Nota: esto es un análisis del libro Cementerio de animales y las dos películas (1989 y 2019) basadas en éste, por lo que el texto contiene muchos spoilers.
Él la abrazaba y la mecía, convencido, con razón o sin ella, de que Ellie lloraba por el carácter inapelable de la muerte, por su impasibilidad ante las protestas y las lágrimas de una niña, por su arbitrariedad. Y lloraba también por esa facultad del ser humano, que puede ser maravillosa o funesta, para sacar de un símbolo deducciones sublimes o siniestras. Si todos aquellos animales estaban muertos y enterrados, luego Church podía morir (¡en cualquier momento!) y ser enterrado; y lo mismo podía ocurrirle a su madre, a su padre o a su hermanito. Pet Sematary era real.
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Los remakes de películas basadas en novelas de Stephen King siempre ponen nerviosos a sus seguidores. El tiempo ha maltratado a las primeras adaptaciones y, siendo sinceros, algunas fueron muy malas desde el principio (sobre todo las que él mismo produjo o dirigió). Sin embargo, algo hay en esos baños de sangre color agua de jamaica y monstruos con costuras visibles que no nos deja del todo insatisfechos y con los cuales podemos vivir tranquilamente. Además, cabe señalar que algunas de estas películas formaron parte de un movimiento revolucionario en el cine de horror estadounidense, el cual comenzaría a manifestarse a partir de 1970 y se extendería hasta principios de 1990. Más allá de la violenta carga visual propia del género—y que en ese momento fue un poco más gráfica, aunque tampoco era algo nuevo—, el que muchas películas de estos años se conectaran con el contexto histórico de la época las volvió sumamente innovadoras, pues lanzaban una fuerte crítica social (Roche 21) y aterrorizaban con crudas manifestaciones o posibles escenarios de la realidad. Los eventos en The Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hooper, 1974), por ejemplo, se desencadenan por una crisis económica y algo similar sucede en The Hills Have Eyes (Wes Craven, 1977), donde las familias habitan un área olvidada de la mano de Dios y explotada por el capitalismo; aunado a esto, ambas narraciones nos hablan de familias “normales” que quedan expuestas a la disfuncionalidad y el desorden, y es de esta disfuncionalidad —en oposición directa con la feliz familia americana— de la que surgen psicópatas como el protagonista de Halloween (John Carpenter, 1978) (66-91).
Estas películas causaron sensación en los espectadores porque tenían un subtexto que les resultaba familiar y los enfrentaba con miedos probables y cotidianos: criar mal a un hijo, caer en la pobreza o perder una buena reputación, y aunque todas las mencionadas nacen de un guion original, la horda de adaptaciones de los libros de King también encuentran un sitio aquí, porque lo único que da más miedo que la vengativa joven con poderes telequinéticos que vemos en Carrie (Brian De Palma, 1976) es el incesante acoso escolar y la violencia doméstica de los cuales es víctima y que la película enfatiza bastante. En el caso de Pet Sematary (Mary Lambert, 1989), el miedo palpable que despierta la adaptación es, en teoría, el mismo que el del libro publicado en 1983: perder absolutamente todo lo que se ama por necedad. Esto se logra al respetar el desenlace de la tragedia: Louis se aferra a revivir a su hijo, su hijo mata a su mujer; Louis se aferra a revivir a su mujer, su mujer probablemente lo mata a él. Aunque en el libro esta última escena no es concluyente, pues sólo nos anuncia el cadavérico andar de Rachel entrando en la cocina, en la película sí escuchamos el grito ahogado del buen doctor al ser acuchillado por su mujer, y en ambos casos tenemos una especie de cierre que resulta doloroso: todo se perdió porque no se pudo elaborar el duelo, es decir, aceptar la muerte. No obstante, este primer intento de llevar la historia de la familia Creed a la pantalla grande resultó malo, y de él nos quedó un recuerdo algo cómico de un niño corriendo con un cuchillo, una gran canción de los Ramones y una secuela todavía peor.
