El cristianismo como una propuesta filosófica que no entendimos


por Luz A. Villalobos


Aquí va de nuevo, otra resignificación de Dios que nadie pidió, pero igual la traigo como ofrenda para todo aquel que guste del arte de meterse en discusiones que no llevan a ningún lado. Claro que les voy a estar hablando del Dios Cristiano, porque soy mexicana y me gusta molestar a les tíes conservadores de mi país (tanto a les que están en ejercicio y como a les que están en potencia); de antemano, una sincera disculpa a todes elles, por los soponcios y corajes que este montón de letras les pudiera acarrear, pero esperen un poco: tal vez, y sólo tal vez, esto tenga sentido para alguien, incluso (me voy a arriesgar) para algune tíe conservadore. Y me voy a meter en este fango porque me gustaría plantear la idea de que, como los dioses griegos fueron concebidos como una proyección de la misma naturaleza del ser humano, Dios cristiano (sí, así como pronombre, porque somos compas), es a su vez una proyección de aquello que nos ha traído a los seres humanos hasta este punto espaciotemporal del universo a pesar de nuestra ínfima relevancia en él: el conocimiento. Dios es la conciencia (Espíritu santo), la realidad (Padre) y el lenguaje (Hijo). Dios es un proceso.

Todo esto quiere decir que Dios pudiera ser una metáfora construida para dibujar la silueta de nuestra existencia y explicarnos a nosotros mismos que toda la realidad y todo el poder que creemos que existe está incrustado ya sobre nuestros hombros.


Los símbolos

El Dios cristiano existe como un compuesto de tres entidades distintas, cada una de ellas dotada de una naturaleza que explica a Dios como un evento complejo que dio origen al todo. Cada uno de estos elementos simbólicos cuenta con un peso metafórico titánico. Un símbolo, recordemos, es un elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, idea o de una cierta condición. Estas representaciones no necesariamente guardan una relación de semejanza con la idea a representar. Por ejemplo, pensemos en otro dios, diosa en este caso, Artemisa: aunque existen representaciones de la diosa con forma humana, es costumbre usar a la luna, ciervos, arco y flecha como alusiones hacia ella. El mundo del arte está plagado de símbolos: el arcoíris, por ejemplo, se utiliza para representar el vínculo entre la humanidad y los dioses; en el arte hindú y en el budista, los gestos en las manos de las deidades reciben el nombre de mudras y poseen complejos significados religiosos. Nos gustan los símbolos, los utilizamos todo el tiempo y para todo, son útiles, expresan ideas abstractas para las que, muchas veces, no hay (aún) un término específico suficiente. (Matthew, 2020)

Así pues, la sustancia que buscamos se encuentra detrás de la construcción de estos símbolos. Vamos entonces a hundirnos en el océano de significado que se esconde debajo de los símbolos cristianos de Dios: El Padre, el Hijo y el Espíritu santo.


La santísima trinidad

Primero hablemos de la Santísima Trinidad. En la biblia no se encuentra de forma textual una explicación referente al concepto de la santísima trinidad, sino que se insinúa su existencia. Un ejemplo de esto se encuentra en Génesis 1:26 donde Dios utiliza el pronombre “nosotros” refiriéndose a sí mismo. De hecho, el término hebreo Elohim, utilizado con frecuencia para referirse a Yahvéh en el Tanaj (el conjunto de los veinticuatro libros sagrados del judaísmo), significa “Dioses”. Sin embargo, en el hebreo bíblico es posible utilizar el plural para otras cosas además de multiplicidad, también puede expresar la magnitud, la extensión, u otros conceptos más abstractos como lo es la dignidad, para describir la naturaleza de un objeto. Podría decirse que describe la complejidad inherente de un sujeto.

En la primera epístola de Juan se afirma:

Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. (1 Juan 5:7)

Esto es lo que llamamos la santísima trinidad; es entonces, el concepto designado para describir la triple conformación de la naturaleza de Dios. A su vez, a este mismo fenómeno de unión se le conoce como hipóstasis. Se dice que Dios existe en hipóstasis con las tres entidades aunque se haga referencia a un único Dios, esto es porque el término hace alusión a la sustancia de un ser; según el diccionario de filosofía de Ferrater Mora, la hipóstasis es la cosa misma completa, el acto por el cual la cosa existe por sí misma. La traducción de la palabra del griego al español equivale a “ser de un modo verdadero” o “verdadera realidad”.

El concepto de la santísima trinidad alude a la interacción de las partes que conforman el todo que es Dios por sí mismo. Cómo uno es inevitable del otro a la vez que este fenómeno, se presenta como inefable para los seres humanos, algo más allá de nuestra comprensión, no podemos explicar el porqué ni el cómo, sin embargo sucede de forma ineludible. En esto se basa el dogma del cristianismo.

Podría decirse entonces que existe un paralelismo entre la figura de la Santísima Trinidad y el proceso de acercamiento a la realidad, a la verdad verdadera, a la sustancia de las cosas, ésta podría entenderse como una metáfora para ilustrar la interacción entre la realidad, el pensamiento y el lenguaje, es decir que, la Santísima Trinidad sería el conocimiento, o, mejor explicado, el proceso mediante el cual accedemos al conocimiento y por tanto a la realidad de las cosas.

