Se ha metido una cucaracha en la nave


por Víctor Parra Avellaneda


Estoy en medio del espacio, rumbo a Marte. Al ingresar a la cabina de mando encuentro frente a mí a una cucaracha caminando sobre los controles de mando. Siento escalofríos y mucho asco. Odio a las cucarachas. Son vectores de un verdadero coctel de enfermedades infecciosas que podrían llevarlo a uno directamente al hospital, pero, ¡oh, sorpresa!, ¡aquí no hay ningún maldito hospital!, ¡estoy en mitad de la nada! Y esa cosa, esa cucaracha, tiene el potencial de enfermarme de cosas tan horribles como la salmonela, el tifus y la tuberculosis… ¡ah!, y también pueden tener larvas de parásitos intestinales entre los pequeños poros de su exoesqueleto y, lo que es mucho peor, en las profundidades de sus intestinos, de su tejido muscular y de todo su cuerpo, posiblemente haya una multitud de virus terribles como el de la polio. ¡Polio, salmonela y tuberculosis en una nave espacial!

Pienso esto, paralizado, mientras la cucaracha sigue recorriendo maliciosamente los controles de mando, cada botón, cada interruptor y cada palanca. Ese insecto respira el mismo aire que yo. No sé cuánto tiempo ha estado aquí dentro. Lo más probable es que estuviera desde el inicio de la misión. Pero, ¿cómo se escabulló? ¿cómo logró un mísero artrópodo burlar los estrictos controles sanitarios y de seguridad? Creo que eso ya no importa, porque la veo a ella, a la cucaracha. Puedo ver cómo mueve lentamente sus antenas, con las que tienta y examina cuidadosamente el terreno que recorre. Veo sus alas retraídas, sus patas con pelos que parecen picos, y las manchas en su cabeza. Periplaneta americana, ese es su nombre, si mal no recuerdo. Bastante acertado por parte de los científicos que la bautizaron. Peri-planeta, quiero pensar que significa que se encuentra en todo el mundo, y también que se encuentra en cada una de las alcantarillas, baños, bacinicas, cadáveres, canales de aguas negras, moteles, hospitales y otros sitios inmundos de la Tierra. Pienso en que lo de periplaneta le queda muy corto. Periplaneta tendrá que ser cambiado por Multiplaneta cuando el bicho llegue a Marte, se esconda en algún sitio inaccesible y ponga huevos y de estos salgan cientos y cientos de larvas que se transformarán en una nueva generación de cucarachas, se habrá generado la primera población interplanetaria de cucarachas marcianas…un momento… ¡los huevos! ¡la maldita cucaracha que está frente a mí podría tener huevos, o podría haberlos puesto ya! Dicen que por cada cucaracha puede haber cincuenta o incluso cien más escondidas. En ese caso, ¿cuántas cucarachas hay en la nave realmente? ¿Cien, doscientas, quinientas?

Ahora me siento más tenso que antes. Esta cucaracha es solo la punta de un enorme iceberg articulado y de seis patas. ¿Y la cucaracha? ¿Dónde está ese insecto? ¡Lo perdí de vista! Veo por todas partes, buscando con mi vista en cada sección del tablero de mando, sobre la ventana donde se ve la negrura del espacio, sobre las paredes y nada. Tampoco está en el piso. Solo falta un sitio, el techo (si es que en un sitio donde no hay gravedad “techo” y “piso” son palabras válidas). Lentamente volteo hacia lo que es mi arriba y paralizado puedo ver a la cucaracha caminando. Está llegando a donde termina el techo y empieza la pared. Si sigue caminando, llegará hasta mí. ¡Qué asco! ¡Me voy a infectar de salmonela o me va a dar tuberculosis en una misión donde no debería haber ningún bicho! Sigo paralizado. Por mi mente emergen cientos de pensamientos que se entremezclan. Mi cerebro está con demasiada información recorriendo rápidamente. Son muchos datos, muchos miedos los que me infiere el insecto que viene en mi dirección. Demasiadas conjeturas, demasiados planes de escape. No sé que hacer. ¿Me voy? ¿La aplasto con un cuaderno? ¿La atrapo con un recipiente y la envío al vacío del espacio?

