Po-amorío para un amor que no pudo ser


por Sobralia Sangrante


Julieta, Sandra y la Diabla

Amo amarte.

Amo amar a esas versiones de ti que se quedan atrapadas en mis historias.

Te amo a través de ellas.

Amo sus cabellos, iguales a los tuyos.
Sus orejas, pequeñas como las tuyas.
Sus cuerpos, delgados y pequeños como el tuyo.

Las amo, te amo.

“Tomó las manos de Julieta entre las suyas” y sabías que eran tus manos.

“Besó apasionadamente a Sandra” y sabías que era mi deseo hablándote.

“Buscó a La Diabla por todo el mercado” y entendiste que era yo buscándote por mi vida.

Te amo, te busco, te extraño a través de todas esas vidas ficticias

Porque a ti te vale madres mi amor fuera de los cuentos.

Pero amas encontrarte en mis historias.


Benedetti y la coraza de su corazón

“Tengo que amarte, tengo que amarte amor”, dice Benedetti.

“Aunque esta herida duela por dos”

Aunque me evites cuando toco el tema.

Aunque me ignores por días luego de pedirte una cita.

Aunque me sepas incondicional para tus planes.

No es que tenga que amarte, es que te amo y eso es todo.

No es una tarea ni un deseo, es algo que pasa y lo siento si no te gusta.

Y me duele que lo sepas.

Y me duele aún más que me beses y luego huyas,

¿disfrutas viendo mi confundida expresión?

¿O es que las impresiones de tu madre son más importantes que lo que sientes?

No me dejes con esta necesidad de tu tacto.


Damas desnudas del siglo XVII

Creo haberte soñado.


Éramos damas del siglo XVII.

Tu vestido hermoso caía pesadamente, la sombrilla te cubría del sol.

Mi vestido me impedía correr a ti y te buscaba dando pequeños pasos.


Me amaste.

Te despojé de las capas y capas de tela que te cubrían.

Me arrebataste el aliento, aún más que el corsé que traía.

Vivíamos escondidas del mundo, a la sombra de nuestro deseo.


Te amé.


Tu esposo te buscaba.

El mío lo acompañaba.

Probable que antes estuvieran en nuestro lugar.


Nos amamos.


Un piano viejo sonaba en tu pecho al acostarme sobre él.

Tus labios me recorrían los brazos.

Mis brazos te acariciaban el torso.

Y nuestros ojos se encontraban sin vergüenza.


El sueño termina con una melodía tenebrosa de Debussy
mientras nuestros maridos nos persiguen para degollarnos.


He perdido un juego de cartas contra ti

Me has invitado esta tarde a jugar a las cartas en tu cama.

Apostamos un beso.

Si tú ganabas, yo te lo daba.
Si yo ganaba, tú me lo dabas.

Fue un juego tonto, las últimas 6 partidas me he retirado con tal de dejarte ganar.


Mi amor, no soy nadie para decirlo, pero eres pésima jugando.

¡Y yo ni siquiera sabía jugar!


Al terminar nuestra cita de juego he caminado de regreso a casa

Pensando en lo que acababa de pasar.

Pudiste pedirme besarte, pero en su lugar lo apostaste.

Si ya sabes como me tienes, ¿por qué juegas así?


Llegué a casa, saludando al perro.

Resignada a tu inevitable desaparición post-amor.


“Estoy en casa”

— Visto e ignorado con éxito total.


“Me alegra, toma agua. Tenías los labios un poco secos hoy”

Contrario a mi pronostico de tu afecto, no te fuiste.

Tampoco toqué el tema.


Tengo que aprender a amarte sin agotarte.


Pasaron los días y, como una presa, contenía el amor que deseaba entregarte.


Las apuestas siguieron, más besos, abrazos, arrumacos, otros besos y el punto cúspide, tacto.


“Hoy quiero apostar tu tacto”

Estaba entrada en pánico.
No sabía qué tocarte ni como hacerlo.

Qué vergüenza de lesbiana.


Gracias a mi piel

Nunca tuve la necesidad de agradecer a mi piel por sentir.

Hasta que me apostaste el tacto.

Muchas dudas me inundaron en ese momento

Y las desapareciste al abrazarme.

Teníamos un juego de cartas en proceso,
“Igual vas a perder” dijiste antes de tirarlas al suelo y abrazarme cálidamente.

Apostamos el tacto. ¿qué iba a tocar? ¿cuál es el límite?

Me despojaste de la blusa de tirantes que llevaba.

Te quité los pequeños shorts que traías.

Corriste a cerrar la puerta y las cortinas.

Tu católica madre cocinaba tortitas abajo,
¡Vaya pecado se cometía en el piso de arriba!

Pobre de su pequeña hija, que ahora se comía a besos a una lesbiana impura.

Pobre de la lesbiana impura, que ahora era devorada viva.

“Te apuesto un [sí] a que no puedes escribir algo sobre esto”

Haces las apuestas más raras, mi vida.


Y te hice un poemario narrando nuestro po-amorío

¿Qué podría hacer con un [sí]?

Un solo [sí].

¿te pediría ser mi novia?

¿Te pediría casarte conmigo?

¿te pediría un burrito de carne asada?

Hay tantas posibilidades con un [sí] asegurado.


Al final lo decidí.

Y, aunque dolió, no me arrepiento.


Puede pudrirse, doña Maricela, puede pudrirse

Dos meses después de vivir juntas en el paraíso, llegó tu madre.
Te trajo caldo de pollo y unas verduras crudas.


Nos sabía amigas, no sospechaba que de las dos camas solo usábamos una.


En plena preparación de la comida te soltó las tragedias de la vida fuera de nuestro nido.
No atendí la mayoría, pero tuve que irme cuando dijo que te casarías.

Esa noche regresé, te vi, te abracé.
Lloramos.

Por ti, por mi, por Miguel.
Ahora sabía el nombre de tu futuro esposo.
No estaba enojada, no contigo.


No entendí nada, pero ya me habías dicho que no íbamos a durar.

Creo que solo no lo quise aceptar hasta que fue inevitable.


Asiento en primera fila en este concierto de confusión

Miguel siempre estuvo ahí.

Ahogando mi deseo por tu amor,

Reprimiendo tu amor por mi.

Siempre estuvo, ambas lo sabíamos.
Pero no quise manchar mi preciso po-amorío con su nombre desde el principio.


Te casaste un sábado.

Me besaste un viernes.


Te vi, en primera fila, entre otras damas de honor.

Te vi, ahí, parada con tu precioso vestido de princesa.

Mi princesa…


No te culpo, no te guardo rencor.

Lo amas y está bien.

Me amaste y estuvo de maravilla.


Quizá en otra vida sea yo a quien escojas.

Quizá en otra vida sea yo a quien tu madre abrace por la ceremonia.


Quizá en otra vida, no te aterre casarte con una lesbiana…



Sobralia Sangrante. Alter ego, intento de poetisa, no existo más que en la imaginación de mi creadora y en los performances de su vida. Primer intento de colaboración y nada mejor que una recopilación de poemas-textos que hablan de un primer amor marchito y conservado como pétalos entre las hojas de un libro.

Arte: Jovenes junto al agua, Pierre-August Renoir


Entrada previa Narrativas de supervivencia al VIH/SIDA: Tres casos de Yucatán, México
Siguiente entrada Andrea