Ya se han establecido paralelismos con la hipóstasis y la trinidad en el neoplatonismo, Plotino planteaba la idea de la existencia de tres hipóstasis fundamentales: el Uno absoluto, el Logos y el Alma del mundo; para Plotino la una emana a la otra. No es que para el filósofo haya tenido una relación en realidad con la trinidad, pero sirve para mostrar que han surgido planteamientos que parecen abordar con similitud la idea de la idea máxima de las cosas.

Mas adelante seguiremos abordando la visión de Plotino y sus tres hipóstasis para establecer la relación de los símbolos del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo con la realidad, el lenguaje y el pensamiento (¿O debería escribir: la Realidad, el Lenguaje y el Pensamiento?).


Dios padre: la realidad

Quiero partir de la concepción más básica del Dios cristiano: Dios es omnipresente (está en todos lados), omnipotente (todo lo puede) y omnisciente (todo lo sabe), estas características son los atributos de Dios y es el único que ostenta dicha virtud, nada ni nadie más cuenta con ellas. Parto de aquí porque es donde creo que subyace la verdadera significación de Dios padre o, dicho de otra forma, estos elementos pudieran ser, en realidad, la base del arquetipo de Dios padre. No es difícil encontrar paralelismos entre la descripción del Dios padre y el concepto desarrollado para “la realidad”.

En el diccionario filosófico se define a la realidad como “aquello que realmente existe y se desarrolla; contiene en sí mismo su propia esencia y sus propias leyes, así como los resultados de su propia acción y desarrollo. Tal realidad es la realidad objetiva en toda su concreción. En ese sentido, la realidad se distingue no sólo de todo lo aparente, imaginario y fantástico, sino, además, de lo que es solamente lógico (concebido), aunque eso último sea por completo justo; también se diferencia de todo lo que sólo es posible, probable, aunque aún no exista.” (Ferrater Mora)

Por su lado, en la biblia, a Dios padre se le considera el principio y el fin de todas las cosas:

Yo soy el Alfa y el Omega —dice el Señor Dios—, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso. (Apocalipsis 1:8)

Dios padre es eterno, independiente y distinto del universo material:

Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos. (Efesios 4:6)

Lo que ahora existe, ya existía; Y lo que ha de existir, existe ya. Dios hace que la historia se repita. (Eclesiastés 3:15)

En Dios padre se encuentra la verdad y con frecuencia se entiende a Dios padre como la verdad misma dentro de la religión cristiana, el fin último de la existencia humana es, al final de cuentas, llegar al Padre:

No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. (Salmos 139:4)

Él revela lo profundo y lo escondido, Y sabe lo que se oculta en las sombras. ¡En él habita la luz! (Daniel 2:22)

Aunque en varias ocasiones se hace referencia al Dios padre como un individuo, las características y atribuciones que se le adjudican parecen describir más bien a un dios impersonal, pues solamente un dios con esta naturaleza puede ostentar dichas virtudes a la vez. Sin embargo, estas dos visiones de Dios no son excluyentes, aunque sí contradictorias. Lo que pudiera explicar esta condición puede encontrarse en la construcción del arquetipo de la diosa egipcia Bastet.

Antes de avanzar quisiera apuntar qué es lo que se entiende por arquetipo. Según la Rae es “la representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la realidad.” También se encuentra la siguiente definición: “imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo”.

Dicho esto, un arquetipo es la imagen figurativa de una realidad abstracta que hace que un grupo de personas se comporte de forma similar. Para la construcción de un arquetipo es necesario el uso del lenguaje simbólico; a grandes rasgos este lenguaje consiste en observar el contexto —esto incluye, por supuesto, animales, plantas, objetos, fenómenos naturales… Todo— y ver las virtudes y características que lo definen para después llevarlas a un concepto abstracto y por último crear un símbolo. Bastet deriva de la construcción del símbolo de protección a partir de la naturaleza de los gatos; los gatos se encontraban en una relación de mutualismo interespecífico en la que protegían los hogares egipcios, básicamente atacando a otros animales que no eran bienvenidos por ser peligrosos, como ratones, serpientes, arañas, etc., es decir, protegían el hogar de los peligros que estos animales representan, esto es lo que se observa directamente del contexto y posteriormente se transformó en el concepto abstracto que es la protección. El concepto abstracto se toma por el imaginario colectivo y se convierte en un símbolo, en este caso uno con carácter divino, es decir la diosa Bastet; si el concepto abstracto es la protección y el símbolo es una divinidad protectora, el resultado es una entidad capaz de proteger no sólo de los peligros físicos sino de entidades mitológicas también.