 ¿Y la cucaracha? ¡Otra vez se me ha escapado de la vista!

No está frente a mí, tampoco en las paredes ni en la ventana de la nave. ¿Dónde rayos está ese maldito bicho?

¿Y si nunca existió? ¿Y si la cucaracha la creó mi mente para combatir la soledad? O en el peor de los casos, pudo haber sido una invención de mi mente, pero no con ese fin, sino como señal de alarma para indicarme que estoy sufriendo alucinaciones por el aislamiento social. Ya no sé cuántos días van desde que abandoné la Tierra para dirigirme al planeta rojo, que está a no sé cuántos millones de kilómetros de distancia de la nave. Pensándolo bien, hace mucho tiempo que no veo a una persona. Ya ni siquiera sé qué aspecto tienen. ¿Y si las personas tienen aspecto de cucarachas y por eso mi mente generó una?

No, eso no tiene sentido. Me recuerdo las veces que pude contemplarme sobre el espejo del baño de la estación y tengo certeza de que soy humano.

Pero la cucaracha. La maldita cucaracha. Bien, tal parece que nunca existió tal cosa. Que estoy alucinando, que me estoy volviendo loco y he caído en una especie de psicosis. Ahora que lo pienso, puede ser incluso que aún me encuentre en el entrenamiento psicológico, donde lo ponen a uno encerrado durante cuatro años completos en una copia exacta de la nave, para seleccionar a los astronautas que se postulan con el fin de viajar por el espacio.

¿Y la ausencia de gravedad? ¿También es creación de mi mente? Podría ser. Cada quien alucina de manera distinta. Algunas personas podrán ver demonios, ángeles, extraterrestres. Y yo, tal parece, alucino con cucarachas y gravedad cero.

***

Haber llegado a estas conclusiones me tranquiliza. Aún estoy en la simulación y en unos cuantos meses o años (ya no lo recuerdo) abrirán la puerta y me dirán Muy bien, señor, ha pasado usted la prueba. Es un astronauta calificado. Se dirigirá hacia Marte. ¡Felicidades!

Me agarro de la pared y me empujo para entrar de lleno a la cabina de mando y cerciorarme de que todo vaya en orden.

Siento algo en mi cuello, un ligero picor. Con mi mano palpo la zona hasta que siendo el escalofrío más fuerte de mi vida. Sufro un espasmo violento al saber que mi mano ha tentado lo que es indudablemente un insecto. La cucaracha es real.

Grito fuertemente y me sacudo con gran violencia. En mi desesperación me empujo fuertemente con los pies y salgo disparado de la cabina para entrar a gran velocidad al cuerpo de la nave. Sigo sacudiéndome y blandiendo mis brazos aleatoriamente, sin mucho razonar, y suceden dos cosas: me estampo sobre la puerta del baño y la cucaracha se desprende de mi ropa y flota a un metro de mí. No tengo opción. Abro la puerta rápido y me escondo en el baño.

Observo a través de una sección transparente de la puerta cómo el pequeño cuerpo del insecto impacta con un ligero ruido. Luego, puedo ver su silueta negra recorriendo lentamente la puerta. Hace eso sin parar. Va de un lado hacia otro, pero siempre regresa. Es como si me estuviera siguiendo y esperara a que salga. A menos de cinco milímetros de material de carbono con el que fue hecha la puerta del baño, se encuentra una bomba de tiempo, una bomba de enfermedades. Una verdadera caja de pandora.