La promesa de que el 2019 enmendaría este primer error dándonos una nueva adaptación de la historia, con el beneficio agregado de que ésta contaría con treinta años de desarrollo tecnológico para tener mejores efectos visuales y donde además habría un giro inesperado en la trama, terminó en 101 minutos bastante desastrosos que después pasan a ser francamente olvidables. A mi modo de ver, el lazo que une a ambos fracasos cinematográficos radica en el guion y la dirección que éste toma. No me compete aquí hablar del trabajo de los actores, pero creo que puedo señalar las fallas de aquello que marca el perímetro para lo que se va a realizar. Ninguna de las adaptaciones logra hacerle justicia al grado de humanidad que alcanza la familia en su día a día ni a la violencia de la pérdida de alguien amado, mientras que en el libro, estos rasgos envuelven al lector y lo lastiman mucho más que los episodios supernaturales y sangrientos, situaciones que, por otra parte, los productores de ambos filmes toman y exageran hasta niveles demenciales. Al hablar de todo esto, no pierdo de vista que la adaptación cinematográfica es un trabajo de interpretación, no de traducción. Umberto Eco ya nos ha hecho el favor de señalar que detrás de lo que nos espera como audiencia hay todo un trabajo de elegir qué se va a decir y cómo se va a hacer (15-17) además, este trabajo lo realiza un variopinto grupo de personas con visiones diferentes de lo que se trata el texto que se va a adaptar y que debe considerar la audiencia que espera el mensaje, el medio por el cual se va a transmitir el mismo y los recursos que utilizará para hacerlo.
Con esto en mente, puedo aceptar de muy buena gana que la temática de amor y duelo que se maneja en la novela de King sea relegada para darle prioridad a otra cosa, pero el problema se origina en que nunca tengo claro hacia qué otra cosa me están dirigiendo en la pantalla: el desarrollo de las acciones va de lo absurdo a lo improvisado, y hay muy poco que sustente o justifique el comportamiento de los personajes. Aunque el punto sigue siendo el dolor de un padre al perder a su hijo, las versiones cinematográficas no se ocupan de responder a la pregunta: ¿qué lleva a un padre a preferir un hijo zombi que un hijo muerto? La novela no es precisamente corta, y en sus casi quinientas páginas elige dar prioridad a la construcción del ambiente familiar y las características mentales que definen a cada personaje y dejar que los hechos sobrenaturales se cuelen por momentos para crear tensión. El gato resucitado, por ejemplo, anda rondando torpemente por ahí, sin darle demasiado cariño a nadie pero sin ser peligroso, y funciona más como un signo de mal agüero, algo que nos recuerda que esa hermosa familia está condenada porque el patriarca entró al cementerio. Es cierto que Víctor Pascow muere al poco de haber comenzado la historia, pero la verdadera psicosis inicia alrededor de la página 350, es decir, un tercio del libro se enfoca en hablarnos de cosas que parecen tener muy poca relación con la tierra maldita que adquirieron los Creed, pero que a la larga tendrán sentido y nos ayudarán a entender por qué Jud Crandall le muestra a su vecino la forma de resucitar al gato o por qué Louis decide profanar una tumba.
Entre estas sutilezas destacan la formación médica de Louis y la manera en que encara a la muerte y que contrasta tanto con la de su esposa: mientras que él la acepta, porque en apariencia la entiende desde una visión científica, ella le tiene un miedo visceral por haber visto la enfermedad y defunción de su hermana. Si el doctor es capaz de retar a la naturaleza y buscar la manera de revivir a Gage, no es sólo porque el cementerio ha extendido sus garras hacia él, sino porque él ya era proclive a tener una actitud así. Del mismo modo, Jud condena a la familia al mostrarles el lugar no porque sea un anciano sádico o porque también esté poseído por el wendigo, sino porque es una buena persona y, por ello, vulnerable. Es cierto que le muestra el cementerio a Louis a sabiendas que el conocimiento del mismo es como una enfermedad que se esparce por la mente, pero también buscando ayudar a Ellie y a su propio vecino en un acto de amor que se justifica desde el primer párrafo del libro: él es el hombre que debió ser el padre de Louis Creed. Aunque no lo quieran, las buenas intenciones de los padres pueden hacernos daño: a veces nos consienten tanto que nos volvemos inútiles y flojos, a veces nos llevan a una tierra misteriosa que resucita a los muertos para que no enfrentemos la pérdida de un gato y a veces desentierran nuestro cadáver y nos llevan a esa misma tierra para no perdernos para siempre. El lugar es tétrico, sí, y se aprovecha del dolor de los más inocentes, pero también se alimenta de los actos de amor más puros.