Una vez construido el símbolo y el arquetipo de un elemento determinado, lo que parece suceder es que se personifica e incluso llega adquirir un carácter y personalidad. Por ello no debe extrañar que en ocasiones Dios padre tome voz propia y se le adjudiquen rasgos y conductas paternales ya que se le concibe como “el gran yo soy”, lo que puede interpretarse como Dios siendo la máxima autoridad.

No estoy descubriendo ningún hilo negro con el paralelismo entre Dios y la realidad, los panteístas ya habían planteado una idea muy similar. El panteísmo tiene una variedad de corrientes, aunque de forma general, plantea la idea de que el universo, la naturaleza y la deidad suprema (cualquiera que sea) son la misma cosa; en el panteísmo Dios es todo y todo es Dios, a su vez, Dios es una fuerza impersonal de la cual provienen todas las cosas (Bogdanski, Santana Elizalde, & Portillo Arvizu, 2014).

Cabe señalar que el término “panteísmo” fue acuñado hasta el año 1697, pero esta corriente de pensamiento en realidad tiene sus raíces en algunas de las religiones más antiguas, como el vedismo, una religión anterior al hinduismo (vaya, sus textos están en sanscrito, así de antigua), el islam, el judaísmo, en el neoplatonismo, y el algunas corrientes cristianas medievales, como la cosmología propuesta por el cardenal Nicolas de Cusa, el cual propone que:

Dios es lo Infinito; no hay más que un infinito, pues infinito es aquello que carece de límite, y, de haber dos infinitos, de algo carecería al menos uno de ellos, siendo esa carencia lo que lo distinguiera del otro; más carencia es límite. Por la misma razón no hay nada fuera del Infinito: toda realidad está en Él (Peña, 1987).

Así pues, es posible identificar que la visión de Dios como el todo en sí mismo puede encontrarse en muchas de las religiones orientales, hay incluso paralelismos entre otras deidades y el Dios padre cristiano, por ejemplo el dios Brahman en el hinduismo también es una divinidad impersonal y representa la causa material, eficiente y final de todo aquello que existe.

Así mismo, es importante apuntar hacia el hecho de que el cristianismo fue fuertemente influenciado por el neoplatonismo (que también tenía una carga panteísta, como ya se mencionó) durante la Antigüedad tardía y la Edad Media y muchas de sus concepciones actuales tienen su origen en este punto de la historia.

No debería de sorprender que mucho del dogma cristiano haya extraído sus arquetipos, metáforas y simbolismos de las conclusiones producto de las complejas abstracciones de los humanos de tiempos pasados, producto a su vez, de su largo esfuerzo por entender la existencia.


Dios hijo: El lenguaje

Ya que hablamos sobre la realidad, podemos preguntarnos ¿cómo se accede a ella? Podemos empezar con la afirmación de que nuestro primer acercamiento es mediante la percepción, todo aquello que llega hasta nosotros a través de los sentidos estimulados y que conforma el primer mapa de la realidad para nosotros los humanos.

En el libro de Génesis y en el primer versículo, la Biblia dice:

Dios, en el principio, creó los cielos y la Tierra. La tierra era un caos total, Las tinieblas cubrían el abismo, Y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas. (Génesis 1: 1;3)

En general, la primera parte de este libro de la biblia habla de la creación del universo, de todo aquello que existe, entonces ¿qué existe? Para Platón la realidad está conformada por las sombras de las formas eternas o ideas, es decir que el mundo tal como se ve y oye es nada más que una opinión: el mundo únicamente experimentado a través de los sentidos genera una imagen incompleta de la realidad. Planteaba a su vez que las ideas son las causas de la esencia de los objetos, lo mismo que Aristóteles cuando afirmaba que la forma (aquello por lo que algo es lo que es) y la materia constituyen una unidad indisoluble y que no pueden existir la una sin la otra, lo que conforma a la “sustancia” (la realidad individual y concreta del objeto), pero la forma de las cosas no es siempre aparente y obvia para los sentidos, sino que habita allí dónde estos no pueden penetrar y sólo es accesible mentalmente.

Todo este proceso nos lleva a la conceptualización, es decir al desarrollo, construcción y ordenación de ideas que resulta de la experiencia y comprensión de los objetos que conforman la realidad y, de esta forma, llegar a conclusiones más abstractas de todo aquello que hemos percibido con nuestros sentidos. Con dichas conclusiones podemos, a su vez, generar “universales”, conceptos que es posible aplicar no sólo a objetos con los que hemos estado en contacto, sino a aquellos que caen dentro del terreno de lo hipotético con los que no hemos tenido un contacto directo.

