La lucha por el derecho


por Josué Galván Ortega

 

Yo no sé que es eso de la democracia. Tengo diecisiete años, me llamó Josué Galván Ortega, estoy en el primer cuatrimestre de la carrera de derecho. Mi vida, como México, es un caos. Allá afuera en las calles hay un montón de jóvenes que, como yo, no tienen la más mínima idea de lo que es la política. Sin embargo, pese a ello hay un gran entusiasmo en sus caminatas de plaza a plaza, con las que buscan encontrarse y encontrar al verdadero México, en las que ríen bajo el intenso sol y cantan: “que no te eduqué la rosa de Guadalupe”, y llevan en sus manos pancartas con un solo mensaje: la democratización de la información y de los medios de comunicación.

Ellos están felices porque creen que un México más democrático es posible. Esos jóvenes de los que hablo son los jóvenes de 1968, son los de 2012; son los jóvenes que increparon al gobierno represor de Gustavo Díaz Ordaz, los que le exigieron a Enrique Peña Nieto –en ese entonces candidato presidencial y el candidato que el sistema nos impuso– una explicación por los hechos de San Salvador Atenco, cuestión que no pudo controlar hasta el punto de encerrarse en los baños de una universidad; los que le exigieron a Televisa dar a conocer lo qué pasó en Ciudad Universitaria el 2 de octubre de 1968, los jóvenes que le exigieron, también en esta ocasión, a Televisa dar a conocer lo que verdaderamente pasó en la IBERO el 11 de mayo 2012. Son los jóvenes que contribuyeron a forjar el México de hoy. Son los jóvenes a los que temen las dictaduras.

El 2 de octubre de 1968 es una fecha mítica en la psique y el imaginario mexicano, dada la importancia que tuvo en la vida social del país. No es atrevido decir que ese día cambio la vida de millones de mexicanos, hay sin duda un México antes y después del 2 de octubre de 1968. A su vez, creo que el 11 de mayo de 2012 es una fecha también importante y que su magnitud no se ha llegado a entender del todo, puesto que ese día un puñado de jóvenes de la IBERO iniciaron un movimiento que tenía la misma justificación que su predecesor: democratizar la vida política del país. Ambos movimientos buscaron el mismo objetivo, y sin embargo ambos, en términos cuantitativos, fracasaron, aunque cualitativamente alcanzaron el objetivo de concientizar a un puñado de ciudadanos. Si queremos entender la vida política, social y cultural mexicana debemos entender estos dos movimientos y con ello reconstruiremos el espejo y podremos ver al verdadero México.

Hay sin duda una cuestión que es importante saber y recalcar: México es la dictadura perfecta. El dictador es un partido político: el Revolucionario Institucional, y más que un partido político, es una maquinaría, la cuál nació con el México contemporáneo, es una maquinaria que se apropió de la revolución de Zapata y de Villa y se legítimo en el poder a través de corromper a las organizaciones obreras y campesinas. Como explican las palabras ultracitadas de Vargas Llosa, ninguna dictadura en América Latina hizo lo que el PRI, sacrificar cada 6 años al presidente en turno con tal de conservar al partido en el poder, cuestión que ningún otro régimen del continente estuvo dispuesto a realizar; por ende, no sobrevivieron. Una vez que la receta de sacrificar al presidente en turno caducó, hubo que crear un sistema que aparentará ser democrático, cuestión que el PRI logró con la ayuda del Partido Acción Nacional, y posteriormente con la fracción de pseudoizquierda que surgió del mismo PRI y se transfiguró en el Partido de la Revolución Democrática. Para dar un ambiente democrático al sistema, el PRI requirió la ayuda de los intelectuales mexicanos, los cuales tienen nombre y apellido: Octavio Paz, escritor que por mucho tiempo admiré y respeté, pero que sin duda fue burgués, priísta y conservador, ya que el con su revista Vuelta legítimó el fraude electoral de 1998; Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Enrique Krauze, todos ellos desde su trinchera fueron la crítica que el sistema necesitaba y su legitimación.

A lo que quiero llegar con todo esto es a que todo el sistema político está moldeado por el PRI; por ello, pensar que el PRI es un partido político es un equívoco, ya que es una maquinaria que se ha perpetuado en todo el ecosistema. Pareciera ser que la segunda ley de la termodinámica, la ley de la entropia, que nos dice que todo Sistema tiende al caos, no se aplicara al caso del PRI. Hace tiempo me decía esto: no sé si México creo al PRI o el PRI creo a México; hoy sé que México existió antes que el PRI, y que si queremos un nuevo México debemos destruir el sistema político creado después de la revolución.

Sin duda alguna, el movimiento de 1968 buscaba modificar el sistema político imperante: ahí su error. El sistema político creado por el PRI no se puede modificar, puesto que todo está hecho a su imagen y su semejanza; en cuanto ese sistema ve un elemento que altera el orden, lo destruye. Lamentablemente, ese fue el caso de los cientos de estudiantes que lucharon contra el gobierno opresor de Gustavo Díaz Ordaz, quien sólo fue un chivo expiatorio, ya que durante décadas lo culpamos a él y no al sistema; a su vez, dicho el partido controló los medios de comunicación, ya que Emilio Azcárraga fue un “soldado del sistema”; los intelectuales se vendieron y todo siguió igual. En 2012, la situación se repitió, Televisa y los medios de comunicación masivos no cumplieron con su deber de informar a la sociedad, y muchos de los que encabezaron el movimiento YoSoy132 terminaron trabajando para los medios oficiales, tal es el caso de Antonio Attolini. Los sistemas no se modifican: o se destruyen o uno aprende a sobrellevarlos. La cuestión realmente importante nos la aporta Hegel, en su dialéctica del amo y del esclavo: nos dice que entre el amo y el esclavo hay un vínculo, pero que el esclavo necesita más del amo, ya que el esclavo nunca quiere ser libre. ¿México quiere ser libre de su amo, el PRI? Por momentos pareciera que sí.