Tal vez aprenda algo sobre el carácter de la muerte, que es allí donde termina el dolor y empiezan los buenos recuerdos. Que no es el final de la vida, sino el final del dolor. No tienes que decirle esas cosas. Ella sola las descubrirá.
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En la narración de las películas, por otra parte, es prioridad bombardearnos casi desde el inicio con situaciones terroríficas, haciéndonos pensar que la mismísima casa está embrujada. La adaptación de 1989 incluye a una mujer suicidándose en el sótano en cuanto los Creed llegan a instalarse y en la más reciente, la difunta hermana de Rachel, Zelda, la persigue por la casa culpándola se su muerte, lo cual tiene muy poco sentido por dos razones: 1) ¿qué hace el fantasma de una mujer que murió del otro lado del país persiguiendo a su hermana en su nueva casa, siendo que nunca antes se había manifestado? y 2) la estética que se maneja en el personaje desentona tanto con el resto de la película que me hace pensar que a la actriz se le perdió el set donde estaban grabando otro remake de The Grudge y decidió quedarse porque igual sólo necesitaban algo azuloso que se arrastrara. Además, ambas cintas son tan cortas —la primera tiene apenas 98 minutos y la segunda, como ya mencioné, 101— que no dejan espacio para desarrollar alguna especie de pathos en los personajes, algo que justifique o explique sus comportamientos. En las dos adaptaciones, Rachel parece una mujer histérica, Louis un hombre superficial y Jud es un viejillo bonachón en la primera y un hosco leñador en la segunda. Ella queda relegada a un segundo plano, mientras que los dos hombres aparecen como una perfecta pareja de idiotas con diálogos como: “¿Por qué no me contaste que tu perro regresó siendo violento y lo volviste a matar?”, “Ay, es que no pensé que volviera a pasar”. Quizás el ejemplo que mejor explique esta situación sea el del gato resucitado, porque mientras el libro declara que el animal regresa siendo muy torpe y apestando (todos los animales domésticos vuelven así), las películas retratan una criatura ágil, enojada y misteriosa que parece planear la destrucción del mundo desde un rincón de la casa. Un gato normal, vaya.
Algo que dejan claro la novela y sus películas es que la muerte de un ser amado puede sacar lo peor de nosotros mismos. No son raras las peleas familiares a mitad de un velatorio (Louis le suelta un puñetazo a su suegro en el funeral de Gage), como tampoco lo son las reacciones físicas y psicológicas. Los dolientes quedamos frente a una muralla hermética que no da respuestas ni explicaciones, podemos recorrerla y estudiarla, pero sin encontrar un surco que nos deje ver hacia el otro lado, ni una hondonada donde poder descansar. Lo esperable de un duelo normal es que la persona termine por apartarse de esta barrera, que tenga una “reacción adaptativa” y rehaga su vida (Echeburúa y Paz 231), visitándola con nostalgia de cuando en cuando. Por su parte, en el duelo patológico, la tristeza y sus manifestaciones tienen una intensidad funesta, que acecha con constantes reproches, desesperanza y recuerdos obsesivos que no hacen más que realimentar el dolor. Las personas en esta situación recorren obsesivamente la muralla, se lanzan contra ella, rompen sus huesos intentando vencerla y gritan hasta quedarse sin voz. Es justo esto lo que sucede con Louis, quien ha sido rebasado por el dolor y se atormenta por no lograr salvar a Gage, el problema es que él cree saber cómo arreglar el daño. Sobre este estereotipo del padre americano recae la sentencia de Jud Crandall: “el corazón del hombre es más árido; el hombre cultiva lo que puede, y lo cuida” (King 300 ).
