Oficinista


Por Antonio Miguel Muñoz Ortíz

 

Creo que mi error fue comer tan de prisa para que no hubiera pagado en vano. Si el anuncio de fuera hubiera dicho que tardaban 30 minutos en cocinarme el paquete de comida que ofrecían, seguro no hubiera entrado ahí. Pero la oferta era demasiado tentadora para rechazarla; 30 pesos una comida que incluía milanesa, ensalada, agua de jamaica y sopa de letras. Aunado a eso, le sumo que la quincena iba a la mitad y yo ya no tenía mucho dinero por haber tenido que cambiar de gasolina para mi auto, para que el motor no se dañe. Comí de prisa la sopa de letras, la lechuga y la milanesa, a duras penas pude servirme un par de vasos de agua.  Quedaban 5 minutos para que llegara mi hora de entrada y la dichosa cocina económica estaba a 10 caminando. Todo por hacerle caso al pendejo de Uriel, seguro que quería verme correr para llegar a tiempo, jijo de la chingada. Pero ahí voy, con camisa, zapatos, pantalón de vestir y una corbata medio apretada corriendo para llegar a tiempo. Dos calles y me sobran 3 minutos. Sí llego, sí llego, pero me duele el estómago. Siento cómo cruje y me da vueltas, como si me pusieran de cabeza y siguiera corriendo. Mejor me detengo. No, mejor le sigo porque sino me van a descontar la hora completa. Sí llegué, cómo no. Entro al edificio y en el elevador hay mucha gente, entre ellos una señora que, sin disimulo, me mira la camisa. Ay, san pendejo, ya van dos camisas que ensucias con salsa roja. Y con lo que me molesta tallar… Bueno, pero ya llegué. Y justo a tiempo.  Busco la tarjeta y no la encuentro. Me duele más el estómago, ahora cruje como bochito en carretera. ¿Dónde la dejé? ¿En la mesa? No, no llevé nada a la fonda, sólo mi cartera. Me paso la mano por el bolsillo trasero de la nalga derecha y FUM aparece como arte de magia justo 40 segundos antes de que sea mi hora. A tiempo, Pedro, eres un chingón. Voy a mi cubículo con toda calma, ya no tengo que andar a las carreras. Pero sigue doliéndome el estómago… Oye, Lupita, ¿No tienes una aspirina o algo para el dolor de estómago? ¿No? Chin, es que me anda doliendo mucho. Ahora siento todas las tripas de cabeza, como si se quisieran salir. Tengo que ir al baño. Ahora sí hay que meterle, ahora sí hay prisa. Entro. Azoto la puerta Voy al excusado. Me arrodillo. Cierro los ojos. Vomito. Abro los ojos. Y ahora hay palabras en el agua de la taza.  Me ardió muchísimo al vomitar, como si hubiera bebido litros de alcohol, pero no había manchas de suciedad o comida revuelta en el excusado, sólo letras bien delineadas y con total significado. Lo leo. No mames, ¿Yo saqué eso? No puedo evitar llorar. Oye, Uriel, ve esto. Él también lo lee y llora. Le hablan a todos los de mi piso para que lo lean. Nadie lo cree, ni yo lo creo. Todos me aplauden y me miran como si fuese un héroe.  “Oye, Pedrito, yo no sabía que también eres artista, felicidades. Debe ser tu obra maestra.” “Ay, Pedro, con esas palabras y frases cautivarías a cualquier mujer, ya lo hiciste conmigo…” “Pinche Pedro, eres un chingón”

Ni yo me lo creo. ¿Ahora qué chingaos sigue?

 


Semblanza

Lo único innovador que he hecho es usar un par de tenis de dos colores diferentes pero el mismo modelo, todo por culpa de un vendedor descuidado.  Creo que el arte puede ser tan agresivo y sorpresivo como un estornudo, también puede traer mocos y baba consigo.

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