Este proceso de conceptualización es reconocible anatómicamente en los seres humanos. Por ejemplo, el área de asociación parietooccipitotemporal tiene su límite anterior en la corteza somatosensitiva, de forma posterior en la corteza visual y en el lateral en la corteza auditiva, de forma casi obvia, esta área integra la información procedente de los sentidos (visión, tacto y oído); aquí, pues, se da la significación interpretativa, es decir, el simbolismo y el entendimiento de la realidad como un todo conjunto y además, es en esta zona donde se da la interpretación del lenguaje, tanto oral como escrito. Por su parte, el área de Wernicke (que se conecta con la corteza premotora y motora) y el área de Broca son clave para la comprensión del lenguaje y la producción del habla, y se encuentran íntimamente vinculadas entre sí, la primera siendo así mismo un subárea del área de asociación parietooccipitotemporal, y la segunda del área de asociación prefrontal (encargada de la planificación, secuencias de actos motores, organización, regulación; también tiene un papel fundamental en la integración de información sensorial, así como en la regulación de la función y acción intelectual). Lo que busco ilustrar con esto es la estrecha relación que existe entre las zonas encargadas de procesar la información del contexto obtenida a través de los sentidos con aquellas involucradas en el proceso de construcción del lenguaje, el cual para los presocráticos equivalía a la razón misma. Establecían que el lenguaje es o un momento del logos o el logos mismo, por lo que sería equivalente a la estructura inteligible de la realidad. De hecho, consideraban al lenguaje como un aspecto de la realidad misma, de modo que un ente capaz de hablar sería el universo mismo hablando.

Para Lacan, la realidad está sumergida en el mundo de lo simbólico y es representada por el lenguaje, explica que sólo a través de la palabra es posible dar cuenta de la realidad, esto porque el lenguaje es un contrato social, leyes conformadas para transmitir ideas y conocimiento, y la realidad sólo puede ser dicha a partir del orden que establece la construcción de la lengua. Lo mismo aplica para el pensamiento en sí mismo, el cual también necesita de una organización de orden simbólico para que tenga lugar como tal: “La realidad, entonces, se constituye a partir del ejercicio interpretativo del ser humano sobre los fenómenos que tienen lugar en el contexto” (Baena Vallejo, 2013).

En 1 Juan 5:20, la biblia dice:

También sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al Dios verdadero. Y estamos con el Verdadero, con su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la vida eterna.

De forma análoga al lenguaje, Jesús sirve como medio para acercarse al Todo, es decir Dios Padre, así como el lenguaje o Logos o Verbo nos acerca a la realidad, es decir, a lo verdadero. A su vez, tal y como Jesús es Hijo del Padre, el lenguaje emana de la realidad. Este punto tiene que ver con el fenómeno hipostático que se explicó anteriormente en el que varias naturalezas conforman una unidad sin ser parte una de la otra, sin embargo, no siendo éstas posibles sin la existencia de las demás. Es decir, no podríamos generar un mundo simbólico que dé lugar al lenguaje de no ser porque la realidad existe en sí misma, al tiempo que el lenguaje es parte de esta misma realidad que describe la cual a su vez se construye para nosotros los humanos a través de la conformación del lenguaje. Aquí se establece que es a través del Hijo de Dios que se ha podido acceder al Dios verdadero, lo que podría representar el proceso de racionalización abstracta que significa la conceptualización y que se ha establecido como el medio para acceder a la realidad.

Este fenómeno se abordaría en el libro de Juan donde se establece la preexistencia del Verbo en un estadio genésico del todo, ya que el Verbo está en Dios (en el mismo todo), por tanto, el Verbo es a su vez Dios: “En el principio ya existía el Verbo, Y el Verbo estaba con Dios, Y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).

Este versículo es, además, una de las ocasiones en las que se hace referencia a Jesucristo como el Verbo o el Logos. Este es un término filosófico que se utilizó por primera vez por Heráclito para hacer referencia a las leyes universales del mundo y del ser. Muchas corrientes filosóficas han hecho uso de este término, gran parte de ellas, hacen referencia al logos como el orden, la armonía o la base del mundo. Aunque de manera más llana, se traduce como: palabra, expresión, pensamiento, concepto, discurso, habla, razón o inteligencia. No debiera sorprender que Juan se refiriera a él de tal forma, ya que, como es bien sabido, fue principalmente la palabra misma, el medio que usó Jesucristo para compartir su conocimiento; más allá de las atribuciones divinas que le son adjudicadas, Jesús es presentado en varios evangelios como un individuo abierto al debate de ideas y contrario a la visión generalizada que tenemos hoy en día de la evangelización que tuvo lugar en su tiempo, la predicación de la palabra no era simplemente un sermón en el que todos escuchaban de forma pasiva lo que este sujeto tenía que decir, sino que tomaba la forma de un intercambio de ideas. Se cree que este hecho fue el que lo llevó a la cruz, y el Jesús histórico es visto en realidad como el iniciador de un movimiento reformador dentro del judaísmo de la época, a la par que su predecesor Juan el bautista, figura a la que Jesús seguiría como discípulo durante un periodo de tiempo antes de iniciar su propio movimiento un par de años después de la muerte de Juan. Es importante resaltar el hecho de que fue Juan quien se refirió por primera vez a Jesús como el Verbo o el Logos:

Y el verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan dio testimonio de él, y a voz en cuello proclamó: «Éste es aquel de quien yo decía: “Él que viene después de mi es superior a mi porque existía antes que yo”» (Juan 1: 14;15)

Algo de contexto histórico nos ayuda a entender la conformación del arquetipo del Jesucristo bíblico y cómo se convirtió en el personaje de atribuciones divinas del día de hoy a partir de sus características y del mensaje central de su ministerio.

