras imponderables y canónicas como El Decamerón de Giovanni Boccaccio, La peste de Albert Camus, o El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. No menos importantes son Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, Diario del año de la peste de Daniel Defoe, Más grandes que el amor de Dominique Lapierre, y Guerra mundial Z de Max Brooks. En todos ellos la muerte, el miedo al contagio, la tristeza y la desesperanza de los personajes provocan en el lector una curiosidad entusiasta. ¿Los infectados se mueren o se salvan? Las páginas de los libros se agotan respondiendo esta pregunta.

Hace unos meses veíamos lejanas esas historias, pasatiempos narrativos sin mayor objetivo que entretener. En el mejor de los casos eran registros testimoniales de tiempos atroces y antiguos que frente a los avances de la medicina moderna creíamos que no volverían a ocurrir. Craso error. La literatura siempre está ahí para recordar cuán parecido nos comportamos los seres humanos sin importar la época y cuan frágiles somos ante problemas que nuestros antepasados soslayaron siglos atrás, por eso estamos aquí, pero muchos de sus contemporáneos no lo lograron y esa genealogía, la de ellos, se cortó.

El coronavirus es hoy lo que el cólera fue antaño: las fosas vuelven a abrirse, los barcos flotan con un cargamento de enfermedad, la epidemia ingresa en las casas sin que nadie sepa la razón ni el lugar donde la contrajo, y las máscaras de cuervo, las mascarillas n95, vuelven a ponerse en el rostro como una endeble garantía de preservación. La vida parece emular a la literatura: los médicos no encuentran la cura, la gente muere en cantidades inenarrables, la devastación conquista las orgullosas ciudades de la humanidad convirtiéndolas en vacías necrópolis. Vuelve el triunfo de la muerte, tal como lo retrató Pieter Brueghel. La muerte toma posesión de su reino, y este reino es Wuhan, Nueva York, Lombardía, Ciudad de México… Con los contagios regresa el eco de preocupaciones remotas[1]. Las personas, como los personajes literarios, vuelven a enfrentarse a un futuro incierto.   

Las obras de catástrofes epidemiológicas abundan en el canon literario occidental. A veces los virus y bacterias que describen los libros son históricos; otras son una invención del autor que describe en su ficción la sintomatología, las fases de contagios y la cuarentena provocada por una enfermedad. Tal como la peste del insomnio relatada en Cien años de soledad o el menos literario, pero más ilustrativo, La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag, que da cuenta de los prejuicios sociales que ciertas epidemias arrastraron consigo desde su origen. Un libro bello, singular, donde la autora expresa que: “Al contrario de estas despectivas observaciones de lo frágiles que son los amores y las lealtades sometidos al pánico de una pandemia, las crónicas sobre las enfermedades modernas parecen ignorar por completo lo mal que suele tomar un enfermo la noticia de que se está muriendo” (Sontag, 1996: 46).

La enfermedad es una constante en nuestra historia, pues por muchos avances que la civilización imponga al ser humano, avances como la cultura, la ciencia, las artes, etc, seguimos siendo animales biológicos predispuestos a las pandemias, simples primates que colaboran y se enferman en grupo. Y mientras la tecnología no alcance un desarrollo como el que sugiere Yuval Noah Harari,[2] con todo lo que implica, las pandemias seguirán azotando a la humanidad tal como lo hacen desde el final del pleistoceno. Viruela, Sarampión, Tuberculosis, Coronavirus o Cólera… todas tienen su referente literario, sólo es cuestión de hallarlo.  

En La Ilíada, epopeya inaugural de la literatura helénica, Homero recrea una visión sorprendente de la peste al describirla como una lluvia de flechas que el dios Apolo envía a los argivos durante nueve días:

Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; más luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.

(Homero, 2008: 12)

En su libro Historia mundial de los desastres. Crónicas de guerras, terremotos, inundaciones y epidemias, John Withington enumera una serie de epidemias que golpearon a las sociedades antiguas, modernas y contemporáneas. Con un lenguaje periodístico el autor menciona la enfermedad del sueño provocada por los parásitos Trypanosoma brucei rhodesiense transmitido por la mosca hematófaga Glossina, también conocida como mosca Tsétsé y cuyas víctimas distan mucho de reducirse al campo literario. Según la OMS esta enfermedad es peligrosa porque:

La picadura de la mosca tsetsé se convierte en una úlcera enrojecida; a las pocas semanas pueden aparecer fiebre, inflamación de los ganglios linfáticos, dolor muscular y articular, cefalea e irritabilidad. En las fases avanzadas, la enfermedad ataca el sistema nervioso central y aparecen cambios de personalidad, alteraciones del reloj biológico, confusión, trastornos del habla, convulsiones y dificultad para caminar y hablar. Estos problemas pueden evolucionar a lo largo de muchos años; si no recibe tratamiento, el enfermo muere.