Un halo de esperanza se abrió después de mucho tiempo para el pueblo y la democracia mexicana. Después de los fraudes de 1928, cuando Plutarco Elías Calles le robó la presidencia a José Vasconcelos; después del Maximato; del fraude de 1988, cuando se cayó el sistema y votaron los muertos; después de 1994, cuando mataron a Luis Donaldo Colosio; después de las elecciones pactadas entre PRI y PAN en el 2000; después del fraude de 2006 en contra de político tabasqueño Andrés Manuel López Obrador; después de la sacudida de YoSoy132 y la victoria ilegal de Peña Nieto en las urnas en el 2012, se asomaba un brillante 2018.

Por tercera ocasión, Andrés Manuel López Obrador iba a competir por la presidencia. Esta vez no desde el PRD, sino desde un nuevo ente político: MORENA. El que Andrés viniera de un partido totalmente diferente, del cual era fundador, motivó a 30 millones de mexicanos a votar por él este 1 de julio de 2018. Todos esos mexicanos votaron ese día con enojo y con mucha esperanza. Sin embargo, siendo cerca de las 8 de la tarde recuerdo algo que me hizo comprender que el movimiento encabezado está vez por Andrés Manuel López Obrador había fracasado. Vi a José Antonio Meade felicitar a López Obrador por su triunfo, y en ese instante pensé: López Obrador traicionó a la revolución como Madero traicionó la revolución de Villa y de Zapata.

El jurista Alemán Oscar von Büllow, en su obra Teoría de las acciones y de las excepciones procesales, nos enseña que para conocer un hecho desconocido basta conocer e interpretar los hechos conocidos y relacionarlos en una cadena, a la cual llamó “cadena de indicios”. Ahora bien, Andrés Manuel es parte del sistema político mexicano forjado por el PRI y por el neoliberalismo al que está maquinaria se adhirió, y para ello haremos nuestra cadena de inidicios grosso modo: López Obrador empezó su carrera en el PRI, su gabinete está plagado de políticos priístas y neoliberales, cuenta con la aprobación de las casas de riesgo: BlackRock y Goldman Sachs; hay más evidencias, pero basta con estás.

Las elecciones de este año en México parecían ser importantes, y lo eran por lo menos en términos cuantitativos, por la cantidad de cargos políticos en juego; sin embargo en términos cualitativos fueron un rotundo fracaso, ya que el sistema que se perfeccionó con el consenso de Washington, el sistema que busca el interés privado sobre el colectivo, el sistema que favorece al uno por ciento de la población mundial a costa del resto, triunfó en México. Hay una idea dada por Slavoj Zizek que quiero rescatar: no todas las elecciones son importantes, ya que en muchas da igual quién gane o quien pierda. Sin embargo, cada determinados años se suscita una elección importante, ya que se pone en juego la subsistencia del sistema. Este no era el caso del 2018, por las razones apuntadas en el párrafo anterior respecto a López Obrador y su relación con el priísmo y las cúpulas de poder. Las últimas elecciones importantes fueron las de 2012, aquel momento de subversión del pueblo mexicano, a través de un grupo de estudiantes provenientes de varias universidades del país, fueran públicas o privadas. Yo presencié ese movimiento como algo realmente grande, como un movimiento capaz de cambiar la historia política de México; sin embargo, al igual que su predecesor de 1968, fracasó, puesto que el sistema no se modifica. Como mexicanos no supimos defender la democracia en 2012, y consecuencia de ello fueron las reformas estructurales realizadas en la gestión de Peña Nieto y con ello el afianzamiento del modelo neoliberal en México.

Por todo lo anterior, pareciera ser que la única alternativa que tenemos para derrocar al sistema político creado por el PRI reside en conjuntar las distintas facciones de México. Unir la fuerza estudiantil con los obreros y campesinos, tal y como lo hizo la revolución de 1910, y tal vez sólo así se pueda destruir el sistema político que tiene más de cien años de vigencia y que no ha resuelto las demandas de aquella revolución campesina de 1910, su consigna resonante de Tierra y libertad. Así que, como dijo Jesús: En el reino de los cielos se hace violencia y sólo los violentos lo arrebatan, noción relacionada con lo que dijo el jurista alemán Von Ihering: se debe luchar por el derecho. Luchemos por nuestro derecho a un México mejor y más democrático, por un sistema político más humano y justo.

 

 

Josué Galván Ortega. Estudiante de derecho de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Escribo como placer culposo, para pensar y vengarme de la realidad. Sin ninguna otra publicación por el momento.

Entrada previa Comentario editorial, Año 5, No. 12 [A medio siglo de 1968]
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