Sobre cómo el lenguaje es producto de la realidad, es decir, sobre la naturaleza hipostática entre Dios Padre y Dios Hijo: “El hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa” (Hebreos 1:3).

Al igual que en el versículo de Hebreos, en las cartas escritas a los colosenses autoría del apóstol Pablo se afirma que el Verbo es la imagen del Dios invisible, es decir de aquello que escapa nuestros sentidos y que habita en el plano de lo hipotético, algo muy similar al concepto de los “universales”.

Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él: “Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente” (Colosenses 1:15;17).

Así mismo, se establece que es por medio del Verbo que se crean todas las cosas, esto es una cualidad atribuida al lenguaje denominada poiesis, un término griego que significa “creación” o “producción”, acuñado por Platón en El Banquete y se entiende como el establecimiento de la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de “no-ser” a “ser”.

Recurriendo una vez más al diccionario filosófico de Ferrater Mora, en éste se plantea que el sentido primario de logos es “recoger o reunir” como se reúnen las palabras al leer lo que da como resultado a la razón, Heidegger propone que logos consiste en una cosecha resultado de una “selección” del conocimiento latente que ya se encuentra en el todo.

En Juan 1:18 se dice:

A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión intima con el Padre, nos lo ha dado a conocer.

En este versículo se abordan dos puntos de suma importancia para comprender el paralelismo entre “Dios Padre-Dios Hijo” y “realidad-lenguaje”:

  1. Relación hipostática: Se hace alusión de nueva cuenta a esa hipóstasis entre Padre e Hijo, paralela a la hipóstasis entre realidad y lenguaje o entre el Uno y el Logos, es decir la segunda hipóstasis (la dualidad entre lo inteligible y la inteligencia).
  2. El acceso a Dios padre a través del hijo: En la biblia se repite con frecuencia que no es posible acceder al Padre si no es a través del hijo, de forma paralela, para la mayoría de las corrientes filosóficas, la Verdad o la Realidad es inaccesible, para Nietzsche, por ejemplo, “toda verdad es una mentira”, para Kant “la cosa en sí” (el Noúmeno) escapa al conocimiento. En la biblia se dice que es el Hijo quien nos ha dado a Dios a conocer, es decir el Logos, nos ha dado al Verdadero; para Heidegger el Logos es aquello que deja ver lo patente, lo significa como lo que se dice de algo en tanto que se ha hecho visible en su relación a algo, es decir, su racionabilidad; una idea similar a la de Aristóteles, el cual planteaba que para conocer en realidad un objeto es pertinente conocer su causa; por su lado, Platón afirmaba la existencia de dos posibles formas de conocimiento: doxa (sensible) y episteme (inteligible), el primero corresponde a la opinión y el segundo a la ciencia, este último se presenta como el verdadero conocimiento ya que está por encima del Ser.

El Jesús histórico, la figura reconstruida a partir de registros documentales, es considerado un personaje reformador del judaísmo, que buscaba una renovación de sus costumbres y creencias, cuestionaba prácticas tales como la circuncisión o la idea de impureza que se predica en el judaísmo y además instaba a sus seguidores a desobedecer estas normas, pensamiento que siguieron predicando sus discípulos: “Yo, de mi parte, estoy plenamente convencido en el Señor Jesús que no hay nada impuro en sí mismo. Si algo es impuro, lo es solamente para quien así lo considera” (Romanos 14:14).

Este versículo fue escrito por el Apóstol Pablo. Más adelante el mismo pasaje expresa de forma clara el desacuerdo que se tenía respecto a la idea de la impureza entre los cristianos y los judíos.

Se han dibujado múltiples retratos de Jesús como personaje histórico, como profeta apocalíptico, filósofo cínico, profeta del cambio social y sanador carismático, dependiendo del enfoque de los estudios, así como de los documentos estudiados, sin embargo, todas estas distintas imágenes de Jesús convergen en la idea de que era un personaje por lo menos con aires revolucionarios y cuyas prácticas y enseñanzas cuentan con una visible influencia del Platonismo, surgido aproximadamente un siglo antes y con el que indiscutiblemente comparte muchas de sus ideas centrales con el cristianismo posteriormente desarrollado, tales como la concepción de un mundo separado de la realidad sensible, el alma inmortal y su transmigración, así como la importancia clave de la dialéctica, es decir, el arte de la conversación y discusión como el método para llegar al conocimiento verdadero (predicar el evangelio).

La razón por la cual he iniciado este texto con una explicación referente a los símbolos es precisamente para apoyar la idea del arquetipo construido de Jesús a partir de una figura histórica que se presentaba con ideas reformatorias del judaísmo y del sentido de la vida, con una base de seguidores lo suficientemente grande y leal al movimiento como para que su figura permeara y lograra transmutar en una figura de naturaleza divina, mezclándose con el imaginario colectivo así como con otras figuras divinas de perfil similar producto del sincretismo, por ejemplo, del helenismo griego cuya influencia y alcance puede compararse con el fenómeno de expansión cultural filosófica, religiosa y económica de la globalización actual.

