30 Rockefeller, NY


por Debbie Saavedra


Había esperado con ansias un empleo como éste por años. Después de terminar la escuela de negocios, jamás me imaginé comenzando una carrera en la escritura de comedia. Había tomado el empleo en Nueva York sin pensar: la promesa de trabajar en 30 Rockefeller como contadora, luego asistente, y luego ¿escritora? Nunca tuve una oportunidad.

Los días eran largos. Los pasaba leyendo y clasificando, viendo por la ventana a los edificios al otro lado de la calle. ¿Eran diferentes a éste? La emoción inicial de ver a las celebridades en los pasillos se volvió fría. Un momento vacío que me atormentaba.

El primer sábado me llamaron de regreso a la oficina en cuanto entré a mi habitación compartida. Un documento perdido o fuera de lugar. Caminando hacia la puerta de salida vi a Tom, un favorito mío de un programa en vivo. Al caminar a un lado, intenté captar su atención y sonreír. Pasó a mi lado, inexistente, sus ojos viendo el suelo y su boca una línea dura y firme.

Cada encuentro era el mismo, la piedra fría de la decepción y la vergüenza enterrada en lo profundo de mi estómago. ¿Cómo podía ser tan ingenua? Yo sólo existo como un animal en esta ciudad. Por esa sensación no camino en la calle de noche. Camino y los edificios caen, lanzando su sombra hasta en la noche. No quiero ver qué acecha ahí, pero lo sé y los huelo, pútridos y moribundos. Veo la córnea de sus ojos en la oscuridad y sus dientes brillantes. Desde 30 Rock y a casa, no hay nada para mí ahí afuera.

Pero hoy es diferente. Sábado de nuevo, demasiados documentos sin clasificar y yo soy la persona más baja en la escalera. Salí tarde, temblando y viendo detrás de mi hombro. ¿Viendo qué? Pensando qué había para cenar… si no me daba prisa a esta hora, probablemente sería yo. Sonreí por este pensamiento extraño.

—¿Qué es tan gracioso? —recargado en una pared en la plaza está Tom, sonriendo.

Sacudo mi cabeza y el peso de la piedra ha vuelto, pero mis dedos hormiguean como si hubiera tocado los cables de electricidad por encima de él.

—Trabajas aquí, ¿verdad? —continúa sonriendo, sus dientes están ligeramente ladeados. Encantador.

Asiento y se yergue, ya no confiado, nervioso, apenado. —Camino contigo, ¿a dónde vas?

—Sólo a Wal-Mart.

—No sé si tenemos eso en Nueva York, pero sé de algo similar. ¿Está bien? —está sonriendo nuevamente, y sus ojos se ven brillantes y enormes. Encantador.

Caminamos en silencio, me siento rígida. Pie izquierdo, pie derecho. Pie izquierdo, pie derecho. Las sombras crecen y caen, la ciudad las respira. Las ratas corren y se las llevan a lo largo de la calle, por lo menos espero que sean ratas. Una lámpara a la distancia parpadea.

—Qué miedo, ¿no? —extiende los brazos como Frankenstein en las películas, y resoplo con risa mientras él se ríe fuertemente de su propia imitación.

Entramos a la tienda, las luces neón y débiles, emitiendo un resplandor morado. Mi piel hormiguea y mi corazón late más fuerte. ¿Por qué sigue aquí?

Un cajero aburrido escribe en su celular mientras dos hombres hablan fuertemente en coreano en alguno de los pasillos.

—Oye, ¿puedo esperar aquí? —Tom señala una pequeña banca de concreto cerca de la entrada. Me encojo de hombros. Posiblemente se aburra y se vaya. —Súper, prometo que no me iré.

Compro lo más lento posible, un pensamiento me estremece: él está en el show en vivo de esa noche. El show en vivo que está pasando en la televisión en ese momento.

Los dos hombres han dejado de hablar. Dejo mi carro de compras en medio del pasillo. Sigue sentado cerca de la entrada de la tienda. Mi piel pica incómodamente cuando me acerco a él.

—Me tengo que ir… —comienzo a decir.

—Aw, ¿por qué? —está sonriendo nuevamente. Sus dientes están ligeramente ladeados y muy blancos. Sus ojos son brillantes y enormes. Parece que saldrán de sus cuencas. —¿Es por algo que dije? —pregunta y extiende su mano para tocar mi brazo, cuidadosamente y pesaroso.

De nuevo es atractivo y encantador cuando levanta sus cejas y ve profundamente en mis ojos. Estoy paralizada, mi respiración sale corta y estoy rígida. Tú sabes cómo despertar de un sueño, sólo mueve tu mano. Mi mano se mueve, pero sigue ahí. Ahora mueve tu otra mano, ahora tu pie.

—¿Qué haces?

—¿Es por algo que dije?

Su boca gira hacia arriba en una parodia de una sonrisa, su labio inferior tiembla y su vuelve azul, negro. El olor pútrido golpea mi nariz y siento arcadas de vómito. Inmediatamente sus ojos son muy blancos cuando giran en sus cuencas y sus cejas se alzan hasta desaparecer, los huesos de su rostro resuenan cuando desencaja su mandíbula, sus dientes son tan blancos.

—¿Es por algo que dije?

Su risita resuena profunda desde su estómago, me atraviesa y la siento hasta en mis pies. Abro la boca. Tú sabes cómo despertar de un sueño, sólo mueve tus manos y tus pies sólo mueve tus manos y tus pies sólo mueve tus manos y tus pies sólo mueve tus manos y tus pies sólo cierra los ojos y mueve tus manos y tus pies recuerdas esa vez sólo moviste tus manos y tus pies.

Nunca lo veo moverse. Un borbotón de sangre. ¿Esa es mi nariz? Una risa histérica se mueve a través de mí y nunca siento la segunda vez cuando devora mi cabeza.



Debbie Saavedra es egresada de Letras españolas y licenciada en enseñanza del inglés. Es aficionada de la escritura y todo el género del horror y sus derivados.

Arte: Francis Bacon

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