Colina silenciosa


por Aldo Rosales Velázquez

 

De pronto se da cuenta (ella) que todo está demasiado oscuro

como si cada una de las noches en las que ha olvidado dormir

súbitamente golpearan la habitación

Debe ser que allá afuera

una madrugada abierta en canal se desangra sobre las ventanas

 

En alguna parte de la casa

un teléfono no deja de sonar

y un par de manos

(las suyas)

trémulas sobre la mesa,

apenas existentes por oscuras

—si un corazón telegrafía sangre a mitad de la nada, y nadie lo escucha, ¿de verdad palpita? —

se aferran una a otra para no abandonarse a la caída de correr a levantar la bocina

 

No con un estallido, no

ni siquiera con un susurro:

si el mundo ha de terminarse será ahogado en sombras

devorado por la maleza negra que crece al lado de la quietud

destrozado por un golpe de silencio

 

Sobre su cabeza/bajo sus pies/dentro de su pecho/a la orilla de su respiración/

pende un ruido

 

—Como si un avión no terminara de pasar:

—Como si un grito no encontrara la ruta hacia el silencio entre tanta ceguera:

—Como si se desmoronaran los pilares que sostienen la oscuridad:

 

debe ser la pesadilla

esa yegua sin cuerpo que corre desbocada sin jamás llegar a ningún lado

animal que aplasta las flores del sueño sin pisarlas

y se detiene sobre el pecho a descansar a medianoche

 

Por las escaleras, que nunca recuerda haber subido, se escucha rodar un hueso

y en donde antes estaba la cocina

(cómo saber si ahí sigue)

algo, quizá una moneda,

revienta sobre el cristal sagrado de silencio

una puerta de metal se abre sola

un escalofrío pasa entre sus pies, como un gato

y el supuesto hueso sigue rodando por la escalera, sin jamás caer del todo

 

Vuelve a sonar el teléfono

(o acaso nunca dejó de hacerlo)

piensa en levantarse a contestar

puede ser que alguien se haya equivocado de número

o que la compañía llame para comprobar si aún vive alguien ahí

pero eso no importa

basta levantar la bocina

caracola de plástico donde quedó atrapado el mundo

y sentir en el oído el cálido cuerpo de otra voz

 

Sus manos vuelven a temblar

si no contesta, ese mensaje se perderá para siempre

alguien llama hoy que (cree recordar) es su cumpleaños y es todo lo que necesita saber

qué importa si el cable hace años está roto

que importa si en la casa nunca hubo teléfono

 

El aire huele a mandarinas amargas

a humo, a carne quemada

algo descompuesto (tal vez ella) flota en ese mar de oscuridad,

o algo ha comenzado a nacer de los restos del último hilo de luz que entró a la casa

y nunca logró encontrar el camino fuera de este laberinto

 

¿Hubo una radio antes de tanta oscuridad?

Debió ser así, porque un hervidero de gusanos de metal pulula en el aire

astillas de una voz parecen saltar de la hoguera de estática que incendia la casa

¿La llaman por su nombre?

¿Es eso su nombre o así suena cualquier palabra después de tanto silencio?

¿Esa pesadez a sus espaldas es un cuerpo?

No puede saberlo

hace tanto tiempo del último recuerdo que bien pudo haberlo soñado

como se sueña el cielo en un día soleado

flores amarillas a lo largo de un camino

o a un hombre perdido entre avenidas rotas y casas vacías

corriendo sobre calles que de pronto se vuelven hielo

 

Trata de recordar por qué está sola, pero no puede

nada hay antes de esta casa a oscuras, y si lo hubo es como si nunca hubiera existido

del techo cuelgan estalactitas de humedad y olor a encierro

el suelo cruje, como si estuviera cubierto de diarios

quizá ella es un ave y no puede recordarlo

 

/una radio crepita cuando alguien se acerca /

/un teléfono suena sin nadie del otro lado/

/un hueso rueda por unas escaleras que sólo sirven para bajar/

/un avión no termina nunca su recorrido/

 

No hay cuerpo suficientemente grande para llenar una casa

mucho menos el silencio o una colina coronada de nubes

cualquier lugar es inmenso cuando se está a solas

 

Allá afuera se arrastra la neblina

humo de un incendio sin fuego:

/una herida no deja de sangrar/

/un llanto tras la puerta del baño, donde no hay nadie/

/un vacío que nunca empieza ni termina/

/sale líquido de un corte en la muñeca/

 

Quiere decir su nombre y no lo recuerda

las palabras que se quedan en la punta de la lengua cobran filo

y siente el sabor de la sangre inundarle la boca

quiere moverse pero no se atreve; podría desmoronarse

la carne húmeda es delgada como un sueño

 

—La oscuridad mordiendo las paredes

—Una sirena allá del otro lado de las paredes

—Esa radio que no puede callar

 

luego nada

nada

 

No en un estallido

ni en un llanto o un susurro:

si el mundo ha de terminar

será en un golpe de silencio

hundido en oscuridad

flotando en el olvido de otros

en el sueño solitario de alguien que se sueña solo

a mitad de una colina ciega de silencio

 

 

Aldo Rosales Velázquez (Ciudad de México, 1986) es egresado de la licenciatura en enseñanza del inglés de la UNAM. Autor de Luego, tal vez, seguir andando (Río arriba, 2012), Entre cuatro esquinas (Fondo editorial Tierra adentro, CONACULTA, 2014), La luz de las tres de la tarde (Fondo editorial BUAP, 2015), El filo del cuerpo (Revarena ediciones, 2016), Ciudad Nostalgia (Casa editorial Abismos, 2016) y Sombra-Reflejo (Fondo editorial BUAP, 2017). Ha publicado cuento, poesía, crónica, ensayo, reseña y artículo de opinión en diversos medios. Becario del FONCA en cuento (2016-2017) y coordinador del taller de creación literaria del FARO Indios Verdes, en la CDMX.

Ilustración de Andrew Wyeth.

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