Existe un gran número de similitudes entre el personaje de Jesucristo y otras figuras divinas pertenecientes a otras mitologías. No se entienda esto como una insinuación hacia la no existencia de Jesús como personaje histórico, como ya señalé antes, la gran mayoría de estudiosos del tema aseguran que existió y que se tienen suficientes pruebas de ello; sin embargo, decir esto no es lo mismo que asegurar que Jesús histórico fuera autor de milagros de ningún tipo o que fuera alguna especie de encarnación divina. Él mismo se separaba de esta idea de deificación o siquiera de equipararse con las cualidades de Dios Padre:

—¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino sólo Dios. (Marcos 10:18)

La connotación divina de Jesús fue una atribución construida durante los primeros siglos después de la muerte de Jesús en las enseñanzas cristianas posteriores. Un ejemplo de esto sucedió en la comunidad joánica (comunidad de creyentes que basaron su ideología en los evangelios del apóstol Juan) quienes eran sumamente devotos a la figura de Jesús y cuya visión influiría de forma importante el desarrollo del cristianismo en los años venideros. Estos constituyeron un principio de fe y un dogma para la iglesia cristiana, lo que no hubiera sido posible o hubiera carecido del impacto que tuvo en su entonces, de no ser por el uso del término lingüístico-filosófico griego logos, que como hemos visto ya, cuenta con un gran número de significaciones y sentidos; Homero por ejemplo lo empleó para hacer referencia a la acción cotidiana de conversar/recoger; para Heráclito fue el arjé (ley universal o principio cósmico, la armonía oculta que ordena y constituye seres y cosas); para Platón era la correcta distribución de los cuatro elementos; para Aristóteles es el logos lo que hace al hombre un animal social, pues es el único que tiene palabra, aquella que manifiesta lo conveniente y lo perjudicial, lo justo y lo injusto y que posee el sentido del bien y el mal; por su parte, el logos estoico es la Razón seminal, divina e inmanente, la ley por la que todos los seres están unidos, ordenador del cosmos y es establecido por la providencia (Crisipo). (Rodríguez Medina, 2014)

Cabe señalar además que el término logos no fue introducido en el evangelio sino hasta la traducción de las escrituras hebreas (Septuaginta) al griego. Fue el filósofo judío Filón quien se encargó de elaborar una teología que armonizara el pensamiento griego y el judaico utilizando dentro de ésta el termino logos, para Filón el logos cuenta con tres sentidos:

  1. Intermediario de la creación y por la creación, intercede a favor de los humanos.
  2. Logos como primogénito de Dios
  3. Salvador de los humanos

Esto sirvió como precursor de la idea del logos joánico encarnado y que para algunos sería Dios mismo en la Tierra. Este motivo teológico fue presumiblemente la razón por la que los joánicos fueron expulsados de la comunidad judía, quienes consideraban esta aseveración inaceptable. Cabe aclarar que el prólogo joánico no consideraba a Jesús como Dios, pero la comunidad sí lo hizo. Así mismo, fue esta comunidad la que introdujo la narrativa del hijo de Dios enviado a salvar de la perdición a los humanos, pues no cabía la posibilidad de exponer que Jesús había sido asesinado por los romanos por causa y petición de los judíos.

Es decir, no todas las comunidades del cristianismo primitivo compartían esta narrativa, cada una de ellas aportó distintos elementos que fueron construyendo el cristianismo a lo largo del tiempo, incluso hoy siguen creándose nuevas variaciones y significaciones de los símbolos y figuras que lo conforman, por lo que, dado el tiempo convulso y de profundo cambio en el que el cristianismo comenzó su germinación, es muy probable que la figura de Jesucristo haya sido objeto de una mitificación que tomó como ingredientes las doctrinas predicadas por él, así como el contexto y las ideas filosóficas que ya existían y se encontraban establecidas en ese momento histórico, conformando así el arquetipo del Jesús bíblico y divino que conocemos en el presente.


Espíritu Santo: La conciencia

Según la definición obtenida del diccionario de Ferrater Mora, la conciencia es la percatación o reconocimiento de algo, sea de algo exterior, como un objeto, una cualidad, una situación, etc., sea de algo interior, como las modificaciones experimentadas por el propio yo. Es, de cierta forma, la experiencia del todo, experiencia que a su vez conforma el “Yo”, el alma para algunos, pues es el acto cognitivo mediante el cual una persona se percibe a sí misma en el mundo.

Al igual que la definición de conciencia es con frecuencia abstracta y compleja, el concepto de Espíritu Santo ha sido objeto de gran controversia y debate desde el inicio del cristianismo, cada padre de la Iglesia cristiana ha tenido su propia explicación para este fenómeno. Como ejemplo de ello podemos tomar a los macedonios, que fueron un grupo cristiano que posteriormente sería considerado como un movimiento herético, precisamente porque negaban la divinidad del Espíritu Santo.

