El bosque de las almas perdidas


por Luz A. Villalobos


Cuando era un niño solía soñar despierto con encontrarme con las almas del bosque. Le preguntaba a mi mamá por ellas (la atosigaba, mejor dicho) y siempre me respondía cosas diferentes, “dicen que después de un tiempo, se convierten en árboles y nadie más vuelve a verlos”, me contestó en alguna ocasión. Desde entonces cada vez que pasábamos por el bosque, aguzaba muy bien la vista, buscando algún árbol con rostro o que se moviera. A veces creía verlos.

Los años pasaron sin preguntar. Dejé de buscar entre los árboles.

Eventualmente llegó el momento de implantar en mi cabeza una segunda voz. Todos los chiquillos hablábamos de eso, la mayoría estaba emocionada por el acontecimiento. Por fin, nosotros los renacuajos, que hasta ese momento sólo habíamos fungido como espectadores en la nueva era de la información, seríamos partícipes del mundo que tenía lugar en la Gran Red.

Yo iba todo lleno de expectativas y nervios, las anécdotas que se contaban sobre los primeros momentos de conexión, no dejaban de zumbarme en los oídos los “dicen que al principio puedes escuchar a todos al mismo tiempo” (que se oía por un lado), “dicen que por un momento pierdes todas tus habilidades cognitivas, te conviertes en un vegetal” (se oía en otro). Sin embargo, ninguna habladuría resultó verdad, de hecho, fue un poco decepcionante, nada especial sucedió; un piquete en la vena del antebrazo, y una tira larga y negra (con toda la finta de ser algún parásito), emprendió su viaje por mi torrente sanguíneo hasta alguna parte de mi cerebro. En esa tirita estaban todas las artimañas y artefactos necesarios para unir a cada individuo a la Gran Red, el sitio donde las mentes se unen con la internet y claro, unas con otras, en teoría.

Al principio, tengo que admitir, fue una experiencia extraordinaria, increíble: toda la información que quisiera al momento. El uso de dispositivos me parecía arcaico, de la edad de piedra, lentos y palurdos, mi conciencia se había fundido con el amplísimo brebaje humano generado por tantos años.

Antes de conectarme, lo único que yo sabía de la Gran Red era que debía estar en ella, y tenía razón de algún modo; no existe manera de que pertenezcas al mundo productivo si no eres parte de ella, si no te fundes con el resto de los millones de sus habitantes, todas las cosas importantes son llevadas a cabo a través, con y en función de ella, es inconcebible no existir ahí, te perderías de todo.

Me divertí muchísimo al principio, innegable. Mi primera vez fue en la Gran Red, en una de las tantas plataformas sociales lanzadas en aquel entonces; ha pasado tanto tiempo que parece un sueño y de cierto modo lo fue, todo dentro de mi mente, todo ahí, en la realidad que habita en ese mundo inmaterial. La primera vez que estuve con alguien, cuerpo a cuerpo, ya estaba desconectado, nuestros pensamientos no se fundieron, éramos entes completamente separados sin saber que hacer, inseguros hasta de nuestro respirar, ciegos, después de tantos años de haberlo probado todo: incompetentes.

Crecí para convertirme en lo que debía, casi sin darme cuenta, como todos supongo. No soy ninguna víctima, ni un caso especial, todo lo contrario, en medio del océano infinito de datos en el que todos estamos inmersos, soy apenas. Pero era lo que necesitaba el mundo de mí en ese momento y ese mundo es muy específico, no te da lugar a dudas de ningún tipo, el mundo requiere y exige, a cambio, el mundo da y a manos llenas: placer. Y esa era toda la verdad que buscaba en ese momento de mi vida que duró y duró, casi una eternidad, pero como dije, el mundo no te da lugar a dudas, no te deja pensar que es lo que quieres, antes de que siquiera se asome la duda, ya tienes la respuesta.

