Raíces blancas


por Valentina Siauchó Unriza


Tan bonitas las raíces blancas que afloran las macetas. Me gusta escarbarlas con la uña hasta verlas florecer como gusanitos y luego arrancarlas lentamente, y con dolor, para mi deleite. Toca en silencio, no vaya a ser que alguno venga a ver qué pasa, como aquella vez que se me rodó una de las cerámicas chiquitas por las escaleras y ¡Ay el grito! Y los escobazos por diestra y siniestra y me tocó casi una semana de dele que dele cariñitos para que me dejaran salir otra vez al pasillo. Es que siento que me miran, las raíces, digo, como toreándome pa’ que les de su mordisco pero mordisco no les doy porque me trago la tierra y esa sí sabe bien maluco, aunque a veces hay alguna que parece bien gorda y jugosa y me atrevo a hincarle el diente un poquitico. Pero ya poco se ven de esas, así que prefiero dedicarme a otros oficios como ir a despertar a Mercedes o a Santiaguito a ver si se dignan a darme de desayunar.

La verdad, y lo digo aquí en confianza, ya siento que ellos no me quieren como antes cuando corrían detrás mío pa’ decirme ay, qué quiere el michico, ay, que está triste, que le falta agua, ay ay y yo sí sí y me lamía la patica para dejarme consentir, pero ya con decirle que ni galleticas me compran. Debe ser porque les desparramo las matas y la tierra, pero la culpa es de esas raíces blancas que se cuelan por todas partes, hasta en los sueños, como diciéndome, mira como nos cuidan más que a ti, mira como nos rocían agüita para que crezcamos y si supieran lo traicionares que son. Es que a mí la rabia de saberlo ni me deja pensar en cuántas masetas voy rotas. Llevo días que las veo metiédose por cuanto hueco queda en la casa que ya casi no doy abasto para eliminarlas, entonces voy a darle quejas a Mercedes a ver si esta vez me para bolas pero de nuevo está mirando quien sabe qué, con esa luz que no deja de rebotarle la cara y la carcajada constante, y le digo ¡Óle, que se le está llenando toda la casa de hierbajos! Ella apenas me mira y dice miau miau mi gatico y yo qué putas dice, pero debe ser algo como que le vale verga. Entonces me le restriego a ver si así porque la verdad eso de las raíces me tiene muy preocupado. El otro día encontré una en el sifón de la ducha y la muy jodida se salvó porque me cortaron las uñas y no me alcanzó la garrita para matarla. Me aterra que mientras duerma salga la desgraciada y nos estrangule a todos. No alcancé a ver bien porque ese hueco es bien oscuro, pero yo calculo que mide tres veces yo. Estamos jodidos si nos descuidamos y soy el único que se da cuenta de la gravedad del suceso. Por eso ahora duermo en el baño encima del desagüe y aguantando ese frío, todo para que podamos sobrevivir.

Les juro que antes no era así porque nadie los podía sacar de encima de mío, pero ahora me veo aquí y no sé cuánto más voy a tener que frotarme contra Mercedes, pero ya se me está esponjando el pelaje. Yo la miro y por fin me mira y ¡suácate! el fogonazo me toma desprevenido, dejándome ciego. Mírate, me dice, y aparece un yo chiquitico, te lo voy a subir al Insta, y yo como qué putas dice y me voy todo encandilado rapidito, no vaya a ser que se le dé por mandarme otro golpe de esos y ahí sí estamos hechos, o peor, que me rocíe con ese alcohol que me irrita la nariz. Me meto en mi rinconcito debajo del sofá donde ya no me joden. Todo era distinto cuando no permanecían tanto tiempo en la casa, no estaban ahí dele que dele con esa incandescencia que ni siquiera da calor y cuando llegaban me daban puros besitos y corrían a darme lechesita. La verdad creo que ya ni comen, últimamente los veo como más flacos. El otro día cuando fui a tantear a los vecinos del lado, la Frida me habló de una vaina que estaba como desapareciendo a los de su familia, algo de un ahogo y yo fui directo a las masetas de su casa y, efectivamente, había raíces blancas. Es que esas son tremendas, una vez uno las ataca, ya empiezan a multiplicarse como ratas y claro, yo fui preocupado a decirle ese día a Santiaguito la situación, para darle pruebas porque yo sé que él cree que soy exagerado, pero recuerdo que me lo encontré dele que dele con el bamboleo entre las sábanas, mejor no lo jodí y me quedé quietecito al lado de su cara hasta que me vio y me empujó como almohada para sacarme del cuarto y luego ya se me olvidó qué era lo que tenía que decirle.

