Traficante de sueños


por Luis Salazar


Fue antes del amanecer, lo recuerdo, ese es el mejor momento para tomar el sueño y meterlo a la caja, nomás que a veces no se puede, a veces dejan de soñar o nunca sueñan. Debe uno ser paciente, estar atento, esto es un oficio, no cualquiera eh, no cualquiera. Somos contados los que nos dedicamos a esto. ¿Qué cuándo empecé? Ni me acuerdo, solo yo de cuando chico aparecía de pronto en los sueños de un hermano, él soñaba con cenizas y con un montón de ratas coloradas royéndole las uñas y los ojos.

Eso que me pasaba no era siempre, nomás los días nones del mes cuando mi hermano llegaba con el hocico apestando a tiner, él se dormía, comenzaba a soñar y yo aparecía, así cada día non; tíner, dormir, soñar, aparecer, tiner, dormir, soñar, aparecer, hasta que uno de esos días mi hermano ya no despertó.

Su muerte fue muerte familiar, todos morimos un poco con él, todos dejamos de soñar hasta que otro hermano de repente soñó. Se soñó haciéndole el amor a una morena culona, a la reina nacional de belleza primaveral de ese año y yo volví a aparecer, ahora en los sueños húmedos de mi otro hermano y solamente las noches de luna menguante. No, la verdad no me daba asco ni me excitaba ver a mi otro hermano coger con esa mujer, me era indiferente la verdad, pero para no desviarme del tema le sigo porque se me olvida.

Ahí estaba entre pujidos y mecos cuando la vi. Una mujer huesuda, casi cadavérica, tan blanca que se le transparentaban las venas del corazón y de todos los órganos, sus piernas eran demasiado largas, nunca había visto piernas tan largas, en sus manos la vieja sostenía un cofre de bronce. Ella notó mi presencia pero no le importó, espero el rugido de mi otro hermano eyaculando y se abalanzó sobre él, todo se apagó.

Después de eso ya no volví a ver a mi otro hermano encerado con su propio semen, ahora cada noche de luna menguante me encontraba en el mismo sueño pero ahora el protagonista ya no era mi otro hermano, era el presidente municipal, ese mismo, su ex patrón, ese viejo cochino soñaba con hacerle cochinadas a la reina de belleza primaveral, viejo tan puerco. Ya les dije que no me interrumpan que se me va la onda.

Así estuve mucho tiempo, creciendo con la misma escena de las mismas personas cogiendo en sueños ¿qué?, ¿qué si tengo problemas de sueño? Pos no sé, creo que no he dormido nunca o por lo menos no lo recuerdo, ¿prosigo?, ¿dónde me quedé? Oh sí, con la fantasía sexual del presidente.

Yo creí que me iba a quedar para siempre en ese sueño cuando de nuevo me encontré con la mujer huesuda mirándome de cerca con sus ojos grises, con sus ojeras negras y profundas, ey, ey así como las mías, luego se acercó a mi oído y me dijo muchas cosas… ¿Qué cosas? Pos nomás que yo podía dedicarme a lo mismo que ella, robar sueños y venderlos, “es buen negocio”, me dijo, “los clientes no son un problema, yo te los paso” me dijo, “los únicos requisitos son no dormir, ni un poco, y tener una gota de sangre de las víctimas”, me dijo. Jodido y sin familia, acepté. Yo qué sé cómo sabía que víctimas soñaban qué, ella nomás me decía “ve con esté, ve con aquél” y yo iba.

Siempre cargaba con mi aguja para pincharlos, los vigilaba noche tras noche, día tras día, sueño tras sueño, siesta tras siesta, sí, así tiene que ser, uno no sabe cuándo van a soñar el encargo, entonces ya cuando comenzaba el sueño indicado yo me tragaba una pastilla naranja como aspirina, cargaba mi cofre de bronce y me lanzaba. Esto tiene su chiste, uno debe esperar hasta el final del sueño para meterlo al cofre y después desaparecer, si no se hace así el producto queda incompleto, no sirve, no nos pagan si damos un sueño mocho, los primeros encargos así me pasaba, los entregaba mal, pero ya no, ya le sé al jale. ¿Qué cómo conseguía los clientes? No está escuchando, los tratos los hacía ella, yo no me involucraba, solamente conseguía y entregaba el producto.

