Los perros tras de mí


Temo, Lidia, al destino.

-Fernando Pessoa

 

Ayer, como el fuego que cae de la antorcha que sostienen tus ojos,

 

como ese instante que no cesa, porque temo que las palabras te sucedan

hasta que llegue el momento en el cual una respuesta no baste

para entender cómo el tiempo ilumina tu rostro cuando has visto al destino bailar con los gatos;

una noche, en que tu cuerpo era un temor que presagiaba el talento de mis manos para perder,

aún sin internarlo, sin intentar nada, he perdido.

Es acaso que el amor nunca entiende:

la imaginación tendría que tomar otros zapatos

pues un instante se ha hecho toda una vida.

Ayer, como el fuego que busca descender de su antigua herencia,

sobre el cuerpo que se baña entre las piedras de una pirámide,

cuya presencia sólo puede entenderse desde el primer sismo,

herida o roce, ascenso, temblor, centro del incendio,

donde la punta aísla mi pensamiento de tu nombre,

acaso la muerte cuyo desdén es el deseo que imita la armonía de una danza que no cesa,

tan sólo la división entre lo que es y la muerte,

un orden en que el amor habita el principio de la sagrada tormenta,

pensándolo bien, el fuego que cae de la antorcha que sostienen tus ojos,

cuando te descubro:

caminas por ahí, tu cuerpo cobra las dimensiones que se merece,

como un rayo, vertido, sobre los peces que se agitan en el río de las ganas,

semen cauteloso, casi nido cuya sangre penetra la herida que admiro, deseo, y ya.

 

Temo, Lidia, aunque sostengo tu nombre entre las manos, todo tu cuerpo entre mis palabras,

que las primeras aves del alba busquen en mi pasado,

hurguen en él como sabedoras del miedo que me orina sobre los ojos,

que me carga en la espalda una cadena de puños que me gritan al oído

esas pinches órdenes para dejarlo todo y aceptar la corona de la derrota

y dormir en la misma cama, solo,

a pesar del fuego que devora la estancia y entra a la casa para arrebatarme el valor o lo que queda. Tocan la puerta. No abro.

Es el temor que desata los perros tras de mí. La huida por un lado, y por el otro aquel miedo

de perder algo que no tengo.

Porque tú tal vez tampoco eres, tampoco has sido, aunque sé que los hombres te construyen

cuando te miran incendiar tu presencia,

tú misma devoradora de los paisajes que te persiguen,

de las faldas de la tarde donde los árboles son amarillos por su contacto con las alas de los pájaros,

del cielo que es mar donde los arrecifes se cuentan por su debilidad de haber sido en otras vidas barcos o nubes,

ese mar trasfigurado en deseos imitados de las primeras gotas de agosto, ese cielo que caga anémonas de aire, las mismas que alguna vez escuché que te gustaban, estrellas que ceden su tristeza a las calles donde un hombre camina pensando en los labios de las mujeres que no lo besaron; y entonces, sólo entonces comprendo que no me perteneces, y que yo, no soy el hombre que ha decidido llamarte esta noche, o mañana en la noche, o ayer, cuando conversamos, brevemente, sobre el pájaro que moría en el parque, cuando venías de cenar con tu novio

o con tu hermano.

No estoy preguntando nada al destino,

es que tan sólo no eres, y yo no he sido nadie para averiguarlo, para siquiera llamarte y averiguarlo.

Es que casi me siento portador de una presencia que no me pertenece,

podría decirte, con toda sinceridad, que ni yo mismo estoy seguro de ser hombre.

 

Tengo miedo, Lidia, de las palabras, porque no cesan, porque una siempre atrae a la otra,

y esta exploración de niñas enamoradas consigue atraer a los imanes y a los dioses,

y así sucesivamente, un instante que le pertenece a otro,

un instante, en que el fuego que sostiene la antorcha del destino ha puesto sobre tus ojos,

incendio levísimo, como para hacer sonar el silbato que atraiga a los perros.

 

Rueda el destino sobre la última palabra que no diré

cuando encontremos otro pájaro en el parque,

sabedores de los presagios que caen en el pecho como viejos pesares,

tú, buscando un hombre que no soy yo,

y yo

buscando un hombre que no está, en tu destino.

 

 

Del libro Los perros tras de mí (El trueno en la ciudad, 2018)
que se puede descargar gratis en https://josemanuelvacah.wordpress.com

Ilustración de Alex Colville.

Entrada previa Un par de poemas pamboleros
Siguiente entrada Uno, uno, uno...