El término Ru’ah Ha-Kodesh es una expresión judía que suele traducirse como “Espíritu Santo”, la palabra Ru’ah es de origen hebreo y se traduce como “Espíritu” o “viento”, en griego, su traducción equivalente es el pneuma, ambos términos aluden a la inmaterialidad, a aquello que no puede ser visto y sin embargo cuya presencia es sensible; en el estoicismo el término pneuma es el “el principio activo inmanente al mundo que penetra en la materia y actúa sobre ella, dotándola de movimiento”.

He considerado importante traer a colación la Ru’ah Ha-Kodesh del judaísmo para establecer una idea más clara de la concepción del Espíritu Santo cristiano desde sus orígenes, ya que para los judíos no representaba un ente aparte de Dios (como sí lo hacía para algunas corrientes del cristianismo posterior, muy probablemente producto de la visión primitiva animista del pueblo Hebreo) sino una cualidad de él, conformándose como un poder creador y formador, una manifestación del propio Dios y que actúa sobre distintos elementos, no solo en los seres humanos. Designa una fuerza de la naturaleza que está de alguna forma contenida en sí misma. (Diccionario Enciclopédico de Biblia y Teología)

Como ejemplo, el relato de la creación puede ser considerado como una ilustración de la acción del Espíritu Santo:

Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La Tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas. (Genesis 1:2)

Esta inmanencia del Espíritu Santo con Dios padre nos regresa a la idea de hipóstasis. Ya se ha mencionado que Dios padre corresponde a la primera hipóstasis (el Uno Absoluto), Dios hijo a la segunda (El Logos o Intelecto) y la tercera corresponde al Alma, misma que no sólo corresponde al alma individual sino al Alma del Mundo, es decir del todo. Y al igual que la Ru’ah Ha-Kodesh y el pneuma, ésta también es activa; mantiene la unión entre todas las cosas, es decir, vincula lo sensible con lo inteligible (lo que corresponde al Logos) y con el Uno. Así pues, el Alma se vincula de forma simultánea a dos cuestiones distintas:

  1. La naturaleza de la vida (Principio vital)
  2. La naturaleza de los actos intelectivos (Se refieren al acto de entender o concebir una idea, facultad humana de realizar actos de pensamiento).

Según Plotino, para el ser humano es indispensable recordar esta relación inicial con la tercera hipóstasis de la que es partícipe para no extraviarse en el mundo y permanecer prisionero del cuerpo, y es a través de la práctica de la virtud que el humano, una vez liberado de su pasiones, es capaz de emprender el ascenso hacia el reencuentro con el uno. Además, describe cuatro grados de perfección:

  1. La práctica del bien y de la virtud, por la cual el hombre se libera de las pasiones.
  2. La contemplación de lo bello (no sólo la sensorial sino, de la belleza incorpórea).
  3. El conocimiento de lo verdadero (la contemplación de las ideas en sí).
  4. El éxtasis, que implica la anulación del Yo.

(Encyclopaedia Herder)

Al Espíritu Santo, por su parte, se le adjudican ciertos “atributos divinos”, como la inmensidad, omnisciencia, la creación y la conservación de las cosas. Así mismo, para el cristianismo, el Espíritu Santo puede ejercer influencia sobre la naturaleza del ser humano dotándolo de una serie de “dones” que se entienden como distintas manifestaciones de un mismo fenómeno:

A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por este mismo Espíritu dones para sanar a los enfermos; a otros, profecía; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. (1 de Corintios 12: 4; 10)

En otro libro epistolar, dirigido a los Gálatas, se mencionan los “Frutos del Espíritu”, los cuales son producto del acercamiento humano al Espíritu Santo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí.

Así pues, es posible identificar que tanto la Ru’ah Ha-Kodesh, el pneuma y el Espíritu Santo hacen referencia a una fuerza que influye en el todo y que, para los humanos se presenta como un medio para acercarse al Uno o a Dios. De igual forma, en los tres casos, la idea plantea que es el ser humano el que debe llevar a cabo la acción consciente, por tanto, racional de acercarse a dicho fenómeno, adentrándose en un proceso de perfeccionamiento del Ser, que tiene como resultado el ascenso de su calidad como humano, dotándolo de distintos atributos, como la sabiduría el conocimiento y el dominio de sí mismo, siendo todos ellos atributos de carácter espiritual e intelectual.

