El escritor


El escritor

(Juguete Cómico Mínimo)

Por Rey Fernando Vera

 

 

 

Personajes:

Escritor

Asesino

 

 

Un cuarto. Al fondo una cama de latón y herrería. Un crucifijo arriba de la cabecera. Lámpara, mesa, sobre ésta una máquina de escribir, un botellón de agua y tres libros esenciales para escribir…

Del lado izquierdo, una ventana sin cortinas, por donde se cuela la luz azul de la noche. Un rumor lejano de música de despecho Jose Alfredo Jiménez “Que te vaya bonito”.

 

Escena Única.

 

Escritor: (Levantándose enérgico de la cama) Escribiré una novela. (Se sienta y comienza a tipear sobre la máquina, gesticulando, de espaldas al público) Escribiré una novela. Una novela. Por supuesto. Una novela. Tip Tip Tip  y unos Tap Tap Tap Y listo. El capítulo primero está concluido. Es magnífica, tiene suspenso amor y mucho sexo duro y sucio y para que sea terriblemente original le puse a un escritor que resuelve crímenes; no no no qué digo, no sólo que resuelve los crímenes de viejas destripadas, sino que además teoriza sobre la poesía y dice verdades tan señeras que se sienten como putazos de la inteligencia más prodigiosa del mundo… Y todo lo hace mientras recuerda su infancia transcurrida en Chile o mejor en Praga donde su padre era canciller y su madre horneaba deliciosas galletas de gengibre… Kundera mis huevos; Cervantes pura mamada; (enérrgico) Boooorges, mis reverendos tanates, pinche ciego malcogido… bueno, no, Borges no escribió novelas (mascullando) y bueno la verdad es que el “Aleph”.. ni pedo es casi lo mismo… y tú Cortazar, tú si te me vas a la chingada más sombría, junto con Bolaño y toda su calaña…

 

Mientras el Escritor continúa azotando la máquina, el asesino se descuelga por la ventana, boca abajo. Desciende como arácnido por la ventana,  la abre y entra sigilosamente  realizando aparatosas coreografías de artes marciales, innecesarias como sea para algo tan simple. Lleva camisa a barras, sí, barras negro y blanco y un cuchillo enorme tipo cebollero en la mano derecha. Usa antifaz. Es indispensable que este papel lo realice una mujer. Cabello suelto y labios carmín. Se acerca y levanta el cuchillo. Justo cuando lo va a clavar como estocada torera:

 

 

Escritor: (enérgico, rebosante de dicha) Y puta, qué arrebato de la inspiración, acabo de hacer que mi personaje encuentre al mismo Octavio Paz comiéndose unas gordas y reflexionando sobre la lúbrica manera en que resbala la grasa por los dedos cercana al dulce alejamiento que sienten todos los mexicanos cuando después de hacerse una chaqueta sienten la soledad de haber abandonado a su chingada madre… tip, tip, tap tap y el segundo capítulo está terminado… El asesino ha visto la escena algo consternado, es casi invisible para el escritor, y en un descuido de este, se acerca a leer lo escrito:

 

Asesino: /asia/ lleva ache…

 

Escritor: (al principio consternado)  No… es una licencia poética, estoy imitando la voz de los campesinos de los altos de jalisco.

 

Asesino: Sí, pero aún así lleva ache. Da igual… Y acá donde dice: la prístina genuflexión devota de María que se inclinaba sobre mi pubis en el reclinatorio que era mi pantalón deshecho sobre el suelo como un sembradío recíen cosechado… porque no mejor pones que simplemente se la estaba mamando al personaje. Y más acá donde…

 

Escritor: (enojado) Bueno, qué, es mi prosa. Ya me juzgarán los editores

 

Asesino: No tienes editores

 

Escritor: bueno lo publicaré en mi blog o en alguna red social. Es lo de moda, me da caché

 

Asesino: güey, escribes en una máquina Olivetti, cuál blog.

 

Escritor: (Retirando el manuscrito rápidamente y a la defensiva) Bueno, total, son asuntos míos. Y ahora, por favor vete. Ni si quiera sé qué eres o qué haces aquí.

 

Asesino: (sombrío) Vengo a matarte

 

Escritor: ¿A mí?

 

Asesino: (Levantando el cuchillo, sádico, terrible) A ti

 

Escritor: (ocultándose) Pero porqué… yo qué hice.

 

Asesino: (reflexivo) Ah… pues no lo sé. Pero alguien te quiere muerto.

 

Escritor: ¿A mí?

 

Asesino: No, imbécil, a otra persona… Mira, vamos a hacer una cosa. Yo voy a hacer de cuenta que nada de esto paso, tu sigues escribiendo unos qué, 15 minutos, yo me salgo, vuelvo a entrar y hago lo que vine  a hacer y todos contentos. (haciendo como que sale) Cómo ves

 

 

Escritor: nononononó, espérate. No puedes venir a matarme, yo no he hecho nada malo. Esto no tiene ningún sentido.

 

Asesino: Qué te puedo decir, a sí son las cosas.

 

Escritor: nonononó, así no son las cosas. Debe haber una razón para todo. Alguien te contrató para deshacerte de mí, pero no imagino quién… (pausa)¿La chava del Starbucks?

 

Asesino: No.

