El Taller Martín Pescador o del paraíso soñado por Borges


Hace algunos días visitamos el Taller Martín Pescador de Juan Pascoe, una editorial e imprenta de tipos móviles ubicada en la ex Hacienda Santa Rosa en la localidad de Las Joyas en Tacámbaro, Michoacán, donde funciona una máquina de 1838, una de las más antiguas del mundo que está en operación hasta el día de hoy, donde todo se hace a mano, desde la impresión de las páginas y el encuadernado.

Aunque hay otros talleres de imprentas antiguas en el país, la de Juan Pascoe es una de las más especiales de México y probablemente hay muy pocas en el mundo, o es que no hay, que se le acerquen a la producción de Taller Martín Pescador, donde sigue operando la prensa de monotipos diferente a las de linotipo que eran más usadas en los periódicos y en las que se compone la línea completa. El trabajo de la imprenta de monotipo es un trabajo más fino, de letra por letra, donde el impresor controla cada detalle que será grabado en las páginas de papel.

Antes de continuar hablando sobre esta imprenta, quisiera continuar con el personaje que es Juan Pascoe, quien vive enclaustrado como un monje franciscano, como él mismo se define, en medio de una suerte de paraíso donde corre un riachuelo abundante a unos pocos pasos y crecen los cafetos hinchados de bayas rojas. Cuando llegamos a su casona, después de un camino de terracería, no se encontraba él, pero nos dijeron que no tardaba y decidimos esperarlo, mientras explorábamos un poco el lugar.

Después de unos minutos de esperarlo, se empezó a oír el motor de un viejo Volkswagen que se aproximaba por el camino sin pavimentar. Vimos bajarse del automóvil a un hombre de unos 70 años, alto y delgado, quien de inmediato nos recibió con toda la familiaridad del mundo y sin pedírselo dos veces nos condujo a la primera habitación de su taller, donde se podían ver los distintos tipos móviles y las máquinas antiguas, y algunos objetos viejos que adornaban por todos lados y que en un primer momento pueden parecer colocados al azar, pero después de platicar con él se da uno cuenta de que todo en ese lugar tiene una razón, una historia para ser contada.

Posteriormente, nos llevó a la segunda habitación, donde realiza el proceso de encuadernación, y nos mostró el libro de la colección que acababa de terminar, unas traducciones por distintos poetas mexicanos (Elsa Cross, Tedi López Mills, Pura López Colomé, Hernán Bravo Varela, Francisco Segovia, María Baranda…) de Her Triumph, un poema de W. B. Yeats, una edición preciosísima encuadernada en rojo.

A continuación, nos llevó a la última parte del taller, pero primero pasamos por la habitación que albergaba la cocina y el comedor, seguida de otra donde se encuentran más prensas y tipos y una serie de objetos que realmente no terminé por entenderlos. Un oficio de años de aprendizaje no se comprende en una sola visita al taller, eso está claro.

“Es mucha arquitectura esto”, nos dijo, “y mi modo de ver, mi modo de pensar, es que el proceso del pensamiento arquitectónico es lo que le da chispa a esto, que yo no lo puedo hacer en la computadora, y no veo que lo haga nadie. La manera en que yo lo explico es que en las computadoras utilizas la razón, todo es razón, cálculo, y armando esto, todo muy lento —cómo voy a resolver esta línea—, tu mente se mete en un proceso mecánico donde creo que das el brinco a la parte del cerebro donde colaboras con el arte. Ése es el modo que yo lo digo, porque cuando yo estoy armando una cosa así, estoy recordando los sueños”.

Nos continuó contando sobre sus orígenes. Juan es hijo de un mexicano, el diplomático Juan Pascoe Strozzi, y de una estadounidense, Dorothy Pierce, quienes trabajaron en la ONU. Nos dijo que su padre venía de una familia protestante y su madre, hija adoptiva, lo que los convertía, a los hijos, en unos “sin cultura”. A los seis meses de haber nacido él (en 1946 en Chicago, Illinois), siendo el primero de los cinco hermanos, se mudaron a la Ciudad de México, donde vivió hasta los seis años, para posteriormente regresar a Estados Unidos por un trabajo de servicio social de su padre en la tribu de los Pápagos.

Señaló que cuando se piensa en ir a Estados Unidos se piensa en ir al gran mundo moderno, al mundo de las lavadoras y electrodomésticos; sin embargo, para él fue al revés, porque al ir de la Ciudad de México a un pueblo indígena norteamericano pasó a ser el único niño blanco entre pápagos, por lo que el inglés que aprendió fue el de esa tribu.

La importancia de Taller Martín Pescador para el mundo de la edición y de las letras mexicanas no es menor, habiendo colaborado con varios de los grandes escritores que ha dado el país, publicándoles tirajes únicos y cortos a personajes como Octavio Paz, Efraín Huerta, Tomás Segovia, José Luis Rivas, el primer libro de Roberto Bolaño, además de publicarle una edición a Gabriel García Márquez, sólo por mencionar algunos de los nombres que han desfilado por esos tipos móviles.