Aunque es necesario señalar que la naturaleza impersonal e inmanente del Espíritu Santo ha sido ampliamente debatida en el cristianismo, esto tiene lugar siglos después entre los distintos grupos conformados. Así mismo, cada padre de la Iglesia desarrolló una teoría alrededor del Espíritu Santo. Para Tertuliano, por ejemplo, considerado uno de los primeros teóricos del Trinidad, el Espíritu Santo es la fuerza vicaria del Hijo , es fuente de toda relación entre/con el Padre y el Hijo, lo compara con algún tipo de unión, raíz, tronco y/o fruto de árbol; Orígenes, por su lado, llama a la trinidad “hipóstasis intelectuales”, siendo el Espíritu Santo originado por medio del Hijo y una realidad inferior en cuanto a su relación con aquello de lo que procede; Basilio el Grande, uno de los principales padres de la Iglesia Griega, establece la siguiente relación:

  1. Dios padre: De quien todo fue hecho
  2. Dios Hijo: Por quien todo fue hecho
  3. Espíritu Santo: En quien todo fue hecho

Otras corrientes desarrollaron una idea del Espíritu Santo personificado, aunque esto parece derivar de la interpretación animista de algunos de los textos bíblicos en los que pudiera atribuírsele una “personalidad” pero esto, en todo caso, es un claro ejemplo del proceso de divinización de conceptos y objetos, como se mencionó anteriormente, en el que se le añaden características para conformar una figura con cualidades específicas.

Ahora bien, he comenzado esta sección con la definición de conciencia pues considero que, es a este concepto, al que se podrían haberse referido; en los seres humanos es ésta la manifestación del Espíritu Santo, ese estado de la mente en el que se tiene una experiencia del Yo a la vez que se es capaz de comprender el propio lugar en el Universo. La concepción de la conciencia incluye una categorización ética, un forma superior de capacidad del individuo de ejercer autocontrol moral, lo mismo que el Espíritu Santo el cual es sólo accesible si se lucha contra las pasiones de la carne.

La concepción del Espíritu Santo comparte con la definición de Conciencia un doble sentido, el ético y el intelectual, este último puede desdoblarse en tres: el psicológico (la conciencia es la percepción del Yo por sí mismo), el epistemológico y el metafísico. Sin embargo, es posible hablar de conciencia de un objeto o de una situación, es por ello por lo que se dice que toda conciencia es en alguna medida autoconciencia, en tanto que el objeto o la situación se presentan como modificaciones del Yo psicológico, por lo que se establece una relación conciencia-objeto, en la enciclopedia de Ferrater Mora se establece que:

La conciencia es con frecuencia llamada el Yo. Se trata a veces de una hipóstasis de la conciencia psicológica o gnoseológica y a veces de una realidad que se supone previa a toda esfera psicológica o gnoseológica.

Aquí se hace referencia a la interacción entre el contexto y el Yo o la relación sujeto-objeto, misma que tiene correspondencia con lo que entendemos por Conocimiento, es decir, es por medio de la conciencia del Yo y del objeto y mi relación respecto al objeto que podemos “conocer”, sin embargo es necesaria la conceptualización de dicho objeto, el Logos; aquí tenemos entre manos la hipóstasis del Logos y Espíritu Santo como el proceso por medio del cual se construye el conocimiento, el uno es inconcebible sin el otro. Conocer es “aprehender” un objeto, dicho objeto debe ser gnoseológicamente trascendente al sujeto, debe ser posible que se ejerza una modificación del Yo psicológico. Al aprehender el objeto este ahora se encuentra en el sujeto de forma representativa. Cuando el objeto es representado en el sujeto tal cual es, se dice que el sujeto tiene un conocimiento verdadero. De lo contrario, el sujeto tiene un conocimiento falso, lo que nos lleva a la primera hipóstasis, con Dios Padre, el Uno, en la Biblia se encuentra:

Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿Quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio Espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos del espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido. (1 de Corintios 2: 10; 12)

Debates interminables sobre la posibilidad de acceder al conocimiento se han abatido sin número, lo mismo ha sucedido a la par en relación con la posibilidad de acceder a Dios para los seres humanos: “Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la Tierra!” (Isaías 55: 9)

No obstante, se ha establecido a los largo de la Biblia que es posible acceder al Padre por medio del hijo (Logos): “También sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al Dios verdadero” (1 Juan 5:20).

Y apelando al Espíritu Santo: “¿Cómo sabemos que permanecemos en él y que él permanece en nosotros? Porque nos ha dado de su espíritu” (1 Juan 4:13).

Y esto es posible porque nosotros mismos formamos parte de Dios, ya que somos parte del Todo, del Uno:

Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. (Romanos 1: 20)          

Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos. (Efesios 4:6)

Es por ello que para nosotros la Trinidad vendría a traducirse en términos paganos como la propia existencia, un proceso interminable del que no podemos escapar y al cual debemos someternos de forma ineludible, pues la existencia es indiscutiblemente mucho más grande de lo que podamos concebir, lejos estamos de comprender el propósito de venir al mundo siendo humanos o el propósito del propio Universo. Sin embargo, nos es imposible dejar de experimentarlo y por tanto de experimentarnos a nosotros mismos. Nos encontramos bajo las fuerzas y condiciones de Dios Padre, sin embargo, Dios Padre somos nosotros mismos, emanando Logos y Espíritu, aunque en realidad no tenemos otra opción.


Bibliografía

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Luz A. Villalobos, lagunera e ingeniera en energías renovables con debilidad por encontrarle tres pies al gato, con publicaciones en revistas digitales locales, muchas plantas y unos cuantos gatos.

Arte: José Ribera, La Trinidad (detalle)

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