Eso es normal en él. Al menos una vez al día lo encuentro en la tembladera y la frotadera y el jadeo inconstante pero es algo que dura poco y se le pasa y luego se queda quietecito, respirando así, con aire leve, lo mismo con Mercedes. Justo ahorita lo veo de nuevo en esas. Yo apenas lo miro hasta que acabe, pero ya van más de 10 minutos y ya me toca decirle ¡Qué hubo pues! ¿y el desayuno? Pero Santiaguito metido ahí entre esas cobijas ni me mira. Igual yo sé que está ahí porque le escucho la respiración entrecortada y le siento la calentura. Me toca lamerle la carita que está toda hirviendo y rugosa y luego está esa tos como si escupiera hollín que no para y yo le digo ¡hombre, respire! y juemadre, yo sin pulgares, ni modo de zarandearlo. El ahogo es evidente entonces me giro de una y veo la puerta del baño abierta y se me eriza el peluche hasta la punta de la cola al entenderlo todo. Es que yo sabía, yo se los dije y ahora están aquí metidas en algún lado matando al pobre Santiaguito así que comienzo a llamar a Mercedes que ni para qué, le escucho la carcajada monótona a lo lejos y ya sé que no hay poder animal que la haga reaccionar. Todo depende de mí encontrar el orificio entre las sábanas donde se deben estar metiendo las benditas, y allá me zambullo, sin mente, porque la tos se está poniendo más agresiva y del afán echo garra por lado y lado del colchón. A Santiaguito le veo estremecer los pies blancos, más bien paliduchos, como pidiendo auxilio y yo le digo tranquilo que ya voy y me sigo sumergiendo bien adentro entre las piernas y luego la veo. Allá en el fondo, todavía sobresaliendo estaba la jodida, quietecita, entre los muslos.

Debo aceptar que me quedé unos segundos contemplándola. Debía ser la reina de las raíces blancas por su tamaño y su palpitar tan prominente entre sus arrugas. La siento mirarme toda gorda y jugosa como diciéndome muérdeme y yo pienso en el sabor amargo de la tierra, pero de inmediato la boca se me empieza a hacer agua al imaginarme la venganza por haberse atrevido a ahogar a Santiaguito. Vuelven a retorcerse las tripas y la rabia se vuelve furia al recordar el desayuno que no me dieron y que ahora tiene su justificación en ese miserable parásito. Me digo que no hay nada que pensar, el impulso ya está y de un fogonazo me lanzo a la entrepierna y la agarro y le hinco ese diente como nunca antes, viendo escurrirse entre mis encías el sabor de todo un pueblo masacrado. Al instante siento a Santiago reaccionar en un grito y un espasmo y un manoteo lo que significa que ya está volviendo en sí del ahogo y agarro a esa raíz aún más fuerte con el colmillo para darle su estocada final, despellejándola. Cuando ya sentí aflojar la cabeza, me interrumpe un agarrón en el pescuezo y los pies se alejan de la cama unos segundos y me veo más cerca del techo, gravitando en la dicha de la gloria espartana. Mi boca, hija del Imperio de Amenofis, reconoce en su interior un trozo de carne de raíz blanca. La mastico, dura, chiclosa, antes de verme caer en las manos de Marcelita y su hermano que me esperan bañadas en sangre para cubrirme del amor que merecen los más grandes jefes Maya.



Valentina Siauchó Unriza (Bogotá, Colombia. 1996). Profesional en Estudios Literarios. No ha dejado de leer y escribir desde que aprendió. Cofundadora en Bogotá de la revista La Caída, con la que ganó la Beca de editoriales independientes de IDARTES en 2017. Ha publicado en la Revista La Caída, en la revista Icon Us y también en lugares secretos de cuyo nombre no quiere acordarse. Gusta de las artes, la filosofía y el porno feminista.

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