Durante la historia de la humanidad se propagaron cuantiosas pandemias que acabaron con la vida de poblaciones enteras. Entre los virus más contagiosos y letales, Withington enumera el cólera, la tuberculosis, el ébola y la viruela. Ésta última fue decisiva durante la conquista de Tenochtitlán por las huestes de Hernán Cortés, ya que se trató de un ataque viral. La pandemia resultante diezmó a los pobladores mexicas a tal grado que la ciudad no resistió el asedio impuesto por el ejército español con bergantines en el lago de Texcoco. Los cuauhtecutli y ocelotecutli enfermaron y murieron, incluso el Tlatoani Cuitláhuac pereció víctima de la viruela cediendo el trono al último gobernante mexica: Cuauhtémoc. Pero la enfermedad era tan mortífera e infectó tanto a Tenochtitlán que la población mexica, sin anticuerpos que contrarrestaran el virus, finalmente cayó el 13 de agosto de 1521. Derrotados por el virus, no por las armas. Así fue la conquista de México: una epidemia. Esta historia tiene varios retratos literarios, entre ellos destacan Cartas de relación, de Hernán Cortés, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo y La conquista de América: el problema del otro, de Tzvetan Todorov.

Otra conocida pandemia, quizá la más famosa en occidente, es la peste negra (o bubónica) que durante el siglo XIV diezmó la población de los países europeos:

Éste es probablemente el peor desastre registrado en la historia humana, el responsable de la muerte de unos sesenta y cinco millones de personas. Muchos de los que la sufrieron creyeron estar presenciando el fin de la raza humana. Su nombre terrorífico, la “Peste Negra”, proviene de las manchas oscuras que aparecían en el cuerpo de las víctimas, a causa de las hemorragias subcutáneas. Hoy en día, se acepta generalizadamente que la epidemia fue debida a una terrible mezcla de peste bubónica, neumónica y septicémica.

(Withington, 2009; 140)

Fue tal la magnitud de la epidemia que sus secuelas transformaron seriamente la vida social. En literatura hay varios ejemplos del tema: El camino de Santiago, de Alejo Carpentier, forma parte de un vasto catálogo narrativo donde se describen síntomas, contagios y muertes motivadas por la peste bubónica:

Creyóse, en un comienzo, que el mal era de bubas -lo cual no era raro en gente venida de Italia-. Pero, cuando aparecieron fiebres que no eran tercianas, y cinco soldados de la compañía se fueron en vómitos de sangre, Juan empezó a tener miedo. A todas horas se palpaba los ganglios donde suele hincharse el humor del mal francés, esperando encontrárselos como rosario de nueces. Y a pesar de que el cirujano se mostraba dudoso en cuanto a pronunciar el nombre de una enfermedad que no se veía en Flandes desde hacía mucho tiempo a causa de la humedad del aire, sus andanzas por el reino de Nápoles le hacían columbrar que aquello era peste…

(Carpentier, 2001: 76)

Cazadores de microbios de Paul de Kruif, es otra obra literaria perteneciente al subgénero de la biografía, donde el autor narra las vicisitudes que los principales epidemiólogos del pasado sortearon para desarrollar vacunas contra las enfermedades que asolaron a la humanidad de aquel tiempo. Entre las páginas del libro aparecen los primeros bacteriólogos como Robert Koch, Louis Pasteur, Elía Metchnikoff y Paul Erlich. A partir de las investigaciones científicas de tales personajes la población dejó de creer (al menos una buena parte) que las pandemias eran castigos divinos protoapocalípticos y supieron que la causa de las enfermedades eran seres microscópicos llamados bacterias, virus o bacilos presentes en todas las superficies de nuestro planeta y con diferentes grados de letalidad. Por eso una buena higiene tanto del cuerpo como del hogar es necesaria para contrarrestar a estos patógenos nocivos.

