por Carlos Palacios
Michis contra la mala poesía
Los gatos no me dejan escribir.
Me temo que saben algo.
Saben leer, leen las mentes, ven el futuro,
Me temo que saben algo.
Saltan, rasgan poemas y se beben victoriosos
la cicuta ennegrecida de mis palabras.
Esos gatos. Se posan sobre mi cuaderno,
me hipnotizan para mantenerme alejado.
Me temo que saben algo.
Los miro y ellos tan mustios me ronronean,
me piden perdón, comida y que no escriba más.
Me piden que no languidezca
y yo les digo que languidecer
es lo único que hay que hacer
y yo voy bien.
Vida cula
Aquella vida preparada para los hombres
no es para mi.
Aquellas calles echas para arrastrar el alma,
aquellas ciudades construidas, aquel auto o esa casa
no son para mí.
Lamentable, quizás afortunadamente el trabajo y la vida en sociedad
son cosa de sabios, de competentes.
Las calles queman mis pasos
Las miradas derriten mi alma.
Completamente inadaptado
camino con miedo,
como perro escamado tiemblo.
Todos son mis enemigos más el destino.
Que mejor que ser la nada, ser piedra o cucaracha,
salir por las noches,
no sentir, no ser.
Cada movimiento en la ciudad es desgastante,
toma cada esfuerzo y me deja débil
toma más que fuerza
toma sangre, lagrimas y poemas
me deja seco,
esto no es vivir.
Arrojarse a la vida moderna es más que un acto de responsabilidad o valentía:
es odio a si mismo
pero yo soy innecesario completamente,
las piedras no se mueven cuando las pateo.
Esta tarde vivir no me apetece
ni mañana, estos años tampoco.
Déjese ahí
Dejen que muera
Dejen que mi estómago se seque
Dejen que agonice dentro de estas paredes grises
Dejen que el té se enfríe
Y que el amor vuelva mañana
Dejen que Dios espere
—que lo que más tiene Dios es tiempo
y nosotros tenemos cosas por hacer—
Dejen que los amores se consuman
en su fuego de espera
en esas camas negras
con esos ígneos pechos
entre piernas morenas
Dejen que el estómago devore hambre
Dejen languidecer el espíritu, el hijo y el padre
Déjense morir,
que se consuma la bacha
Que duelan los pasos
que vuelen las calandrias
que se quemen las iglesias
que se rompan las macetas
Dejen que los niños jueguen con su miembro
que mueran adolescentes en casas de tabique y cielos de asbesto
Dejen en paz a los que ya murieron.
Tres amigos del alma (corrido)
Tres amigos del alma
Iban rumbo a Santa Ana
En una colorada camioneta
Con las mochilas llenas de chelas
Y bajo la sombra de un árbol
Jóvenes sabios charlaban
De lo injusto que sería el futuro
Mientras las latas se terminaban
Son la familia que yo elegí
Y no me arrepiento
Somos los tres mosqueteros
Y como un hombre sabe decir
De verdad yo los quiero
Sentados detrás de un iglesia
Echaban baraja, la cerveza se terminaba
Mientras el viento arrastraba las vacías latas
Todos bajaban sus cartas
Lamento que hayas tenido que leer eso. Carlos Palacios, casi poeta de oprobios, trompetista de jazz, obrero en una fábrica, compositor de boleros. Con colaboraciones en la prestigiosa revista “Mi vergonzoso diario”. Doctorado en valer verga. uwu
Arte: Gilberto Aceves Navarro