 

Escritor: Sí, sí, aquella de los pelos rojos a la que le agarré la nalga y luego resultó que era lesbiana y me vinieron a hacer un desmadre acá y…

 

Asesino: No

 

Escritor: Entonces, el pinche Monchas, bueno, digo, el doctor Ramón Montiel… pero es una mamada, sí, le bajé a la adjunta y nunca le devolví el libro que me prestó, pero el culero se fusiló mi tesis, así que estamos a mano.

 

Asesino: (impaciente) No

 

Escritor: (triste) Entonces la Lucila, es la única que podría odiarme, pero le devolví sus cosas. Sus libros, su ropa, incluso sus calzones, y nunca conté nada sobre las cochinadas que le gustaban… y es que era una…

 

Asesino: (fastidiado) No. Sólo tienes que morir y punto.

 

Escritor: Pero no es justo. En este preciso instante. Acabo de comenzar mi novela.

 

Asesino: Como sea nadie la iba a leer.

 

Escritor: No se trata que la lean, nomás de que la publiquen.

 

Asesino: ¿Y cómo sabes que la iban a publicar?

 

Escritor: Pos yo digo, ¿no? La esperanza muere al último.

 

Asesino: Bueno, mira, esto está tardando más de lo que deseaba. Y tengo todavía otros encargos. Vamos a hacer esto. Tú te vuelves a la cama, te pones boca a bajo y te tapas la cara con la almohada. Yo  te leo, no sé, (acercándose a la mesa donde están los libros esenciales para escribir) y te leo este, te calmas y no vas a sentir nada. Te lo garantizo.

 

Escritor: ¿Cómo, así nomás?

 

Asesino: Mira, las cosas son así… no hay que darle vuelta. Nadie es especial…

 

Escritor: ¿Y entonces? ¿Todo acaba así? (casi berrinche) ¿La carrera en letras? ¿Las lecturas? Casi acabo mi novela. No es justo, digo, cómo se supone que debería terminar un escritor sino encumbrado en la gloria o retorciéndose de cáncer o sífilis. Ni siquiera he cogido lo suficiente para pescar sífilis. (El asesino lo observa con pena, luego abre el libro y hojea las páginas mientras lo va invitando más o menos con violencia a que se recueste en la cama) No, no , me niego a que las cosas sean así (intenta ir al proscenio) es que, por favor… Sólo dime, ¿fue Lucila, verdad? Sólo dímelo. Hija de su chingada madre. (El asesino logra recostarlo y lo intenta tranquilizar como una madre cuando va a aplicar pese a su voluntad una dolorosa inyección a su crío) Espérate, espérate. No hace mucho me hablaron de un universidad, por fin encontré un empleo, digo, por si te manda mi papá, dile que ya tengo empleo, que ya no seré carga para la familia. ¿o fue el Agustín? ¿O la Tatiana? Igual y te mandan de la biblioteca (gritando) Sí, me robé los libros pero… (El asesino hace un esfuerzo terrible por ponerlo boca bajo y someterlo Finalmente lo consigue, pero él sigue gritando.)

Escritor: ¿Fue la Lucila, verdad? Pinche vieja, hasta le devolví el puto perico…

 

Su voz se oye apagada, continúa lanzando imprecaciones, aterrado. El asesino lo somete y se coloca encima de él con los tobillos cruzados, sujetándole los brazos. Ha encontrado la página del libro y recita, al principio torpemente, pues él continua forcejeando, después más pausado, hasta conseguir un efecto sublime y místico. El poema debe leerse correctamente, sin actuar y evitando las gesticulaciones.

 

Hoy recibí algo tuyo: unas palabras

que al mismo tiempo nacen

del lugar apartado que visitas,

y de la más cercana

felicidad con que me ocupas.

Me dices solamente:

“Llegué bien. No lo olvido. Lo acompaño”,

y firmas con tu nombre.

Así que no estoy muerto; que respiro

en algún sitio de tu pensamiento;

que un parte tan solamente

de mí se quedó en México, escribiéndote,

mientras que lo que soy de verdadero

está contigo en calles, en jardines.

Invisible camino al lado tuyo, con los ojos cerrados, esperando

que tú me cuentes lo que miras

para verlo también; quiero mirarlo

para poder, dentro de mucho tiempo,

decirte alguna vez: “¿te acuerdas

de aquel viaje que hicimos?”

Quiero, además, contarte

que aquí también me estás acompañando;

que tan concretos y evidentes

como el lugar en en el que aquí descansas,

como la ropa tuya que dejaste

colgada en una percha, están conmigo

tu voz, tus ojos buenos, tu deseo

de hacer el bien. Poblados se me alumbran,

con tu esperanza, el sueño y la vigilia.

Porque tú lo mandaste al despedirnos,

porque soy cosa tuya, he procurado

no sufrir. He querido que no sientas

ningún dolor por causa mía

en este dedo chico de tu mano

que es hoy mi corazón. Porque te quiero

te digo: “No he sufrido.”

Dejo ya de escribirte

para seguir pensando en ti. Comienzo

a tratarte de “usted” en mi memoria.

Usted no me ha olvidado:

Yo la estoy esperando. Usted lo sabe.

 

Hacia los últimos versos, él ya no se mueve, la música del principio se vuelve a escuchar tan sólo como un rumor (puede ir creciendo si el director lo juzga conveniente) el asesino entonces, al terminar de leer, siente pena, pero  levanta el cuchillo y lo deja caer sobre el cuello y antes de que el golpe esté hecho, cae rápidamente el

 

TELÓN

Entrada previa Armadura, botas, espada
Siguiente entrada El impermeable azul