Lamentablemente eso no ocurrió en el mercado de Wuhan, China, cuando en diciembre de 2019 se originó el coronavirus que actualmente afecta a las sociedades a escala mundial. Las condiciones insalubres del lugar, donde lo mismo venden carne de serpiente que murciélagos sin aparentemente ningún control o filtro sanitario desencadenó la zoonosis que como efecto dominó se inoculo en todos los países del orbe. La pandemia es tan solo el inicio, lo que ocurrirá después tendrá influencia negativa en las economías globalizadas a tal punto que seguir pensando en bloques de cooperación económica parece una ingenuidad. Existe un libro acerca de esta enfermedad en específico. Escrito en 1984, Los ojos de la oscuridad, de Dean Koontz se ha vuelto tendencia mundial por la coincidencia del lugar de origen de la pandemia de Covid 19 y la enfermedad que describe en su novela. Una vez más literatura y vida emparentadas en la tragedia.

Después del desarrollo de las primeras vacunas de la mano de Louis Pasteur, los avances científicos en materia de salud alcanzaron horizontes inimaginables para las mentes más brillantes del siglo XIX, no así el comportamiento de las personas durante la cuarentena. Es muy interesante comparar las actividades humanas del pasado con las actuales y descubrir que el desorden y las tonterías auspiciadas por la desesperación ante la incertidumbre ocurrieron en la Peste negra con los flagelantes, en la gripe española con los viajeros y actualmente en el coronavirus con aquellas personas que no respetan la cuarentena. Hasta hace pocos días, al menos en México, la gente abarrotaba los aeropuertos, sin entender que cada cuerpo es un vehículo de transmisión viral. Para aprovechar los días de asueto, decían. Una estupidez histórica que, aunado a disparar el número de contagios, también demuestra que la estulticia humana en la literatura y en la vida no conoce fronteras. En la obra cinematográfica Fausto (1926), filmada por el director alemán Friedrich Wilhelm Murnau, a su vez inspirada en el mito germánico ampliamente difundido por la literatura de Johann Wolfgang von Goethe y Christopher Marlowe, se puede ver que la gente sin esperanza durante la plaga decide salir y divertirse en un carnaval con gran jolgorio y música. “-¡No sabemos cuando nos llegará! ¡Hasta entonces, queremos vivir y disfrutar![3]. Los niveles de alfabetismo y el progreso de la educación pública y privada parecen no surtir efecto en la cabeza de individuos irresponsables que en la edad media realizaban carnavales y en la actualidad fiestas Covid. Este comportamiento también tiene coincidencia con obras maestras de la literatura, pues irresponsables como ellos fueron finamente descritos por las plumas de autores de todos los géneros.

En su cuento “Memorial de la segunda peste”, Ignacio Padilla relata las vicisitudes de una población sudamericana que luego de sobrevivir a las dolorosas fiebres de una enfermedad revierte los síntomas con una inmunidad orgánica a prueba de todo. El agente viral inocula en ellos un padecimiento igual de terrible pero difícil de detectar pues, por mero contraste, los infectados del nuevo virus presentan cuadros clínicos que, antes de angustiarlos, los convencen de una excelente salud debido a un equilibrio biológico en sus células inmunizadas[4]. Esta sintomatología se contrapone a las que se presentan entre los padecimientos de cualquier pandemia. El buen funcionamiento del organismo humano es prueba fehaciente de la salud, pero en este relato es evidencia precisamente de lo contrario: una enfermedad silenciosa que acabará con la vida. Ignacio Padilla contrapone conscientemente los indicios de la infección que describe con los que utilizó Albert Camus para referir los sufrimientos que la peste bubónica causó en la ciudad de Orán en una de sus obras. En la novela del premio Nobel argelino los signos que anteceden a la desgracia son inconfundibles:

Y él, levantando las sábanas y la camisa, había contemplado las manchas rojas en el vientre y los muslos, la hinchazón de los ganglios. La madre miró entre las piernas de su hija y dio un grito sin poderse contener. Todas las tardes había madres que gritaban así, con un aire enajenado, ante los vientres que se mostraban con todos los signos mortales.

(Camus, 1984: 67)

La propuesta literaria de Ignacio Padilla parece referirse a un dilema propio del mundo globalizado que de tan interdependiente se ha vuelto sumamente proclive a pandemias y contagios, que si bien hace apenas un siglo eran problemas localizados en regiones delimitadas geográficamente, ahora, con la velocidad de los medios de transporte, se pueden propagar prácticamente a cualquier región del orbe en cuestión de días y arrojar sus primeras víctimas fatales en unas cuantas semanas. En la época global el miedo a las epidemias se ha propagado a tal punto que la cultura de masas ha querido ver en ellas los temas lo suficientemente poderosos como para congregar frente a pantallas de cine o televisión a poblaciones enteras que observan, tratando de adelantarse quizá, el fin del mundo causado por una enfermedad. Los títulos de películas, series o libros que vaticinan tal desenlace pueden contarse por millares. No es gratuito que Ignacio Padilla en “Memorial de la segunda peste”, siguiendo el Zeitgeist contemporáneo, construya un texto donde el miedo postmoderno a la infección viral se propague sin que nadie, al parecer, pueda hacer algo para contenerlo, ya no se diga evitarlo.