En mi mente suena una voz, la de una investigadora en el área de bioseguridad que en los cursos que nos dieron a los aspirantes astronautas hablaba sobre la cuarentena obligatoria que todos los viajeros espaciales deben pasar cuando ingresan a la Tierra después de mucho tiempo en el exterior. El sistema inmune de los astronautas se deteriora y se vuelve muy susceptible en condiciones tan impropias para la vida como es la gravedad cero. Por eso la cuarentena es un recurso imprescindible. En las misiones espaciales, los tripulantes se encuentran en naves que han sido minuciosamente desinfectadas, pero aun así pueden presentar infecciones virales como el herpes, esto por los altos niveles de estrés que pasarán. El estrés, el aislamiento social y las condiciones tan atípicas condicionarán que sufran una depresión severa de su sistema inmune. Por eso, de regresar a la Tierra y no guardar la cuarentena, cualquier cosa, hasta una gripe común, podría matarlos.

***

He contado un día completo de aislamiento en el baño de la nave y la cucaracha sigue posada sobre la puerta. No quiero salir. Pensar en que ya ha puesto huevos y esos huevos son otras cucarachas escondidas en todos los rincones.

Reviso cada centímetro del pequeño baño y no encuentro nada. Ninguna cucaracha. Pero, ¿qué hay en los demás lugares? No lo sé, y no quiero saber. Tal vez estén ocultas en mi cuarto, o en los almacenes de alimentos, o en las tuberías profundas del baño, donde no puedo llegar, pero probablemente, como si de alguna alcantarilla se tratase, estén ahora mismo danzando alegremente, reproduciéndose y compartiéndose sus enfermedades.

¿En qué me he metido?

***

¿Qué sentido tiene viajar en el espacio? Uno sufre y está siempre al borde de la muerte. Si algún pequeño escombro más pequeño que mi mano se cruza en el camino de la nave, podría penetrar el casco y en unos cuantos segundos todo se va al diablo. Se despresuriza la cabina y muero sin enterarme. Y si no es así, si ningún maldito objeto destruye la nave, aún tengo que preocuparme por la luz. El sol aquí es letal. Una cantidad nauseabunda de radiación salpica la nave cada segundo. Aunque quiera evitarlo, absorbo una parte de esa radiación letal y mi cuerpo la asimila. Y la gravedad cero lo complica todo; no se puede comer ni beber ni defecar como en la Tierra. Aquí reina la anarquía.

Pero regresando al punto de todo esto, ¿de qué sirve viajar a Marte? ¿Para qué me enlisté en esto? Tal vez no conocía este infierno donde una cucaracha podría matarme con sus virus y bacterias y me obliga a aislarme en un reducido cuarto de baño. Tampoco me había cuestionado lo suficiente. Muchos hablan maravillas de esto, del viaje espacial. Todos quieren abandonar la Tierra para vivir solos en Marte, el sueño del ermitaño moderno. Antes, hace muchos siglos, cuando aún había bosques y las ciudades no eran tan grandes, las personas podían aislarse entre los árboles sin más problemas. Ahora, tienen que subirse a una nave espacial hacia otro planeta donde no hay nada, solo tierra roja y un viento infernal. Tal vez me dejé convencer por los primeros hombres que fueron y regresaron del planeta rojo hablando maravillas. ¿Qué buscan allá? ¿Recursos? ¿Minerales? ¿Construir ciudades?

A la mejor a toda esa gente que regresa feliz de Marte le pagaron mucho dinero por decir eso, por convencer a la gente. Tal vez incluso nunca fueron allá. En ese caso, ¿cómo estoy seguro de que la nave se dirige realmente a Marte? ¿Y si no vieron esperanzas en mí y en realidad esta nave es un ataúd donde me han encerrado? Un ataúd lleno de cucarachas embadurnadas de salmonela.

Ya no encuentro la diferencia entre estar en este sitio o en Marte. Allá a donde me dirijo, tendré que someterme a una cuarentena cuando llegue (si es que llego) y vivir todo el tiempo confinado en un pequeño complejo urbano donde viven todos los humanos del planeta. Viajar encerrado para llegar a un mundo desconocido donde la única forma de vivir es encerrado.