Y nada de eso hubiera sido claro para mí de no ser por una de las más grandes tragedias de mi época, tal vez la mayor, muchos no habían sufrido de tal manera nunca en la vida y probablemente nunca lo vuelvan a hacer. Las armas hace mucho no asustan a nadie, todos los países están armados y en posición de ataque desde hace tanto, que no es más que lo normal y las trifulcas civiles han desaparecido casi por completo, todos estamos identificados, ninguna información individual es privada desde quién sabe cuándo, no hay manera de que alguien perpetre la seguridad física de alguien más y que pase desapercibido, además nadie le tiene miedo a morir, físicamente hablando, nuestras conciencias perduran cuanto queramos (y cuanto el presupuesto lo permita) dentro de la Gran red, aun cuando nuestros cuerpos perezcan.

Pero nadie estaba preparado para lo inevitable, un ataque a la mismísima Gran Red. La tumbaron y a todo el mundo con ella, tremendo desastre, nadie sabía cuál era la situación, pues era imposible. Cada uno de regreso en su propio planeta, donde uno mismo era un extranjero. La gente no salía a las calles por miedo a perderse, todos estábamos atrincherados en nuestras cuevas, esperando. Y mientras esperaba, mientras me retorcía en mi miseria y angustia, en mi soledad repentina, me di cuenta de que escuchaba por primera vez, desde hace muchos años, a mi voz, la voz que escuchas cuando lees y con la que discutes cuando estás indeciso. El timbre y tono de ella había cambiado desde la última vez que coincidimos, cuando era un púber.

La crisis duró varios largos días, durante los cuales, de manera incansable, me dediqué a intentar reconectarme a la red una y otra vez, me encontré en el esfuerzo infructífero de buscar algo que se había convertido en un reflejo: pensar equivalía a entrar en la Gran Red, buscar el pensamiento, la curiosidad en ella. Que espantosa sensación la que nos aquejó a todos los seres que habitábamos dentro de la Gran Red, que de pronto nos habían desterrado de la habilidad de pensar. ¿Cómo explicarlo? Sin darnos cuenta, algo que parecía innato en el humano se había perdido, diluido más bien. Me encontré con que necesitaba de ella para decidir, no había dado un paso sin el rápido y eficaz asesoramiento de la omnipresente y omnipotente. Y sentí que me habían arrebatado el mismo aliento, que me habían privado de un sentido. Estaba ciego.

Que sensación tan perturbarte de pronto saberse tonto. Un día andas por ahí, tranquilo, sintiéndote dueño de todo el saber humano, y al otro te das cuenta que no era tuyo y que, en verdad, no eres más que una interfaz, un depósito temporal, una llave de paso.

Estaba acostumbrado a que, si tenía hambre, inmediatamente me llegaba algún comercial u oferta de hamburguesas o tacos o ve tu a saber; helado, brownies, si tenía ganas de algo dulce. Nunca lograré averiguar cómo demonios sabían si tenía antojo de algo dulce o salado o grasoso, pero sin falla, siempre tenía enfrente lo que quería, o, más probable, lo que querían que yo quisiera y terminaba queriéndolo.

Ahora mi estomago rugía y mi cerebro se desgarraba con la incertidumbre: ¿qué quiero?

Los días se volvieron un mar de preguntas sin contestar. Mi cerebro había perdido la capacidad de retener la información y claro, los recuerdos, mis años se convirtieron en borrones.

Tal vez tonto es una palabra inadecuada, pero no encuentro otra para describirlo, éramos todos tontos, ignorantes, aunque excelentes buscadores, hay que tener cierta habilidad para encontrar lo que buscas (cuando buscas) en un lugar tan inmenso. No pretendo colgar ningún juicio sobre mi generación, supongo que la Gran Red era un paso inevitable, los humanos emprendimos el camino hace muchos años atrás, este solo era el siguiente paso de la transición, ¿a qué?, no está claro, por lo menos no para mí, algún plano distinto de la vida, que sobrepasa a nuestras capacidades naturales. Si está bien o está mal, no puedo decir, pero, cuando el ataque fue cesado y todo volvió a cómo debía ser, la única respuesta que obtuve de la Gran Red fue que era lo correcto. Una y otra vez la misma respuesta. No de forma explícita, pero ese era el mensaje. Y con mi conciencia recuperada me pareció inverosímil.