Ahora se sabe que la llamada aldea global es muy endeble en cuanto a afecciones bacteriológicas. El desarrollo de las ciencias médicas y su divulgación constatan que si un ser humano enferma de un virus mortal, pongamos por caso en Asia, en pocos días, horas quizá, la enfermedad puede infectar naciones al otro lado del mundo.

El conocimiento de las consecuencias nocivas que tuvieron las pandemias del pasado atemoriza como quizá nunca lo hizo alguna enfermedad, ficticia o real. En su obra Globalización cultural y Postmodernidad (1998), José Joaquín Brünner realiza una interesante reflexión acerca de los miedos que cimentaron la cultura de la edad media (la época de la peste bubónica) y los miedos que actualmente preocupan al humano postmoderno. El sociólogo sostiene que mientras los temores de ayer, hace mil años, nacían de las calamidades y la impotencia del conocimiento, los miedos de hoy, en cambio, son (…) de una civilización dominada por el conocimiento y la comunicación” (Brünner, 1998: 38). No hace falta que la enfermedad devastadora se propague, simplemente un rumor, en apariencia científico[5], una Fake News, es suficiente para difundir el miedo. Esa es la tesis que sustenta el cuento “Memorial de la segunda peste”, en la que un grupo de sujetos sanos, y más fuertes que nunca, se contagian con un virus letal que los orilla a mutilarse los miembros, quemarse la piel y finalmente inmolarse. Ya no sienten dolor ni otro tipo de interés con respecto a sus cuerpos. Los mutilados, indolentes ante su nueva realidad, se deterioran mentalmente de tal manera que el protagonista de la narración, sir Richard De Veelt, es devorado horriblemente por una partida de infectados[6], tal como en las películas de terror postmodernas que utilizan la antropofagia como un inequívoco signo del apocalipsis. Con el argumento de su historia, Ignacio Padilla responde a la hipótesis planteada por Brünner en los siguientes términos: “La cultura que recoge los temores del cambio de época y los refleja de manera consciente es la cultura postmoderna” (Brunner, 1998: 47). Conscientemente el escritor mexicano relata una historia que define uno de los miedos postmodernos: el miedo a la extinción de la especie humana causada por las únicas formas de vida que pueden hacer mella en su organismo: los virus.               

El planeta Tierra en la época contemporánea muestra las marcas inconfundibles que la especie dominante le impuso. La sobrepoblación, así como la deforestación de los bosques y selvas, o la erosión de los terrenos de cultivo son apenas una muestra de lo que los seres humanos en su conjunto provocan. Sin un depredador que equilibre el número de individuos, la humanidad hasta hace poco más de un siglo dependía en su totalidad de los microorganismos portadores de virus con los cuales la población de vez en cuando sufría una purga terrible pero que la ayudaba a conservar su armónica proporción. Una de las causas primarias del miedo postmoderno a las infecciones se fundamenta precisamente en la sobrepoblación de las ciudades que obliga a sus habitantes a vivir en espacios cada vez más reducidos, y precisamente por ello, convertidos en caldos de cultivo para la propagación de enfermedades:

Los miedos contemporáneos provienen, además, de observar lo que sucede a nuestro alrededor como resultado de la presión demográfica (…) se agregarán a la población mundial, anualmente, 112 millones de personas. Cada año, un nuevo Bangladesh. Las ciudades continuarán creciendo, los suburbios urbanos tendrán más habitantes, los desplazamientos masivos dentro y entre los países tenderán a aumentar. Todo esto produce temor e inseguridad.

(Brünner, 1998: 40)

Y la única solución que la cultura de masas propone para compensar los daños causados por la sobrepoblación es la creación de un miedo colectivo a las pandemias; miedo expresado en las últimas líneas del cuento “Memorial de la segunda peste”, en las que su protagonista es devorado al tiempo que “leía las últimas páginas del memorial con la certeza de que un día las partículas de su propio cuerpo, pletóricas de vida, serían desperdigadas por el viento amazónico” (Padilla, 2001: 25). Se entiende que “pletóricas de vida” significa pletóricas de enfermedad, de virus, de muerte.

