Encuentro de fantasmas


Uno se hace al hábito de no existir. Guardar silencio, ensombrecerse; vivir sin estorbar, sin vivir; habitar espacios oscuros, borrosos, inexplorables; hacerse ausente, ser la ausencia. Pero es tan difícil hablar de esto. Porque la nada es escurridiza, porque el silencio es una noche que se enciende al menor parpadeo de la luz y apenas deja un rastro que asir como un último aliento adelgazado en el aire. No estamos acostumbrados a las ausencias, a los silencios, a las sombras. Hay que aguzar el oído, entrecerrar los ojos. Ahí están esos fantasmas. La literatura de la totalidad contra la literatura de la nada; la literatura que se desborda y la que se contiene; la literatura que revienta y la que se anula; la novela de la completitud y Pedro Páramo.

La escritura de Juan Rulfo es fragmentaria porque está en los bordes del olvido. El fragmento es selectivo, un atisbo apenas con el rabillo del ojo, como cuando nos esforzamos en recordar algo que sabemos se ha desgastado de más en nuestra memoria y los colores nos parecen mentiras y todo tiene el aspecto desenfocado de un rollo de cine a punto de disolverse. El fragmento, la forma narrativa de Pedro Páramo, es ese olvido interminable, indetenible; la estética de lo inacabado que se enfrenta a la totalidad de los monstruos narrativos del siglo XX, empecinados en que el universo cabía en mil páginas y en que el libro era la memoria del mundo. Más humilde, Pedro Páramo es el olvido del mundo, su soledad, la nuestra.

La ausencia es un retrato carcomido en los márgenes, lleno de agujeros, un amuleto roto que un hombre lleva en el bolsillo cuando llega a Comala. “Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos”, piensa. La fotografía, el pueblo, la voz, tamizados por el tiempo, se vuelven una carcoma narrativa. La historia se degrada. El hilo que la sostiene se afina. O quizá la imagen se transparenta, ese fundido en blanco de los sueños que antecede al despertar y que es la amnesia.

La novela busca su propia incompletitud, la ausencia de lo inacabado, por donde los personajes aparecen y desaparecen y se desdibujan. El retrato de la muerte: “Y se disolvieron como sombras”. Esta salida teatral es la esencia de un último canto inconcluso, las líneas finales de La Eneida, ese sumergirse en la nada, la representación inacabada de las cosas, aquello imposible de enunciar: lo impalpable de las historias, de la vida, del abandono: “El frío de la muerte le relaja los miembros/ y su vida gimiendo huye indignada a lo hondo de las sombras”.

Este mundo está desapareciendo, disolviéndose, borrándose. Es la muerte. Es el olvido. Este mundo es un no-lugar. Porque no hay nadie, nadie está nunca. Y es en la lectura cuando esa ausencia es más tangible. Leemos espectros, fantasías. Escuchamos el silencio. Leemos, escribimos en ausencia de otro, incluso ausentes de nosotros mismos. Dice Pavese: “Llega el momento en que estás solo ante la página, así como estaba solo el que la escribió”. La literatura es un encuentro de fantasmas. No vivimos mil vidas, vivimos mil soledades. La historia de la lectura como la historia de la ausencia: Pedro Páramo. “Carreteras vacías, remoliendo el silencio de las calles. Perdiéndose en el oscuro camino de la noche. Y las sombras. El eco de las sombras”. Las constantes repeticiones de Rulfo, estos ecos, son las palabras dichas en un callejón deshabitado, el sonido desfasado de los recuerdos, la voz de los fantasmas que reverbera igual que los sueños y las premoniciones. Un murmullo para nadie, para la perdición. Una voz que se repite y se encima a otra voz, que se sobreescribe y se corrompe, y los recuerdos y las vidas se confunden de tanto repetirlas. Perdemos las historias que contamos una y otra vez. ¿Cuántos libros no hemos perdido ya, confundidos con otros? Las palabras se apagan en nuestra imaginación, surge la nada. “Y escucho con mis ojos a los muertos”, esa línea de Quevedo que adquiere ahora un sentido irónico. Escuchar el silencio. Ser un murmullo y luego nada; un no-lugar, un no-tiempo. Porque son fantasmas los personajes de Pedro Páramo, fantasmales sus formas. El estilo es un espectro a punto de ser exorcizado. La novela no trata de perpetuar un recuerdo, no es un recuerdo. Pedro Páramo es la forma en la que nos olvidamos del mundo y nos convertimos en ausencias. Nosotros somos Comala y esta vida es ya sólo memoria.

“Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague”.

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