Sumado a los escritores de fama del siglo pasado y del presente, la labor como editor de Juan Pascoe ha rescatado grandes títulos importantes para la historia del libro de México y de Latinoamérica, como el manuscrito, encontrado en el Archivo Histórico de la Nación, del primer volumen de las Fábulas de Esopo de la Nueva España, escrito allá por el siglo XVI en lengua náhuatl y que nunca fue publicado sino hasta 1996 por Taller Martín Pescador en colaboración de la UNAM. Otro ejemplo más reciente, del 2019, Los signos del zodiaco de Enrico Martínez, que también podría ser la primera carta astral escrita en la Nueva España, de la que se tiraron 150 ejemplares en papel de hilo De Ponte. Cabe señalar que estos dos libros mencionados cuentan grabados del artista Artemio Rodríguez.

Pascoe es un investigador, un historiador y un filólogo que no sólo se limita a los inertes terrenos de la academia, sino que se interna en la tarea de crear lo que ha investigado mezclando la teoría y la práctica y haciendo crítica de la labor tipográfica. Es una verdadera institución de la imprenta en la Nueva España y de las primeras obras tipográficas de México.

Continuamos nuestra plática regresando a la habitación que contenía tanto la cocina, el comedor y una pequeña sala —digo pequeña no porque lo fuera, sino que dentro de esa casa tan enorme lo parecía—, donde se podían confundir fácilmente los lugares domésticos con los del taller, o simplemente ambos lugares eran uno mismo. El taller es la casa del artista. Nos contó cómo adquirió en su momento esa casa, que podría ser la de un rico de antaño, aunque ahora el tiempo le ha quitado el aire burgués y le ha dado un espíritu anárquico, de reniego a la civilización.

Pascoe se compró esa casa porque estaba en el grupo Mono Blanco —el principal impulsor del renacimiento del son jarocho, según cuenta Francisco Segovia—, y con las ganancias que generaron en unos meses, junto con otro integrante del grupo, compraron esa casa a principios de los 80, durante la crisis que vivió el país en ese momento.

Juan no lleva la imprenta él solo, tiene algunos ayudantes, como Martín Urbina, quien está con él desde 1990, cuando éste recién terminaba la secundaria. Juan era su maestro de jarana (instrumento musical de cuerda), donde vio que Martín era muy exacto en el tiempo y le dijo que, si algún día quería trabajar con él, podría interesarle.

Asimismo, por instrucción del maestro, Martín fue guardando un ejemplar de cada libro que ellos realizaban, porque algún día podría venderlos como una colección; así fue, se los vendieron a una biblioteca norteamericana, con lo que hizo su casa.

“En Tacámbaro hubo un tiempo que las gentes sacaban los marcos de cantera de sus casas y nomás los dejaban ahí, y mi hermano Dionisio y yo veíamos el montón de cantera y preguntábamos qué iban a hacer con eso: nada, en cuánto lo vendes, mil 500, órale. Yo me hice de cuatro marcos que pusimos en la casa de Martín. Eso ya no se ve, vieron a los gringos comprando los marcos de piedra, y dijeron algo debe haber ahí.”

De la misma manera, el hermano de Martín, Tomás, también construyó su casa, vendiendo su colección, nos siguió narrando, lo que a él lo hace feliz, porque en el taller no se gana muy bien. A estos dos trabajadores y él les tocaron unas épocas muy duras, como cuando Juan ganó una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) para escribir un libro sobre su bisabuelo —nos contó, mientras nos señalaba el retrato de su ancestro en la pared—, quien también fue un impresor evangélico, de origen inglés, a quien no se le menciona en ninguna parte de la historia de la imprenta mexicana, por razones religiosas.

Cuando se terminó el año de la beca para terminar el libro, aún no concluía el proyecto, porque era una tarea muy basta y ya se había quedado sin dinero para continuarla, por lo que consiguió más con sus padres y hermanos; sin embargo, no fue suficiente. Fue gracias a Martín y a Tomás que trabajaban en los campos de jitomate y le daban cada uno 100 pesos, con lo que se alimentaba él con la mitad y compraba alimento para los perros con la otra parte.

“Para mí vivir aquí es mi zona de creación. O sea, yo no ando todos los días diciendo ay qué bello, pero sí sé, yo estoy muy consciente que es una vida muy especial, un sitio muy especial. Mi rollo es trabajar y producir, no ando pensando en los atributos de mi vida, pero sí fue suerte.”

Respecto a la vida silvestres de Juan Pascoe, en un texto de Francisco Segovia publicado en 2001 en el Número 21 de la revista Fractal dice que “no tiene nada que ver con la vida salvaje; es en realidad el colmo de la civilización y la cultura, como lo es la vida de los pastores en la poesía bucólica: la selva vuelta silva”.

No sé cuánto tiempo continuamos con la conversación con Juan, quien nos mostró algunos de sus libros y sin ningún reparo no tardó en sacar algunos libros exquisitos, algunos impresos por él; otros, producto de sus pesquisas en las librerías de viejo, porque, como dije, este hombre es un coleccionista, un bibliófilo, aunque no se identifica tanto con este término. Si escribí esta conversación, fue para después poder recordar el momento, porque ese lugar, entre libros antiguos, prensas y tipos grabados hace siglos, es quizá la forma que tiene el paraíso soñado por Borges. 

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