***

Han pasado cinco días y la cucaracha sigue ahí. No tengo hambre. Esto no me deja sentir nada. Me siento atormentado. Los ojos me arden y creo que tengo fiebre. Será tal vez porque no he comido o porque la cucaracha me contagió su colección de enfermedades. O fueron esas enfermedades las que me han reducido el apetito. Ya no lo sé y no me interesa. No le veo el sentido a alimentarme. Si lo hago, seguiré viviendo y sufriendo en este infierno con esa cucaracha. Y aunque lo quisiera no podría. No puedo abrir la puerta. Me es imposible. Un maldito insecto me retiene.

Podría volar todo este lugar. Encender una pequeña llama y que el abundante oxígeno en la nave se inflame y explote y con ello termine todo esto de una buena vez. Que salgan volando también todas las cucarachas que andan escondidas y se mueran en el vacío del espacio.

Pero no puedo. Ya casi no me quedan fuerzas para nada. Cuando abro los ojos veo lo mismo. La luz pasando por entre la parte traslúcida de la puerta del baño y ese maldito bicho parado ahí, moviendo sus antenas.

Debieron enviar robots en vez de personas. Pero claro, ¡es que no les importan las personas! Todo sería más fácil con robots. Ya los hay con forma de arañas y del tamaño de un caballo, yendo a las guerras y exterminando a personas, escalando montañas y edificios. Pero no los hay para sustituir a los astronautas. O no los quieren poner. Es increíble que confíen más en un humano que puede volverse loco en poco tiempo que en un robot que no conoce eso que llamamos miedo.

Tiene que entender los objetivos de la misión, me dirán, necesitamos saber los límites por los que una persona puede soportar el aislamiento hacia Marte. Pronto nuestros dominios se ampliarán hasta Júpiter y los otros mundos y necesitamos gente preparada para ello. Usted es un buen elemento.

***

Divago y sigo divagando. Mi mente no encuentra acomodo. Y ese bicho continúa allí parado, esperando a que salga. No se va. Su silueta es perfectamente distinguible. Me tortura.

Vuelvo a pensar en la idea de que esta nave espacial es en realidad un ataúd. A lo mejor ya estoy muerto. Y digo a lo mejor porque sería lo mejor que podría ocurrir. Significaría que ya no tengo nada que perder. Marte no existe, tampoco la Tierra ni la humanidad. Con mi muerte, todos dejaron de existir. No queda nadie más que yo y esa cucaracha, ese miedo.

***

En la preparatoria conocí a la antigua cultura egipcia y sus creencias sobre la muerte. Según ellos, uno atraviesa una serie de lugares extraños y se enfrenta al juicio de dioses. En la cultura azteca se pasa por el Mictlán, donde el difunto es sometido a inclemencias, paisajes tormentosos y deidades monstruosas hasta que el alma es purificada. Puede que, en mi caso, esté en alguna especie de Mictlán espacial. Un Mictlán lleno de mis más grandes miedos. Cucarachas, gravedad cero, soledad, enfermedades. Pero si estoy muerto, ya nada importa.

Puedo abrir esta maldita puerta y encender el aire de la nave. Que explote y se lleve todo al vacío. Que me lleve y me libere de una vez.



Víctor Parra Avellaneda (Tepic, Nayarit, 1998). Estudia biología en la UDG. Es autor de la novela satírica El intrigante caso de Locostein (Editorial Dreamers, 2019). Ha publicado en revistas literarias de Latinoamérica, Estados Unidos, Canadá e India, como La Sirena varada, Penumbria, Sinfín, Dumas de demain, Spelk, The Temz Review, L’Éphémère Review, Culture Cult Magazine y Nymphs. Fue becario del PECDA Nayarit (2018-2019).

Arte: Will Kindrick, Astronauta solitario

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