En defensa de las listas


Somos animales de costumbres. Amamos las tradiciones, las rutinas y los rituales. A la vida desalmada le damos estructura con nuestras repeticiones. Así llevamos el año, entre cumpleaños y solsticios, entre adioses y recibimientos. Por eso no resulta extraño que deseemos reducir los días a un catálogo bien delimitado de razones: las mejores películas del año, los discos más vendidos, los libros imperdibles. Pero hay, por cierto, a quien le enfurecen las listas.

Listar es ordenar el mundo. Todo lo que conocemos necesita de un cajón para guardarse. El ajetreado ritmo de nuestra sangre pasa por un finito número de arterias, sabidas, enumeradas. También Homero tuvo que pasar lista de las naves griegas en el segundo canto de La Iliada. ¿Y acaso no hizo Borges una biblioteca personal, un catálogo de obras a leerse? Que el mundo es infinito, pero cabe en un puñado de nombres.

La cuestión no es nueva. En el siglo X, Sei Shônagon decidió anotar en su Libro de la Almohada una serie de elementos que conformaban su visión de la vida. En la actualidad, sus listas son consideradas un ejemplo clásico de la sensibilidad y arte japoneses, pequeñas y largas cuentas de los sucesos cotidianos: hechos que hacen saltar el corazón, objetos que recuerdan al otoño, plantas favoritas y motivos de tristeza. Al hacer listas, creemos tomar el cauce de la vida, siempre disperso, siempre fugitivo. Por fin, pensamos, hemos llegado a lo de verdad importante. Este engaño no es menos placentero que el de la poesía. Listar es, por lo tanto, luchar contra el tiempo: “Soy hombre, duro poco/ y es enorme la noche”, recordaba Octavio Paz, para luego decir: “también soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea”. Para no olvidar, para escribir en piedra es que hacemos listas.

No menos fragmentarias que un poema, las listas están destinadas a permanecer incompletas. Como nosotros, están rotas de algunas partes, pero son mejores espejos que algunos cuadritos de cristal que la gente lleva consigo. Porque nos encarnan, porque están hechas de la misma materia que nos forma, las listas, más que reducir, abarcan el mundo que somos.

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