Más allá de la matanza zombi y la maldición del wendigo, el verdadero terror que esconde Cementerio de animales es que existe algo peor que la separación mutilatoria de la muerte, y es justamente la posibilidad de encontrar en la muralla una puerta abierta: un rescoldo de esperanza, como el que debieron experimentar María y Marta de Betania, acompañado por consecuencias enloquecedoras, como fuese la suerte de la familia White en el relato de W. W. Jacobs. La propuesta de esta novela es desoladora, no por la masacre que suscita el ir contra las leyes de la naturaleza, sino por las acciones a las que es capaz de recurrir una persona que ama intensamente y vive un duelo mal conducido. Louis Creed decide enterrar el cadáver de su hijo en un cementerio maldito con el fin de revivirlo, eso suena mal, pero decir que Louis Creed decide excavar la tumba de su hijo, sacar su cadáver pestilente, conducirlo como un pasajero común en el asiento del copiloto y llevarlo por cinco kilómetros de bosque para enterrarlo en un cementerio maldito, a sabiendas de que volverá como un ser demoniaco, suena muchísimo peor.
Nos encontramos entonces ante una narración de terror, donde se utilizan agentes intermedios para producir tensión en el lector y, eventualmente, desembocar en escenas horribles y un desenlace aberrante, pero también tristísimo. La excusa para hablar de todo esto es un cementerio de animales, porque a ellos los enterramos en cualquier parte, sin más ritual que nuestro dolor, porque para muchos es el primer acercamiento a la muerte y porque en la inocencia de un niño siempre cabe la esperanza de volver a ver a su amada mascota. Esto es llevado al torcido extremo de un padre que no acepta el papel de la muerte porque no la respeta, que sólo la reconoce como un podrido personaje nombrado Oz el Ggande y Teggible, con quien pretende batallar. Las películas, en cambio, centran su atención en el horror puro; buscan asustar al espectador ayudándose de sonidos perturbadores e imágenes malignas, y para lograr utilizar estos recursos es necesario dar prioridad a lo sobrenatural de la narración, sacrificando entonces su carácter más humano y conciliador. Como dije al inicio, adaptar es un trabajo de interpretación, pero el asunto con ambas películas es que eligen quedarse con la parte más importante de la historia, un hijo muerto, sin permitirse el espacio de construir la trama familiar. Esto genera un bache lógico inmenso y deja a la audiencia en ascuas, porque resulta difícil conectar con los personajes. Pero, como también dije al principio, la primera adaptación rescata ligeramente el sentimiento de desolación que deja el libro al respetar un poco el desenlace de los Creed. No obstante, la versión nueva no sólo le da mucho más espacio del necesario a las escenas sobrenaturales y violentas, sino que cambia el final para dejarnos con una familia zombi donde el único sobreviviente, de manera irónica, es Gage. Esto puede producir revulsión y hasta curiosidad, pero ya no tristeza o desolación, porque la visión de un hombre solo, enloquecido y manipulado debido a su propia bondad, ha desaparecido por completo y con ello el miedo que pueda proyectarse en nosotros.
Hola, chicos, me llamo Oz el Ggande y Teggible, pero podéis llamarme Oz a secas. Al fin y al cabo, somos viejos amigos. Pasaba por aquí y he entrado un momento para traerte este pequeño infarto, este derrame cerebral, etcétera; lo siento, no puedo quedarme, tengo un parto con hemorragia y, luego, inhalación de humo tóxico en Omaha.
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Bibliografía
Cavallaro, Dani. Gothic Vision: Three Centuries of Horror, Terror and Fear. Londres: Continuum, 2002. Google Libros. Web. 21 mayo 2019.
Echeburúa, Enrique, Paz de Corral y Pedro Amor. “El duelo normaly duelo patológico”. Alivio de las situaciones difíciles y del sufrimiento en la terminalidad (2005): 231-239. Web. 21 mayo 2019.
Eco, Umberto. Decir casi lo mismo. Barcelona: Lumen, 2008.
King, Stephen. Cementerio de animales. Ciudad de México: Debolsillo, 2006.
Roche, David, Making and Remaking Horror in the 1970s and 2000s: Why Don’t They Do It Like They Used To? Jackson: University Press of Mississippi, 2014.
Filmografía
Pet Sematary. Dir. Kevin Kolsch y Dennis Widmyer. Paramount Pictures. 2019. DVD.
Pet Sematary. Dir. Mary Lambert. Paramount Pictures. 1989. DVD.
Ilustración: Fotograma de Pet Sematary (1989), dir. Mary Lambert.