Seguí con mi búsqueda de respuestas, y esta siguió más o menos el siguiente hilo: ¿La Gran Red es buena?; La Gran Red; La historia de la Gran Red; Fundadores y creación; Movimiento Unificador; Movimiento Separatista; Expositores; Comunidades separatistas en la actualidad; Bosque de las almas perdidas.

No tenía ni idea de que todo aquello sucediera al mismo tiempo que yo, que la Gran Red. Y la información estaba ahí, justo en la superficie, pero, ¿quién se iba a poner a buscar eso teniendo todo lo demás?

Indagué hasta hartarme del tema. El enigma de mi infancia. No llegué a concretar absolutamente nada, sólo me pasaba los días pensando en ello, esperaba que mi entorno en la Red se inundara de asuntos relacionados con el tema, como siempre sucedía al tener algún pensamiento o idea recurrente, pero no, todo lo contrario, la vida ahí adentro continuó como si nada hubiera pasado, y poco se hablaba ya siquiera del ataque. No hay confabulación detrás de esto, después de todo, detrás no hay nadie, sólo kilómetros interminables de cables sin vida, sin otro propósito que llevar la información que han sido enseñados a enviar, máquinas sin culpa alguna.

Pero de igual forma me parecía molesto, me picaba en las vísceras que estuviéramos tan aislados en aquella vastedad.

Buscaba información en mis ratos libres y por las noches, una noche en la cama, le daba vuelta algo que ya había visto, la vista aérea del bosque, intentaba hacer un acercamiento en el área para recorrerlo, pero no pude, llegado cierto punto, a unos metros de la copa de los árboles, brincaba un mensaje que indicaba que el acceso estaba restringido para los satélites de la Gran Red y desde ese punto no alcanzaba a distinguir nada, sin embargo, los contemplaba por varios minutos, con el corazón galopando y la respiración emocionada con la intriga. Pero una y otra vez se atravesaban en mi vista los nuevos integrantes de alguna nueva banda coreana o la nueva hamburguesa de quien sabe cuál restaurante o algún escándalo, o alguna cosa que debía conseguir con urgencia, una actualización de sistema que me forzaba a reiniciar todo el sistema nervioso, situaciones que no había notado hasta entonces, hasta que quise mi atención, mi tiempo y mente centrado en algo que realmente me interesaba. Cerré el último anuncio y fui al bosque, salí de la ciudad y me adentré en el bosque de las almas perdidas.

Me di cuenta entonces que jamás había tocado, en verdad tocado, un árbol, que jamás me había ensuciado los zapatos con tierra, ni había visto un atardecer como el que se me ofreció aquella tarde. Después de mucho caminar, me encontré con las almas.

Seres que no puedo calificar, no sé si son humanos siquiera, o si yo soy el que dejé de serlo. Mis preguntas fueron contestadas con un lenguaje lleno de limitaciones, pero cargado de significado; en realidad no hablan mucho, los que más hablan son los que nacieron ahí y han estado desconectados toda su vida, lo asocio a que no sienten la inseguridad que sienten los otros. Platiqué mucho con ellos, los nacidos ahí son más curiosos acerca de la Gran Red, los otros desconectados no les gusta hablar mucho y entiendo el porqué, a mí también me da miedo establecer una conversación sin el respaldo de la Gran Red. Viven bien, nada glamoroso, pero a su anchas, física y mentalmente, son un fenómeno.

Desde entonces he estado yendo y viniendo, cada vez que me es posible y desconectándome en cada ocasión.

Hoy es la última. Hoy me voy al bosque y pienso perderme y con suerte convertirme en un árbol después de un rato. Mi estimación de edad dicta 53 años, pero ya he completado muchas más traslaciones, quiero renunciar a esta vida, quiero morir encontrando las palabras por mí mismo, supongo que es una especie de vestigio evolutivo, buscar conflictos que resolver, buscar el significado último y pienso sucumbir ante esto.

La vida es un lugar extraño donde existir y cada era es más extraña que la anterior.



Luz A. Villalobos, lagunera e ingeniera en energías renovables con debilidad por inventar historias y escenarios, con publicaciones en revistas digitales locales, muchas plantas y unos cuantos gatos.

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