En conclusión, los microbios que producen epidemias, tal como los definió el bacteriólogo Paul de Kruif son “seres de una casta que destruye y aniquila razas enteras de hombres diez millones de veces más grandes que ellos mismos (…) asesinos silenciosos que matan a los niños en sus cunas tibias y a los reyes en sus seguros palacios” (De Kruif, 2013: 10). Son, al parecer, los únicos seres capaces de controlar la proliferación humana. Por eso producen un miedo racional en la época postmoderna; porque en la era de las comunicaciones vía satélite y la información ilimitada se saben los terribles estragos que históricamente ocasionaron a todos los pueblos del globo. La amenaza que supone la inoculación de uno de esos seres microscópicos en un habitante de cualquier ciudad sobrepoblada conlleva un posible contagio masivo y en el peor de los casos la muerte indiscriminada de todos los habitantes de la urbe, tal como ocurrió con los aborígenes de la misión de Saint Martin que Ignacio Padilla describe con el afán de ejemplificar el miedo contemporáneo a las enfermedades, los virus y las pandemias.


Notas

[1] “El enfermo murió a los cuatro días, ahogado por un vómito blanco y granuloso (…). Poco después, el Diario del Comercio publicó la noticia de que dos niños habían muerto de cólera en distintos lugares de la ciudad (…). Once casos más se registraron en el curso de tres meses, y al quinto hubo un recrudecimiento alarmante. (García Márquez, 2003: 128)”.

[2] “Si la Organización Mundial de la Salud identifica una nueva enfermedad o si un laboratorio produce un nuevo medicamento, es casi imposible que todos los médicos humanos del mundo se pongan al día acerca de esas novedades. En cambio, aunque tengamos 10.000 millones de IA en el mundo y cada una de ellas supervise la salud de un único humano, aún es posible actualizarlas en una fracción de segundo, y todas pueden comunicar entre sí sus impresiones acerca de la nueva enfermedad o el nuevo medicamento” (Harari, 2018: 42)

[3] Escena del minuto 12:58. Fausto (1926). Director: Friedrich Wilhelm Murnau https://www.youtube.com/watch?v=DSRSfFkaVog

[4] “¿Qué sospecharía alguien menos sabio que de Veelt con revisar decenas de cardiogramas regulares, índices de glucosa en perfecto equilibrio, topes de presión envidiablemente contenidos?” (Padilla, 2001: 22)

[5] “Memorial de la segunda peste” es un palimpsesto literario pues consiste en la crónica de un narrador omnisciente que a su vez se sustenta en el informe médico de sir Richard de Veelt, quien a su vez se basa en un antiguo memorial que encontró en lo profundo de un hospital en la selva amazónica. Por tanto, el cuento se constituye como una superposición discursiva de tres relatos clínicos mediante los que se especula sobre los síntomas que presentan los infectados de la enfermedad.                             

[6] Resulta muy similar el final del cuento de Ignacio Padilla al el final de la película Freaks (1932), de Tod Browning.


Bibliografía

BRÜNNER, José Joaquín. Globalización cultural y Postmodernidad. México. Ed. Fondo Cultura Económica. 1998

CAMUS, Albert. La peste. México. Ed. Seix-Barral. 1984

CARPENTIER, Alejo. Guerra del tiempo y otros relatos. México. Ed. Lectorum. 2001

DE KRUIF, Paul. Los cazadores de microbios. México. Ed. Leyenda. 2013

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. México. Ed. Diana. 2003

GASCA MATA, Isaac. Ignacio Padilla, el discurso de los espejos. México. Ed. BUAP. 2016

HARARI, Yuval Noah. 21 lecciones para el siglo XXI. México. Ed. Debate. 2018

HOMERO. Ilíada. España. Ed. Mestas. 2008

PADILLA, Ignacio. Las antípodas y el siglo. España. Ed. Espasa-Calpe. 2001

SONTAG, Susan. La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas. España. Ed. Taurus. 1996

WITHINGTON, John. Historia mundial de los desastres; crónicas de guerras, terremotos, inundaciones y epidemias. España. Ed. Turner Noema. 2009


Isaac Gasca Mata (Monterrey, NL). Licenciado en Lingüística y Literatura Hispánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha presentado sus cuentos en diversos foros a nivel nacional como la FIL Guadalajara 2019. Es autor de los libros Ignacio Padilla; el discurso de los espejos (BUAP, 2016) y Tristes ratas solas en una ciudad amarga (UANL, 2019). Fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en poesía, generación 2019.

Arte: detalle de El triunfo de la muerte, Pieter Brueghel, el Viejo

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