A varias personalidades de este pueblo mugroso les lleve sus pedidos, viera los sorprendido que estaba de las cantidades de dinero pagadas por fantasías. Ahí más o menos, pobres y ricos desembolsan por igual, para la satisfacción personal no hay clases sociales, vea.

Mire, de los ricos le lleve al ex dueño de la radio, ese, el desaparecido, a los empresarios de los maíces y a sus esposas, queridas y enemigas, viera que sueños tan extravagantes piden ellas, al cura de la parroquia, al pastor evangélico de la casota en la colonia Del Campo, ese es fanático de las langostas, a tres de los dichosos regidores y también al director de la universidad, exacto, al del Monte del Sinaí. De pobres a los del CERESO, a algunos de la colonia La Sonaja y otros muchos, esos se cuentan por montón, pero para este negocio todos son lo mismo, todos pagan por lo que no pueden soñar.

¿Qué regrese al principio?, ¿estoy divagando? Oh que la chingada, pues ustedes no saben preguntar o yo no sé decir lo que me piden, ¿qué era? Oh ya, ya, ya.

Retomo: fue antes del amanecer cuando por fin hurté el sueño. Lo complicado no fue robarlo, lo difícil fue la interacción de la mujer conmigo, siempre me hablaba, me sacaba plática cuando me veía, era fastidiosa, ¿cómo era ella?, robusta, piel blanca, ojos azul cielo, pero no un cielo alegre, más bien nostálgico, triste, era sotaca de estatura, chaparra pues.

Vigilarla tampoco fue del otro mundo, siempre estaba en su casa esperando a su marido, un borracho que la machacaba a golpes sin razón o llevaba prostitutas para cogérselas frente a ella. La sangre fue lo más sencillo de conseguir, solamente era esperar el final de la putiza. Después ella dormía para olvidar, para no volver a despertar pero siempre despertaba, mala o buena suerte para ella, yo que voy a saber.

El encargo fue su sueño más tranquilo, ella viajaba en una barca de madera, en un mar con olor a licor, los colores del mundo estaban invertidos, las aguas eran doradas y el sol celeste brillante, la corriente arrastraba a la mujer hasta el borde de una cascada, donde en el fondo la esperaban unas manos gigantes, la recibían acariciándole todo su cuerpo, ella se entregaba a los dedos enormes, sonriendo, llorando de felicidad y suspirando, ¿eran las manos de Dios? Quien sabe, yo que sepa Dios es manco.

Cuando entraba en el sueño aparecía en la barca, junto a la mujer de ojos azules. Ella siempre decía no saber quién era yo pero le alegraba mi compañía, aunque no le alegraba tanto como el sonido del agua fluyendo y el rugido al final de la cascada.

–Deseo quedarme en este sueño para siempre –decía con sus ojos derretidos en lágrimas.

Yo, admirado por los rayos celestes del sol celeste, no sacaba el cofre y caía con ella. Varias veces me deje llevar pero al final necesitaba el dinero. La última ocasión me lancé de la barca y espera hasta que ella cayera sobre las manos y cuando terminaron de acariciarla, abrí el cofre, todo se apagó.

Saqué mucha lana con ese sueño, se lo llevé a la esposa del director de la central eléctrica, esa mera, la de fundación CREAR…

¿Qué?, ¿última pregunta?, ¿no habíamos acabado ya?, ¿qué si yo vi cuando se robaron el carro del licenciado, el ese vecino de la mujer esa de ojos azules? La verdad no, le digo que no escucha usted, estaba vigilando a la mujer regordeta de ojos azules, no tengo tiempo para coches y ranflas robadas, no, no, no, nada, nada, se lo juro que no vi nada.

Entonces ¿es todo oficial? Bueno, me voy porque tengo una entrega al otro lado de la ciudad.



Luis Salazar (Michoacán, 1995) su pasa tiempo es trabajar revisando tesis mal hechas como la suya, escribe por necesidad para escapar de la cordura. Apenas y pudo terminar la licenciatura en Criminología pero se cree intelectual por conocer una referencia literaria de esas que aparecen en Palinuro de México. Intenta publicar su primer libro de cuentos.

Arte: Remedios Varo, Dejando ir las hojas muertas

Entrada previa Bea Krasivaya // Fotografía-Pintura
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